Irati

#MAKMAAudiovisual
‘Irati’, de Paul Urkijo Alijo
Con Edurne Azkarate, Eneko Sagardoy e Itziar Ituño, entre otros
111′, España | Bainet Zinema, Ikusgarri Films, Kilima Media y ETB, 2022 
Nominada a cuatro Premios Goya 2022 (guion adaptado, música original, canción, diseño de vestuario y efectos especiales)
Premio del público y mejores efectos especiales en el Festival de Sitges 2022

En una época muy anterior a la que nos ha tocado vivir, en donde la tecnología consistía en usar poleas para izar tablones de madera con el fin de construir edificios o templos; una época en la que la magia, la superstición y la religión se confundían entre sí (sin tener muy claro cuál de ellas era la opción correcta), en medio del juego de supervivencia ubicado en la Alta Edad Media (desde el siglo V hasta los siglos IX y X).

Es a esa época, en la que el cristianismo imperaba y la iglesia católica se expandía a una velocidad inusitada por todo el continente europeo, adonde nos lleva el director Paul Urkijo Alijo (Vitoria-Gasteiz, 1984) en su segundo largometraje, tras su ópera prima ‘Errementari (El herrero y el diablo)’, de 2017, con la que se ganó una nominación a los Premios Goya en la categoría de mejores efectos especiales.

En ‘Irati’, nos muestra cómo en una sociedad de casas nobles del valle pirenaico de Roncesvalles los títulos nobiliarios pasaban de padres a hijos, y donde lo más importante era la tierra que habitaban. Una tierra y unas gentes que se vieron envueltas en decenas de batallas por el territorio, ya fueran por los invasores del sur o por los vecinos francos del norte, aunque las verdaderas batallas se libraban dentro del corazón y el alma de cada hombre y mujer.

Edurne Azkarate, en un fotograma de ‘Irati’, de Paul Urkijo.

Cada religión obligaba a rendir culto a lo que traían consigo, pero con lo que no contaban esas dos grandes religiones era con el culto a la madre tierra que había ido pasando de generación en generación a lo largo de los siglos en dicho valle. Y por eso cada hombre expresa y siente la fe que mejor le conviene, no siendo esto suficiente. De ahí que cada culto requiera un tributo, ya sea en forma de alma o en forma de sangre.

En los primeros diez minutos de metraje, la cinta nos muestra cómo la superstición de ese paganismo hace implorar el favor de la madre tierra para conservar los dominios ante el avance de los enemigos francos. La mezcla que se hace en estos minutos es de lo mejor la cinta, pues aparte de presentar los temas troncales de la historia, Urkijo nos lo adereza con una batalla que nada tiene que envidiar a esas grandes producciones del cine fantástico medieval a las que estamos acostumbrados hoy en día.

La película nos muestra cómo esa cultura a los ritos paganos ya se encontraba en desuso. Apenas quedaba nadie a quien recordar el nombre de los antiguos dioses, y los pocos que recordaban sus nombres eran llamados locos o herejes y apartados a los bosques colindantes, fuera de una ciudad en ciernes.

Eneko Sagardoy, en un fotograma de ‘Irati’, de Paul Urkijo.

La naturaleza que se presenta en esta cinta tiene que ver con las fuerzas místicas de las que nos hablan en la pantalla: somos capaces de verlas, intuirlas y, en algunos casos, hasta podemos olerlas y sentirlas tan dentro de nosotros como la sangre que corre por nuestras venas.

Los parajes naturales donde se rodó son un personaje más en la obra del realizador alavés. Los paisajes del País Vasco y del valle pirenaico de Navarra cobran vida y son el escenario perfecto para evocar cómo la naturaleza se encuentra en armonía con el misticismo que flota a lo largo de todo el filme.

Unos bosques donde cada árbol ensombrece a los propios actores bajo sus copas gigantes y donde los arbustos parecen esconder algo maligno tras ellos, aunque que no sean más que los propios animales que recorren su hábitat sin mirar siquiera a los humanos.

Las cuevas nos llevan al centro de la tierra como si iniciáramos un viaje al útero materno, en tanto madre tierra que nos lo ha dado todo, mientras, a cambio, nosotros la abandonamos a su suerte olvidándonos de ella.

En ese camino, las sombras fantasmagóricas que acompañan al protagonista en su viaje de autodescubrimiento se convierten en roca, para más adelante llegar incluso a mirar a los ojos de esos intrusos que han entrado sin permiso en sus dominios.

Estos efectos especiales hicieron ganarse la nominación en dicha categoría en los pasados Premios Goya. Pero no fue esa la única nominación que recibió, pues fueron cuatro más: a guion adaptado, música original, canción y diseño de vestuario. También en el pasado Festival de Cine de Sitges 2022 se llevó los premios a mejores efectos especiales y el premio del público. La magia, las supersticiones y la religión tan solo son palabras que, no obstante, como el bosque de ‘Irati’, acaban poseyendo su propio nombre: el nombre de todo lo que existe.