Gonzalo Fernández Parrilla

#MAKMALibros
‘Al sur de Tánger. Un viaje a las culturas de Marruecos’, de Gonzalo Fernández Parrilla
La Línea del Horizonte, 2022

“A medida que avanzo en la escritura presiento que es un libro que ya estaba escrito”, apunta Gonzalo Fernández Parrilla en uno de los primeros párrafos de ‘Al sur de Tánger‘ (La Línea del Horizonte, 2022), el libro de viajes que acaba de presentar y que nos hace viajar por un Marruecos a medio camino entre la modernidad más apremiante, la vida cultural vibrante y eléctrica que inunda el país y los ecos de ese escenario de ensueño que tanto gusta a los turistas.

Una obra de creación literaria en la que la formación académica de este profesor de la Universidad Autónoma de Madrid va plagando los párrafos mientras no sabemos si lo que leemos es verdad, verosímil o simplemente mentira, pero que, a fin de cuentas, terminamos reconociendo que no importa, que Marruecos vale eso y más. Que al sur de Tánger se abre un país inmenso en el que podemos ir a conciertos, visitar museos, comer palomitas en un cine o pasear, simplemente pasear por calles repletas de gente que sufre, llora o es feliz y vive una vida tranquila. Gente corriente, gente normal.

Tanto hay al sur de Tánger, empezando por la propia ciudad del Estrecho de Gibraltar, que el libro será puntal primero de esta suerte de viaje iniciático que empieza con los vómitos catárticos del narrador. Situación bien conocida por tantos que, como al autor de estos párrafos, nos lleva a preguntarnos cómo puede compensarnos pasar por ahí. Pero, tras poner el pie en tierra, notar el levante y comenzar a salir del puerto andando (ya cogeremos un taxi), sabemos que siempre va a merecer la pena, que ese rato de malestar es solo un trámite más, como el de pasar por la ventanilla del pasaporte esperando el sello de entrada.

Páginas de reflexiones acerca de la labor de traductor que tan bien conoce al autor, páginas de poesía vívida y sincera; páginas de cuidada labor filológica; páginas de nombres a través de los que conocer quién, qué y dónde se está creando el arte marroquí más contemporáneo; páginas de recuerdos de infancia y enseñanzas temerosas; páginas de soledad y silencio a través de las que husmear al autor.

En definitiva, un libro que debería convertirse en guía práctica para todos aquellos que quieran descubrir un Marruecos más allá de regateos en la medina o té con hierbabuena, como bien insiste Fernández Parrilla, al que aún podemos seguir preguntando cosas, porque ‘Al sur de Tánger’ es solo la puerta de entrada, solo el acceso.

¿Qué hay al sur de Tánger que te ha empujado a escribir este libro?

Al sur de Tánger está Marruecos. Y en Marruecos ha transcurrido gran parte de mi vida; de mi vida profesional, intelectual y afectiva. Al sur de Tánger hay gente maravillosa. Puede que, de alguna manera, quisiera devolver parte de todo lo que ese país me ha dado. Lo más importante, la amistad y el cariño de muchas personas. Este libro, más que de la cabeza, me ha salido del corazón, de las entrañas.

No es un libro académico en el sentido estricto, pero es un libro cargado, completamente plagado de información riquísima que has aprendido a partir de tu dedicación y que empleas para acercarnos a un Marruecos que se aleja del país miliunanochesco de las agencias de viajes. ¿Tu deseo era compartir ese Marruecos que has conocido a través de tantos años de viajes y formación?

Me gusta mucho esa descripción del libro que haces porque es justo lo que he intentado: acercar ese otro Marruecos –mi Marruecos– a un público más amplio. Pertenezco al mundo académico, pero necesitaba, desesperadamente, conectar con otros lectores. Reconozco que esa tensión entre lo académico y lo divulgativo no ha sido fácil de resolver y que me ha hecho sufrir bastante. Ha sido un proceso difícil, plagado de dudas y de inseguridades.

