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‘Vagalume’, de Julio Llamazares
Alfaguara, 2023
Si hay alguien en este país que sabe de lo que habla cuando se habla de literatura, ese es Julio Llamazares. Desde que a principios de los ochenta se reveló con ‘Luna de lobos’ y ‘Lluvia amarilla’, el que fuera peregrino y relator laico de las catedrales españolas en ‘Rosas de piedra’ y ‘Rosas del sur’, ha construido su propia arquitectura literaria que combina la narrativa con la poesía, el ensayo, libros de viaje y guiones de cine.
«Cuando era un chaval, me puse a escribir y al levantar la vista del papel descubrí que ya era un viejo», dice el autor leonés apropiándose de una frase de Miguel Delibes.
El título de su última novela, publicada esta primavera por Alfaguara, necesita traducción para los que no hablan gallego o portugués. Se llama ‘Vagalume‘, que en esas lenguas significa ‘luciérnaga’. Llamazares se enamoró de la sonoridad y significado de esa palabra y la adoptó para representar la figura del escritor que urde sus historias en la soledad nocturna con esa diminuta luz que vaga en la noche.
Curiosamente, su propio apellido también sugiere una luz, una brasa ardiente aliada con la fuerza del azar, de los azares. Llama y zares, otra versión que admite múltiples interpretaciones.
El protagonista de ‘Vagalume’, César, es un escritor consagrado que viaja a una ciudad del interior donde se inició como periodista para asistir al entierro de quien fuera su mentor, Manuel Castro. Lo que iba a ser una breve estancia se alarga cuando descubre que su maestro mantenía ocultas varias novelas inéditas, cuya existencia ignora incluso su perpleja viuda, Elvira y sus dos hijas.
¿Por qué Castro escribía en secreto cuando se encerraba en su despacho? ¿Lo hacía en homenaje a su padre, un maestro represaliado por el franquismo que tuvo que convertirse en escribidor de novelitas de quiosco, dos o tres por semana, para mantener a su familia?
«’Vagalume’ intenta averiguar de dónde viene esa necesidad que tenemos algunos de escribir y habla también de las vidas secretas de los otros», dice Llamazares. El origen de la trama es una historia real, la de Mario Lacruz, editor de Seix Barral y otros sellos, un hombre valiente que se atrevió a publicar los ‘Los versos satánicos’ de Salman Rushdie bajo las amenazas de los islamistas que asesinaron a varias personas implicadas en la difusión de la obra maldita.
«Cuando me enteré, a través de Max Lacruz, el hijo de Mario, de que su padre había dejado varios manuscritos originales e inéditos entre novelas, ensayos y guiones, algo se me removió por dentro y quise replantearme preguntas sobre mi oficio».
«Entre la pena y la nada elijo la pena». A partir de esa cita de Willian Faulkner (‘Palmeras salvajes’), que reivindica la vida pese a al sufrimiento que implica, Llamazares entona un himno a su pasión, juntar palabras y contar historias.
«Un escritor es una luz en la noche. Tras cada ventana iluminada hay un alma semejante a nuestra alma, una náufrago del sueño y un superviviente del día que se termina o que va a empezar que está esperano que alguien le hable para responder». Él es una de esas luminarias, escritor vespertino y nocturno que requiere de silencio y concentración. Una luciérnaga palpitando en la penumbra.
«Las luciérnagas casi han desaparecido a causa de la contaminación y el cambio climático, sin embargo los escritores o quienes se consideran como tales proliferan hoy día. Se dan codazos para aparecer en los medios y firmar en las ferias. Vivimos tiempos de intrusismo y de confusión que desprestigian a la literatura».
Mientras César va leyendo las novelas de Castro con la intención de descubrir los motivos que tuvo para escribirlas clandestinamente, pasea por la ciudad en compañía de su antiguo colega, el periodista Carracedo, representante de una especie en extinción, la del hombre que vive y trabaja toda su vida en el mismo lugar.
El periodismo consiste «en escribir de todo sin involucrarse en ello», afirma Carracedo muy dado a las sentencias: «Todos tenemos tres vidas: una pública, una privada y otra secreta». «A partir de cierta edad todos somos supervivientes…».
En compañía de su amigo, que recorre siempre los mismos bares al atardecer o en solitario, César recorre la ciudad que no ha pisado desde hace treinta años y que ya no reconoce, con su inevitable dosis de turistas y modernidad impostada.
«No es León como muchos piensan», aclara Llamazares. «Aunque se trata de una ciudad imaginaria, me he inspirado más en Zamora, Salamanca o Soria. Un lugar relativamente tranquilo donde se respira una atmósfera crepuscular acorde con el talante de los protagonistas, viejos vaqueros que retornan a la reserva impregnados de melancolía. Tras una larga ausencia, César se siente extranjero de su propia memoria, la gente que conocía va desapareciendo y ya no se ve reflejado en el espejo de esas calles que conducen a un gran río que bien podría ser el Duero”, señala Llamazares.
“Es allí donde un viejo puente en desuso se mantiene todavía en pie invadido por la vegetación, una imagen con la que Castro se identifica. El puente abandonado, el primer título que tenía previsto hasta que me tropecé con ‘Vagalume’, una palabra bellísima que transmite la imagen de una lumbre que vaga en la oscuridad», añade.
En realidad, ‘Vagalume’ es como una muñeca rusa. Una novela que abarca también las obras literarias escritas por Castro que César va leyendo y de las que conocemos su título y contenido a grandes rasgos. Ocho novelas, un par de libros de relatos y una pieza dramática, ‘Carácter y destino’ que facilita las claves para desvelar el misterio que encierra Castro, lo que realmente le empujó a escribirlas en secreto.
«Se escribe por necesidad vital y a veces también económica. Creo que la pasión de escribir tiene raíces genéticas y nace contigo. Conozco el caso de muchas personas que no parecían llamadas a hacerlo pero han acabado escribiendo. En mi caso se trata de una pulsión que me anima desde que tuve uso de razón. No hubo un momento en el que decidiera ser escritor. Siempre lo he sido. Una condición no una condena. Como decía al principio, empecé a escribir de chaval y cuando me di cuenta ya era un viejo».
A la necesidad de escribir se suma la de ser leído, y en ocasiones incluso la supera. Eso explica que en estos tiempos de vanidad y narcisismo muchos presuntos escritores se gasten dinero para ver su trabajo en papel, negro sobre blanco. El caso de Mario Lacruz, que un editor importante mantuviera ocultas sus creaciones es un misterio inexplicable.
¿Cuántos relatos inéditos flotan en el limbo literario? Imposible saberlo. ¿Una novela sigue siendo una novela, aunque nadie la lea? «Sí, porque las palabras están ahí. Igual que una flor es una flor pese a que nadie disfrute su aroma y su belleza», responde Julio Llamazares.
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