Suena el Always Like This de Bombay Bicycle Club. Líneas ensortijadas ascienden por la pantalla descubriendo el cabello de una Alicia contemporánea que, lejos de perder el tiempo con felinos de singular sonrisa y fiestas de no-cumpleaños, corona su cabeza con el sombrero de un conejo mientras sostiene un reloj de bolsillo. Los cuentos cambian. También el cine.
El pasado domingo 17 concluía la sexta edición del Festival Internacional de Mediometrajes La Cabina. Quién imaginaría que la pasión cinéfila de unos estudiantes de la Universitat de València acabaría materializada en un festival que medra año tras año, que avanza calzando las botas de Siete Leguas. Su originalidad radica en mostrar un tipo de películas tradicionalmente ubicadas en el limbo de la industria cinematográfica: los mediometrajes, cine entre treinta y sesenta minutos. De ahí que sea el tiempo −simbolizado en un reloj− uno de los iconos más representativos de un festival cuyo nombre rinde homenaje a la quizá más original cinta de Antonio Mercero.
Los mediometrajes presentados contaban con una factura impecable, una calidad narrativa excelsa para el relato de las siempre imprevisibles relaciones humanas. Si hoy alguien duda del poder educativo del cine, debiera visitar la próxima edición de La Cabina para exiliar semejante suspicacia. Los veintidós trabajos seleccionados este año entre más de doscientas producciones, ofrecían lecciones magistrales sobre la infancia y la madurez, la amistad y el amor, la mentira y la verdad, la inmigración y la crisis, la sumisión y la rebelión. Un auténtico crisol con aspiraciones de nueva Comedia humana.
La corona de Apolo
Fuego (Feux, Thibault Piotrowski, 2012) consiguió el premio a la mejor película por parte del jurado. A priori, sus formas algo ingenuas parecían descuadrar al espectador. Su bicromatismo, la textura visual tan amateur, la combinación de abundantes planos estáticos con panorámicas y travellings sencillos, y un sonido antinatural, acabaron componiendo, sin duda, uno de los mediometrajes más originales del festival. En él se narra la relación de tres hermanos en un contexto que podría ser el de fines de los ochenta. El mayor, adolescente enamorado por igual de la ciencia y de una femme fatale en ciernes, ocupa sus horas de ocio construyendo ingenios espaciales. Mientras, el mediano vuelca sus esfuerzos en defender los animales del bosque susceptibles de ser cazados. El amor será el detonante y fin de la acción, pues los deseos de uno y otro iniciarán un conflicto que no podrá ser resuelto hasta la intervención de la hermana pequeña, capaz de remendar el daño causado creando un nuevo mediometraje sólo concebible bajo el punto de vista de la imaginación infantil. Fuego resultó una rara avis con aires del primer cine, escenas de animación y momentos televisivos nostálgicos. Un canto a la creatividad y la fantasía perdida en el paraíso de la niñez.
El público, en cambio, premió Aya (Mihal Brezis, Oded Binnun, 2012) como mejor mediometraje. Conquistó al auditorio la narración de una historia mínima partiendo de la casualidad, el pequeño relato de dos personajes que se conocen en uno de esos no-lugares que definiera Augé. La distancia inicial existente entre los protagonistas acabará mermada gracias a la dulce espontaneidad y cercanía de la protagonista, Aya, israelí de carácter opuesto al del hermético musicólogo norteño al que acaba de conocer. Rodada con aires de road movie, la película ofrece tanto una dilatada variedad de agradecidos primeros planos como un pulso constante entre el cerebro y el corazón, una pugna entre la determinación y la duda, entre las teclas blancas y negras del piano, entre el freno y el acelerador, un cuento sobre diminutos secretos y pequeños vacios emocionales.
El premio a la mejor dirección fue para Amanecer (Petit Matin, Christophe Loizillon, 2013), película coral en donde se muestra el día de una defunción y las diferentes reacciones de todos aquellos personajes cercanos a la difunta. Los diferentes puntos de vista –incluido el de un can− y los modos de enfrentarse a la muerte presentados sin aditamentos musicales ni otros aderezos formales, ganaron a un jurado quizá demasiado impresionado por los planos secuencia.
A punto estuvo Bienvenidos y… nuestras condolencias (Welcome and… our Condolences, Leon Prudovsky, 2012) y La tropa de la selva (Les as de la jungle, David Alaux y Éric Tosti, 2013), de arrebatar a Aya el premio del público al mejor mediometraje. La cinta de Prudovsky cuenta, en primera persona y jugando con la estética found footage, la emigración de una familia de judíos rusos a Israel en plena caída del bloque soviético, si bien, el argumento posee ciertas filiaciones con Este muerto está muy vivo (Weekend at Bernie´s, Ted Kotcheff, 1989), pues el fallecimiento súbito de la tía abuela del protagonista en el avión que les traslada a la tierra prometida será el comienzo de una divertida odisea por obtener la nacionalidad israelí. Bienvenidos… se muestra como una comedia solvente y bien hilvanada, en donde la hipérbole cumple la función de crítica, denuncia y documentación histórica.
La expresión férrea a la par que inquieta y asustada de Léa Drucker fue laureada con el premio a la mejor actriz por Antes que perderlo todo (Avant que de tout perdre, Xavier Legrand, 2012), una cinta sobre la violencia de género convertida en dinámico thriller. La película narra la huida de Miriam (Drucker) y sus hijos una mañana cualquiera, el periplo de los protagonistas hasta encontrarse a salvo de su maltratador. Antes que perderlo todo resulta un mediometraje especialmente tenso que demostró cuán angustioso puede ser el sonido de las cajas registradoras de un supermercado.
Swann Arlaud obtuvo el premio al mejor actor por Lazare (Raphaël Etienne, 2013), en donde interpreta al menor de dos hermanos que emprenden un viaje en coche hacia la casa de su padre, al cual van a conocer por primera vez. Un accidente en la carretera sesga la vida del mayor causando una reacción de fuga en el personaje de Arlaud, que hará todo lo posible por cumplir aquello que ambos hermanos se propusieron. Parafraseando a su director, Lazare se define como una miscelánea entre tragicomedia y road movie con coche fúnebre.
No había lugar para la discusión con respecto al premio a la mejor música y fotografía. Samuel Laflamme ha compuesto una intrigante melodía en donde los instrumentos de cuerda sostienen el secreto escondido en Tras el castigo (Après la peine, Anh Mink Truong, 2012), mientras Vincent Biron y Luc St-Pierre inspiran la luz de sus interiores en los maestros holandeses del siglo XVII. El argumento relata la historia de un hombre que despierta en el hogar de una adusta anciana − interpretada excelentemente por Monique Miller− sin recordar absolutamente nada sobre su pasado. Sin embargo, en el pueblo todos le conocen demasiado bien y no cejarán en su empeño de vengar los daños pretéritos. Una interesante narración sobre la mortificación –no en vano aparece la cruz de San Andrés−, la pena de muerte y la legitimidad de la venganza; un cuento gótico en donde el protagonista pudiera pasar por un trasunto de Prometeo.
Aquellos que aún no hayan descubierto Fuego y Aya, cuentan con una segunda oportunidad el próximo sábado 30 de noviembre en el Centro Obrapropia Cultural (calle Puerto Rico, 40). A partir de las ocho de la tarde tendrá lugar La Cabina FilmBest, una fiesta en la que, además de proyectarse los dos mediometrajes ganadores según el jurado y el público, se visionará un Mediometrash para concluir con una amplia sonrisa.
Teresa Cabello
Lee la segunda parte de este artículo: La Cabina: La comedia humana (II).
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