Galería Kessler Battaglia

Horacio Silva

Valencia

Pasaje Giner, 2 (Plaza de la Reina)

Hasta el 6 de abril

Si el optimista, como decía Bernard Shaw, es el que inventa el avión, mientras el pesimista se encarga del paracaídas, entonces Horacio Silva pertenece a la categoría de los primeros. Y como prueba ahí está la serie de aviones expuesta en la galería Kessler Battaglia. No sólo es la primera vez que junta de esa manera tantas aeronaves, sino que también es su primera incursión en el registro del videoarte. Lo hace sin paracaídas, pensando, como buen artista, que no hay peor caída que la simple declaración de intenciones. De manera que Horacio Silva se ha puesto al mando de una exposición de altos vuelos.

La ha titulado Gate-22, por la puerta de embarque de los aeropuertos y porque ese número parece perseguir a Horacio, desde que naciera en una calle de Valencia con dicha numeración. Sus posteriores residencias, también: Conde Altea, 22; Dr. Sumsi, 22; Denia, 22. Ese carácter obsesivo del azar termina lógicamente dejando huella. Y puestos a dejar volar la imaginación, que es lo que Horacio Silva hace en Gate-22, nada mejor que ese título para nombrar el conjunto aéreo dispuesto en Kessler Battaglia, a modo de hangar poético donde el artista deposita sus sensaciones viajeras.

“Ha sido una experiencia muy gratificante”, dice. No sólo en relación al conjunto expositivo, sino sobre todo con respecto a su primera videocreación. “Es conceptual, plástica y sintética”. Tres escasos minutos que resumen la concepción poético visual de la muestra. El video tiene dos elementos: el propio Horacio Silva y diversos aviones que sobrevuelan su figura. “Parezco un gigante, dada la proporción entre mi cuerpo y los aviones”. Y agrega: “Es un personaje que sueña y cuando pasan los aviones se despierta”. También recuerda al emblema de las torres gemelas abatidas por el mal sueño de Occidente. Pero esa es otra de las muchas historias que el video de Horacio Silva puede suscitar.

En el fondo, se trata de eso: de “plasmar imágenes que te emocionen”; que “induzcan a la reflexión”. Metidos en la “piel de acero” del avión, el viajero parece sumergido en el letargo que propicia la altura y la invisibilidad exterior. Ahí, flotando en el aire, hay tiempo para pensar en lo que uno deja y hacia dónde se dirige. Horacio Silva ya mostró su Cuadernos de viaje en Las Atarazanas hace diez años. Entonces vendió uno de sus aviones (“un cuadro muy melancólico”) a la compañía Air Nostrum. Pero nunca había acumulado tantos aviones en una sola exposición. “Viajar me gusta mucho y como no hay viaje sin vehículo que te transporta, me faltaba ese elemento”. Dicho y hecho.

Metidos de nuevo en esa piel de acero del avión, inducido por pensamientos flotantes, Horacio Silva cita a Ulises, el viajero homérico que “no piensa tanto en la llegada, como en el transcurso del viaje”. Un viaje muy presente en su obra, porque Horacio lleva haciendo aviones “desde hace bastante tiempo”. Mucho antes que Almodóvar lo tuviera presente en Los amantes pasajeros. “No es cuestión de modas”, recalca Horacio, sino de “retomar un elemento cuya estructura me gusta”. Le gusta porque “te llena el cuadro de forma muy interesante”. Aviones que en Gate-22 te permiten acceder, por esa puerta de embarque tan obsesiva en la vida y obra de Horacio Silva, al flotante universo de los sueños y las pesadillas.

Salva Torres