Karime Amaya

#MAKMAMúsica
Entrevista a Karime Amaya
Galardonada con el Premio Revelación en el Festival de Jerez
Panorama Flamenco
Teatre Talia
Caballeros 31, València

El apellido Amaya y una foto en blanco y negro cuelgan de uno de los carteles de la fachada del teatro y en la calle aguarda una cola más larga que la que cabe en un andén. Ese mismo público derramará, poco más de tres cuartos de hora después, todo su entusiasmo una micra de segundo después de que su bata de media cola asome por uno de los lados del escenario.

-Tú a lo tuyo, eh. Pregunta que puedo escuchar, pintarme y contestarte.

A unas decenas de metros de la puerta del Teatro Talía, en los camerinos, una luz de quirófano sin mesa de autopsias ni utillaje se deja caer sobre Karime Aguilar Algaba (Ciudad de México, 1985). El apellido justifica de sobra la expectación: sobrina nieta de Carmen Amaya e hija de Mercedes Amaya, La Winy.

De ahí que su tarjeta de visita no provoque dudas. Sobre un banco ajustado debajo de un espejo que cubre toda la pared, un café se va enfriando a bocanadas. Karam viene del árabe y significa generosidad. Entre sorbo y sorbo, palabrea y rememora nombres inmortales, familiares.

La tía abuela, Carmen Amaya, La Capitana, fue un icono dentro y fuera del flamenco. Inspiró la colección ‘Crucero’ de Dior. Participó junto a Antonio Gades en la versión ajamonada e ibérica de ‘West Side Story’, ‘Los Tarantos’, donde en lugar de bandas con el rostro duro, cadenas y el tupé bien armado se peleaban clanes gitanos, los Tarantos y los Zorongos.

Un universo intercambiable con las pandillas de Nueva York que aparecen en el filme y muestran una fijación por las motos, los vaqueros, los ligueros y los botines con doble fondo que ocultaban navajas y pinchos de todo tipo.

Karime ha rebuscado en sus adentros, en la herencia, y ha ahondado en la carga poética de la bailaora que se explica mirándose al espejo, e incluso, con más madurez, ha desembocado de una forma natural en la enseñanza.

Karime Amaya, en un momento de la entrevista con Sergio Moreno, en el Teatro Talía de València. Foto: Sergio Lacedonia.

Tu abuelo, Chiquito de Triana, fue cantaor; tu abuela, bailaora, como tus tías y también tu madre; tu bisabuelo, tu padre, Santiago Aguilar, y tu hermano Luis Santiago El Tati, guitarristas. ¿Si no te hubieras dedicado al flamenco se te habría considerado un bicho raro? ¿Una loca?

Ya desde chiquita bailaba mucho en casa y me metía en las clases que daba mi abuela. Desde muy niña tenía el instinto natural de bailar, de verlo en casa, de ver a mi abuela en las clases, a mi tía abuela también en las clases, a mi madre… Tengo esos recuerdos desde que tengo tres años. Antes ya tenía fotos de festivales de la escuela de mi madre donde salía vestida de flamenca con dos añitos. Entonces, estaba muy graciosa y me pedían “baila, baila”.

¿Hubo, al principio, algo de rebeldía en ese destino familiar? 

Tuve una época más rebelde y empecé a decir que no. Con nueve, diez u once años no dejaban de pedirme que bailara y por llevar la contrario me negaba. A los doce me di cuenta de que dedicarme a esto era inevitable.

Una de las historia más comunes y repetidas de los flamencos españoles es que residen muy bien en España pero el pan se gana mejor fuera. La tuya es al revés, naciste y creciste fuera y en 2005 acabaste en España, después de haber compartido escenario con Farruquito, María Pagés, Israel Galván, Antonio Canales… muy distintos en su forma de expresarse, pero todos, o casi, referentes tuyos.

Imagina lo que supone poder cumplir el sueño de poder tener cerca a la gente que tú más admiras, que, como dices, eran mis referentes. Eso fue un sueño. Después, poder tenerlos al lado y aprender de ellos, simplemente escucharlos hablar y ver cómo funcionan y cómo se desenvuelven, para mí fue un aprendizaje.

El hecho de poder ir con Tomatito, por ejemplo, y escuchar cómo hablan los músicos, cómo viven el flamenco, escuchar una conversación de anécdotas que tenía con Camarón, eso ya es un aprendizaje que difícilmente puedas tener en otro lado. De alguna u otra manera es muy difícil absorberlo. Es maravilloso y muy diferente a lo que puedes aprender en una escuela o en un conservatorio o con muchas horas de estudio propio. Te hablo de algo inmersivo y grandioso.

