Juan Olivares

#MAKMAArte
’Terra d’aigua – 30 anys’, de Ramon Guillem + Juan Olivares
Entrevista a Juan Olivares
Diseño expositivo: Paula Vázquez (Aliques)
Octubre Centre de Cultura Contemporània (OCCC)
Sant Ferran 12, València
Hasta el 25 de junio de 2023

Juan Olivares dice ser optimista por naturaleza. Pero un optimismo que bien pudiera ir ligado a esta ‘Alegría’ del poema de José Hierro: “Llegué por el dolor a la alegría. / Supe por el dolor que el alma existe. / Por el dolor, allá en mi reino triste, / un misterioso sol amanecía”. Y es así, con esa alegría nacida del dolor, como Olivares se sumerge en ‘Terra d’aigua’, el poemario de Ramon Guillem, del que ambos celebran los 30 años de su primera edición con una muestra en el Octubre Centre de Cultura Contemporània (OCCC) de València.

No es por azar, aunque algo de eso haya, que Olivares encuentre en ‘Terra d’aigua’ motivos sobrados de inspiración para trasladar al lenguaje pictórico los poemas de Guillem, ni que éste confíe en aquel su honda poesía trufada de instantes agridulces propios del sujeto habitado por las paradojas de la existencia.

No es por azar, por tanto, que ambos lleven tiempo sumando sus respectivas inquietudes artísticas, sino por la lógica matérica de sus propios lenguajes. De ahí que confluyeran, ya de primeras, en aquella ‘Gramàtica de l’atzar’, que Olivares expuso en la galería Valle Ortí en 2007, y que Guillem tradujo en forma de poema desglosando los términos del conjunto expositivo en ‘La gramática i l’atzar’, que empezaba de una forma muy sugerente: “El llenç és blanc, un silenci perfecte”.

De izda a dcha, Emili Payà, del Octubre Centre de Cultura Contemporània, Juan Olivares y Ramon Guillem, durante la presentación de ‘Terra d’aigua’. Foto: Prats i Camps.

Un lienzo en blanco que Juan Olivares se ha dedicado a convertir en espacio de fértil alumbramiento formal, a partir de los claroscuros destilados en la poesía de Ramon Guillem. Y lo ha hecho siguiendo, precisamente, el pálpito que, en su caso, bombean los dedos puestos a la escucha de ese silenci perfecte. ‘Un silenci’ con el que, a su vez, arranca Guillem su ‘Terra d’aigua’, a modo de síntesis de su honda poesía: “Hi ha una part de mi que no és meua…”.

De manera que es así, a base de silencios que de pronto estallan para sembrar el lienzo en blanco de formas sinuosas, telúricas, relampagueantes, ligadas a las palabras igualmente provistas de la energía propia de lo que habita en las profundidades abisales y volcánicas –las también pulsionales del ser–, como Olivares y Guillem suman sus fuerzas creativas para dar a luz esta ‘Terra d’aigua’ que la diseñadora Paula Vázquez, del estudio Aliques, ha dispuesto en la sala de exposiciones del Octubre.

“Conforme iba leyendo los poemas, iba realizando las obras en mi estudio, inspirándome de una manera abstracta en todos ellos”, comienza explicando Olivares, para quien se trata de “un trabajo muy emocional; me he dejado llevar de una forma totalmente lírica, casi como [Vasili] Kandinski cuando escuchaba la música de [Arnold] Schönberg”.

Las 17 obras de Juan Olivares para la exposición ‘Terra d’aigua’, fotografías en el suelo de su estudio. Imagen cortesía del autor.

No es tampoco casual la apelación a Kandinski, quien dijera: “El color es un teclado, los ojos son un martillo, el alma es una cadena. El artista es la mano que juega, tocando una tecla u otra, para causar vibraciones en el alma”. Vibraciones que recorren el espacio expositivo integrado por las 17 obras de Olivares, vinculadas con otros tantos poemas de Guillem traducidos a distintos idiomas –tantos como ha dado lugar su celebrada ‘Terra d’aigua’– en paneles de diferentes colores.

Un video completa la exposición con la entrevista que À Punt realizó al poeta de Catarroja, en el puerto del municipio valenciano y en el estudio de Olivares, porque se da la coincidencia de que ambos son de Catarroja, al igual que Paula Vázquez y que el cantante Miquel Gil, que tocó durante la presentación de la muestra en el Octubre.

