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‘La València sentida. 1970-2020’
Fundación Railowsky
Prólogo de Manolo Marzal
Como los modelos profesionales que posan impasibles ante los aprendices de artista, la ciudad se exhibe ante sus habitantes y viajeros que la visitan. Y una urbe meridional y mediterránea como la nuestra, pletórica de vida y de bullicio callejero, con una larga historia y fuertes contrastes tiene mucho que enseñar. La ciudad muestra sus encantos, miserias y misterios descifrables a todos por igual.
Pero existe una diferencia abismal entre la mirada curiosa y superficial del turista que la retrata con su móvil y la de quien ha nacido y crecido en sus calles y, además, domina el arte fotográfico. Para los primeros la ciudad es pura escenografía pasajera, mientras que para los segundos es el escenario de su educación sentimental, un plano de sus más íntimas experiencias de goce y de sufrimiento.
Un grupo de apasionados de la fotografía asentados en la ciudad del Turia y vinculados a la Fundación Railowsky iniciaron, en 2019, un proyecto peculiar: reflejar la evolución de la ciudad en el último medio siglo desde una óptica subjetiva y personal a partir de sus reminiscencias y evocaciones. A causa de la pandemia se retrasó hasta hace un mes cuando apareció ‘València sentida. 1970-2020’, una selección de setenta imágenes de catorce artistas de distintas generaciones con el prólogo de uno de ellos, Manolo Marzal.
“Más que un foto-libro se trata de un ensayo fotográfico que parte de una idea que se desarrolla colectivamente”, dice Marzal. “En este caso la idea es reflejar los cambios producido en València en el último medio siglo, así pues, las fotografías seleccionadas cuentan los cambios del espacio urbano”.
“Pero no pretendemos simplemente documentar ese paso del tiempo en el espacio, ni valorar la transformación espacial mediante la exhibición de los planes urbanísticos, ni tampoco hacer una valoración crítica de esos planes urbanísticos y su repercusión en la vida cotidiana. Estas fotografías son un recorrido por nuestra memoria y la de nuestros barrios, y también muestran nuestra propia evolución como fotógrafos, a través de la mirada emocional de cada autor”.
La desaparición de los niños que antaño jugaban libremente en las calles es el leit motiv de las tres fotografías aportadas por Marzal que rememora en una de ellas su infancia, concretamente el momento de su llegada al colegio del Ensanche donde estudió. Catedrático de Filosofía, Marzal es un apasionado del arte fotográfico desde muy joven y tras la jubilación ha impartido clases de La Nau Gran, además de estar vinculado a la Fundación Railowsky y a la asociación Amics de Railowsky.
El equipo de edición responsable de dar forma al libro decidió ordenar las imágenes no según el prestigio y reconocimiento de los autores, entre los que destacan las firmas de Joaquín Collado y Paco Jarque, ni por orden alfabético, sino teniendo en cuenta su valor testimonial.
Así, se propone un recorrido por escenas urbanas de distintas épocas en las que aparecen niños jugando u holgazaneando, contrastes urbanísticos como el de una alquería frente a un titánico edificio, ancianos de tertulia en la playa, fiestas, desfiles y mercadillos. Monumentos como el Puente del Mar y edificiós singulares como el Palacio de Congresos o el Hotel Westin. Un recorrido visual que enlaza la ciudad de aire provinciana que fue con una gran capital capital turística.
Como los autores pertenecen a distintas generaciones el libro permite plasmar, además de los cambios de la ciudad, la evolución de la fotografía química a la digital. Marzal reflexiona a fondo sobre este asunto en el prólogo para concluir que bien sea química o bien digital, “lo que importa es la interpretación de la realidad y la comunicación de significados a través de las emociones y sentimientos implícitos en las imagen”.
“Quizá la diferencia más llamativa sea que la fotografía química necesita de un lugar físico para existir, es un objeto. La fotografía digital va dejando de ser objeto para pasar a ser información. La transformación es un proceso de desmaterialización. Hemos dejado los soportes para tener una existencia virtual, ciberespacial. Sin embargo, este nuevo modo de plasmar nuestra interpretación de la realidad no elimina la fotografía química, al menos como arte”.
“La fotografía digital se presenta como algo con nuevas posibilidades, como el poder compartir eso que hacemos al fotografiar. Ya no importa el soporte físico de la fotografía, ni el objeto representado, importa el mensaje. Al hablar de postfotografía, hablamos de escritura que, como dice Joan Fontcuberta, ‘la fotografía analógica se inscribe, la fotografía digital se escribe’”, concluye Manolo Marzal.
‘València sentida. 1970-2020’ es una edición no venal pero quien esté interesado en el libro pueda acudir a la Librería Railowsky o a la Fundación Railowsky.
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