Karime Amaya, durante su actuación en el Teatro Talía de València. Foto: Sergio Lacedonia.

En el folclore mexicano existen ritmos muy parecido a los del flamenco y existen palos que prácticamente se conocen con el mismo nombre. ¿Has tratado de jugar con esas dos herencias, de probar aleaciones con esos materiales?

No creas que sé mucho del tema. De alguna manera tiene que haber influido la conquista, ha tenido que quedarse esa huella. En Veracruz, por ejemplo, el son jarocho y los ritmos del son jarocho son muy parecidos a la bulería. Hay palos, como la petenera, que los vemos en el flamenco y en México hay un estilo de cante que también se llama petenera. El fandango veracruzano y el fandango flamenco no son idénticos, pero hueles esa influencia, el contacto que tienen.

De México lo que menos te gusta es el público. O más bien su mitomanía. Lo encuentras demasiado pelota con los artistas españoles por el hecho de serlo.

Hay de todo. No es como para generalizar. Pero hay mucha… ¿cómo te diría? Hay mucha desinformación y está el típico que llega y lo venden como artista español, y ¡qué maravilla! En México se le llama a esto el síndrome de la malinche. Es como adorar al español que se quedó ahí.

Muchas veces no logran ni distinguir si es bueno, si es de calidad. Solo se tiene en cuenta que es español y no importa nada más. Gracias a Dios, hoy en día, y te lo digo porque vengo de allí, hay muchísima más información, veo flamencos mexicanos muchísimo más preparados, con muchas más ganas, con un talento increíble y discerniendo un poquito más.

A pesar del tonelaje de tu apellido, al llegar a España hiciste carrera en el Palacio del flamenco y en otros tablaos, como El Cordobés o en Bajarí (Barcelona, en caló, la lengua de los gitanos españoles). ¿Son los tablaos una escuela inigualable? 

Yo he estado en todo el mundo. En todos los continentes, menos en Australia. Aún. Empecé, como bien dices, mi carrera en los tablaos, como creo que la gran mayoría de artistas. Hoy en día son muy pocos no han pasado por ahí. Muy pocos.

El hecho de venir de donde yo vengo no significa que haya sido todo color de rosa. Quien lo piense, es mentira. Me ha costado un trabajo poder hacerme mi nombre y buscar un hueco en este en este mundo. Y he picado piedra, como todos, y sigo picando. No me han regalado nada por venir de la escuela Amaya y ser sobrina nieta de quien soy.

Karime Amaya, en plena actuación en el Teatro Talía de València. Foto: Sergio Lacedonia.

¿Qué diferencias existen entre los tablaos españoles, como Cardamomo o Casa Patas, los mexicanos, como el Gitanerías, y los japoneses como el Garlochi? Por citar otros en los que te has lucido.

La diferencia más grande que veo es que en España los tablaos son frecuentados por turistas; y en México y en Japón suelen ir más aficionados. Casi me atrevo a decir que son más auténticos los que hay fuera de España que dentro. Me refiero al público. Para cualquier artista estos espacios son una escuela inigualable. Tienes al público cerca, el número de espectadores es limitado. Es una universidad para formarse, ya seas guitarrista, cantaor o bailaora.

¿Y respecto a un teatro?

He conocido los dos mundos: los tablaos y los teatros desde muy pequeña. Y desde los 16 o 17 años he tenido la oportunidad de participar en grandes festivales en Estados Unidos. En ambos la exigencia es diferente y se tiene que abordar de maneras distintas. El tablao te exige mucho porque estar un día y otro día y otro y la rutina se puede volver algo difícil. Cuando eso ocurre es complicado conectar con el público que ha ido con toda la ilusión a verte, no le llega.

El teatro es un espacio muchísimo más grande que te exige, para empezar, llenarlo. Como artista tú tienes al público más lejos, entonces tienes que conectar, buscar ese vínculo con gente a la que no logras ver. En el tablao los tienes cerca, encima. Para mí son igual de importantes, he aprendido en los dos sitios y estoy muy agradecida.

‘Amaya Linaje’, ‘La Fuente’, ‘Sangre’... son títulos que han llevado tus espectáculos que hacen sospechar en una mirada de reojo a la historia del flamenco, a la familia sobre todo…

No se puede decir mejor. Ha sido la intención de mostrar de dónde vengo. Ya mi abuelo era un cantaor, un pedazo de cantaor que sale en las enciclopedias del cante. Sin embargo, a mí se me identifica por mi tía abuela, ¿no? Lo que pretendía mostrar es que detrás hay aún más gente. Es mi homenaje a la saga de la que vengo, mis orígenes, mis raíces.