“Es un poemario duro”, advierte el Olivares, “no es lírico, pero siempre te deja una puerta abierta. Aunque reflejan como una decepción general, hay una esperanza, lo cual me permitía introducir colores más allá de los azules del agua o los ocres de la tierra”.

Vista de la exposición ‘Terra d’aigua’, de Ramon Guillem y Juan Olivares. Imagen cortesía del autor.

Esa dureza mezclada de esperanza puede percibirse ligando ‘Nit’ con ‘Sol’, la oscuridad y la luz: “Aquesta nit m’habiten els cucs com un tret entre silencis’ [Esta noche me habitan los gusanos como un disparo entre silencios], con el que termina ‘Nit’, entrelazándose con el final del segundo poema, “Sol, de bat a bat et deixaré la finestra” [Sol, de par en par te dejaré la ventana].

Dicho lo cual, Olivares precisa: “Yo soy muy optimista por naturaleza, aunque tenga mis momentos de cabreo o de decepción, pero ese optimismo es la fuerza que me incita a trabajar; la alegría de vivir”. Y como esta descripción puede inducir a pensar en un optimismo banal, insustancial, el artista de Catarroja profundiza en ello.

“Es un optimismo que no tiene nada que ver con los libros de autoayuda, sino con la percepción de que la vida es dura para todos, pero sabiendo buscar ese camino hacia la luz. Es como los estoicos –Séneca, Epicteto–, que son referencias para mí, y que aluden a la fuerza creadora a partir de ese trasfondo duro de la existencia. Hay que saber de eso para crear. El optimismo me viene de ahí, de esa fuerza creativa que conoce el lado oscuro de la vida”.

Séneca, de nuevo, recordándonos lo que anida en el espíritu creativo de Olivares: “A través de lo áspero se llega a las estrellas”, que puede servir para cerrar la energía aludida en ese optimismo. Optimismo que vuelve a delatar su perfil a través de la estructura formal de los cuadros.

Una de las obras de Juan Olivares, en la exposición ‘Terra d’aigua’, en el Octubre Centre de Cultura Contemporània.

“Yo en los poemas de Ramon veía el agua negra, más que azul, y la tierra era almagra, con ese rojizo potente que yo asocio con el de la huerta valenciana, porque cuando una tierra es roja es porque es fértil. De ahí ese contraste entre la tierra fértil y el agua que se está pudriendo y es negra. Esto es lo que yo me monto a la hora de pintar”.

Juan Olivares se refiere igualmente a la especie de caos que puede sugerir su obra y que el artista plástico vincula con el free jazz. “Hay una especie de caos, como si fuera una orquesta en la que va cada uno a su aire, para luego encontrar un punto de equilibrio, que es como un descubrimiento, y una vez alcanzado ya sabes que la pieza está acabada: es como un destello; el instante en el que todo cuadra”.

Dice que, a su juicio, la poesía y la pintura casan bien. Tanto es así, que de igual manera que Olivares observa en la obra de Guillem esa dureza con hálitos de esperanza, también el poeta vislumbra en los cuadros del pintor una similar sensación de pérdida con sentido final. “Ve mi obra como si fuera un barco a la deriva, un trabajar continuamente, con la esperanza de encontrar en un momento dado cierta salvación”.

Se cierra así cierto círculo iniciado con ‘La gramàtica de l’atzar’, aunque más que círculo habría que hablar de una espiral envolvente entre ambas sensibilidades artísticas: “En ‘La gramática del azar’ intentaba crear un orden dentro del caos, porque aún en el caos hay una gramática”, concluye Olivares, que reconoce su predilección por dos de sus obras de la exposición, las que ilustran ‘Sang necessària’ –“por los rojos que salen del azul, por el contraste”–, y ‘Descoberta’ –“por su desgarro y ese puñal cortante”–.

Dos sensibilidades tan vinculadas entre sí como amantes de las paradojas y contradicciones de la existencia: Juan Olivares y Ramon Guillem, de nuevo, a rebufo de Séneca: “La armonía total de este mundo está formada por una natural aglomeración de discordancias”. Como en ‘Terra d’aigua’, que el Octubre acoge hasta el 25 de junio.

Juan Olivares
Juan Olivares, en la exposición ‘Terra d’aigua’, que acoge el Octubre Centre de Cultura Contemporània.