Josep Guinovart
Galería Rosalía Sender
C/ Mar, 19. Valencia
Hasta el 31 de mayo
El pintor, dibujante y grabador Josep Guinovart (Barcelona, 1927-2007) siempre entendió el arte como una búsqueda de lo inalcanzable. Búsqueda que amplió a su vez como condición de vida. Que tal búsqueda tuviera como objetivo lo inalcanzable no tenía nada de descorazonador, porque, a juicio del que fuera Premio Nacional de las Artes Plásticas en 1983, ese anhelo se alimenta del deseo que sirve de motor a la existencia. De hecho, uno se muere, incluso en vida, cuando ese deseo se torna resignada espera de la muerte. Y Guinovart se murió porque así de pertinaz es el trágico destino, no porque él abandonara su deseo de creación hasta que le sobrevino el infarto que se lo llevó hace ya seis años.
Guinovart llenó su deseo existencial de azules y ocres, tan pronto señalando el cielo y la mar, como apuntando directamente a la tierra que le vio nacer y con 80 años a sus espaldas morir. Ese combate entre lo luminoso y lo sombrío, entre la vida y la muerte, se puede contemplar en la galería Rosalía Sender hasta finales de mayo. Combate dispuesto mediante 23 obras, en una exposición con algunos de los últimos originales que pintó y una serie de grabados “luminosos” que vienen a dar cuenta de esa búsqueda de lo inalcanzable.
Porque Guinovart, siguiendo el rastro de Aquiles tras la tortuga, persiguió el azul con idéntico anhelo creativo. Se esforzó por alcanzar mediante la abstracción de signos y colores, aquello que en la materia se le resistía. De manera que mientras la lógica le decía que su empeño era imposible, como imposible era alcanzar esa tortuga que se iba ramificando en sucesivas tortugas infinitesimales, su deseo le impulsaba a seguir corriendo tras esos azules y ocres que tanto tenían que ver con su experiencia más íntima.
Ninguna lógica presidía su intensa carrera artística. Porque su obra, primero más realista, luego más pop, y finalmente de una poética abstracción, se movía en otra dirección: aquella que fue dejando atrás el significado para adentrarse en el sentido de lo intensamente, valga la redundancia, sentido. Y lo que sintió Guinovart a lo largo de esa carrera de medio siglo como figura incuestionable de la vanguardia artística española, es un deseo profundo por vivir al margen de tendencias y estilos, para explorar las profundidades de esa materia con la que impregnó su obra.
La galería Rosalía Sender expone algunas de sus últimas piezas, entre las que figuran sus relieves con carcasas de guitarra o gruesas “lágrimas”, junto a grabados “iluminados” por collages y ventanas retocadas. Un conjunto expositivo que merece la pena contemplar, porque en él se hallan algunos de los secretos que el corazón de Guinovart fue almacenando a lo largo de su apasionada existencia. En tiempos de zozobra económica, seguirle el rastro al deseo del artista catalán es como abrir una senda de esperanza de vida allí donde el azul y el ocre combaten cuerpo a cuerpo. Por mucho que su corazón dejara de latir en diciembre de 2007, su obra sigue muy, pero que muy, viva.
Salva Torres
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