A tu tía abuela no tuviste ocasión de conocerla. La imagen que tienes de ella es fruto de una reconstrucción a partir del testimonio de tu abuela, de la memoria familiar… ¿Qué le habrías preguntado, de haber tenido la oportunidad de tenerla delante de ti?

Me dejas sin saber qué decir. No sé. ¿Qué le podría decir a un personaje tan grande para mí, por el que siento tanto amor, tanto respeto? Lo que sé es a través de mi abuela, su hermana, que fue quien me crio. Solo se llevaban un año. Tengo mucha información de mi tía a través de mi abuela y me enseñaron a amarla, a quererla y a respetarla.

Si la hubiera tenido cerca, no creo que hablásemos de nada relacionado con el mundo del arte. Me interesaría más preguntarle por la familia y por ella, para conocerla mejor. Ha sido una figura que no solo bailaba, es que cantaba, actuaba, hizo películas en Hollywood. O sea, hay un cráter en Venus que tiene su nombre. Es uno de los personajes más grandes que ha dado España.

Karime Amaya, durante su actuación en el Teatro Talía de València. Foto: Sergio Lacedonia.

En alguna ocasión has sido muy crítica con el circuito de festivales, donde siempre se ve y se repiten los mismos nombres, y la afición de los españoles al flamenco.

Para mí falta variedad y hay muy poco riesgo en las programaciones. Se va a lo seguro y si un artista llena, no se complican. Por supuesto que a quien se le da la oportunidad suele llevar a un pedazo de artista, que está ahí por algo y se lo merece, seguramente, pero es todo repetitivo.

La autoproducción, en esos casos, tampoco es una salida porque si no hay padrino no hay confianza. 

A mí me ha costado mucho. Antiguamente sí que había más managers, productores, que se volcaban mucho más con el artista y apostaban y estaban siempre encima. Hoy en día cuesta un poquito más que alguien apueste su dinero.

Tu baile tiene mucho poderío. Sobre todo, en las piernas, algo que te asemeja al estilo de los Farrucos. Si cortamos el baile en fragmentos muy pequeños, casi como un cuadro de Duchamp, ¿a qué parte podríamos atribuir cada expresión? Es decir, cómo se organiza el cuerpo para transmitir.

No solo se puede transmitir la fuerza a través de los pies. Se puede también con una mirada, un gesto, un desplante, un brazo, con la cabeza. Se dice mucho que tengo esa facultad en los pies, la fuerza, y eso define mi baile. Me viene de familia. Mi tía volaba con los pies, bailaba con claridad y mucha fuerza.

En su época, la mujer se caracterizaba por bailar simplemente de cintura para arriba. El hombre era el que metía los pies, estaban más marcados. Esos códigos los rompió también mi tía. Dijo: “Como yo soy mujer, pero tengo estas facultades, yo también voy a meter los pies”. Al final en el baile interviene todo el cuerpo para transmitir un mensaje concreto, la emoción.

Hablando de transmitir. Como profesora o maestra, ¿cómo enseñas cuando enseñas?

A la hora de coreografiar necesito tener algo tangible para crear algo. Cuando le digo a mi hermano que tengo una idea, lo primero que hace es crear la música. La escucho, la memorizo, la integro y a partir de ahí empiezo a imaginar los movimientos. Veo los pies claros, veo el cuerpo, los giros.

Una cosa es la enseñanza y el enseñar a alguien a bailar y otra crear. Para enseñar hay que tener en cuenta las condiciones de quien va a aprender y saber que muchas veces lo que a ti te viene bien puede no venirle bien a la otra persona. Más importante que la técnica o los movimientos lo que es principal es enseñar a aprender, a explorar en su interior y a que sean capaces de desarrollar todo su talento.

Si no saben ver y escuchar, lo único que hay es una imitación de un guitarrista, de un bailaor. Cuando estás delante piensas, qué bien, pero este baile es de fulanito o de menganita. ¿Y tú quién eres? ¿Quién quieres ser? Búscate, enciérrate. Ya te han dado los maestros las herramientas y ahora te toca a ti hacer ese trabajo para mostrar quién eres. Desarróllate, crea. Es difícil. Lo más difícil de un artista, ¿no?

Karime Amaya
Karime Amaya, en un momento de la entrevista. Foto: Sergio Lacedonia.