Otra tensión subyacente en el libro, derivada de lo anterior, tiene que ver con la otra idea que apuntas: que mucha gente quiere encontrar ese Marruecos miliunanochesco que va buscando, que no quiere más que eso. Pero también hay gente curiosa, capaz de cambiar de opinión y de animarse a hacer otro tipo de viaje, y esa es la lectora a la que me he dirigido.

‘Al sur de Tánger’ es una invitación a la lectura y una invitación a viajar a Marruecos. Es una invitación a cambiar de ideas a través del viaje y de la lectura, que es para lo que sirve viajar y leer. Ese difícil equilibrio que he intentado mantener entre erudición y entretenimiento está ya, de hecho, en el género árabe de la rihla, la literatura de viajes. Están mis lecturas, mis maestros, mis desplazamientos, pero adaptado al tiempo presente y a mi vocación de docente.

‘Al sur de Tánger’ es sobre todo un homenaje, una invitación a leer a las autoras y autores marroquíes, y en especial a Mohamed Chukri. Me dijo mi hijo que ‘Al sur de Tánger’ es hipertextual, pero que para activar los vínculos hay que tener el móvil a mano. En realidad, ya somos cíborgs.

Es un paseo por Marruecos a partir de su puerta de entrada: Tánger, una ciudad que se desvela crucial en tu vida y en tu trayectoria profesional. Cuántas veces se habrá formulado la misma pregunta y cuántas veces la respuesta nunca es contundente ¿Qué ha tenido y tiene Tánger, porque en este libro se aparece insistentemente?

Ay, Tánger. Tánger está ahí por su propio peso, por su fuerza chukriana, por su cercanía a España, porque es la puerta habitual de entrada a Marruecos, y porque está situada en un lugar de belleza extraordinaria.

El capítulo de Tánger comienza así: “Se abre el telón y se ve el estrecho de Gibraltar. Tánger es el espectáculo del paisaje”. Pero luego está también el maktub, no por manido, menos real. O por decirlo de otro modo, como Borges, en su poema ‘Metáfora de las Mil y Una Noches’, las cosas de la vida humana están “sujetas al arbitrio del Destino/o del azar, que son la misma cosa”. He vivido en Tánger unos años. La he frecuentado. En esa ciudad he conocido el amor y el desamor.

Desde el principio, anuncias que la intención es demostrar que ese otro es más parecido a nosotros de lo que la mayoría piensa. Es sorprendente que a estas alturas de la historia aún tengamos tantos prejuicios como sociedad. ¿De verdad crees que pesa tanto el pasado?

Desgraciadamente, sigue pesando el pasado, pero puede que pese incluso más el desconocimiento, la falta de curiosidad. Cuando un español viaja por primera vez a Marruecos no es como si viajara a Finlandia: parte con un equipaje lleno de ideas preconcebidas, de estereotipos, incluso de miedos.

Mi aspiración se vería cumplida si este libro sirviera para que algunas personas pudieran cambiar su actitud, para cambiarles el chip, su forma de mirar a Marruecos y que pudieran emprender ese viaje con otra mirada. Si a alguien le gusta el arte y cuando va a Europa presume de haber estado en tal o cual museo, que cuando vaya a Marruecos, además de regatear en los bazares de la medina, se anime a hacer lo que habría hecho en cualquier otro lugar.

Literatura contemporánea, cine, artes plásticas, música… A lo largo de estas páginas, mientras paseas por distintos espacios urbanos, nos vas poniendo al día de todo lo último que se está creando en Marruecos y que cuesta trabajo que llegue hasta nuestras pantallas. Insistes en la constante tensión entre modernidad y tradición, pero al leer creo concluir que la modernidad está ganado terreno de un modo apabullante, a pesar de lo que pueda parecer si solamente atendemos a los telediarios. ¿Es así? ¿Cómo es ese Marruecos moderno?

El protagonista aclara al principio el sentido del libro: “No es del Marruecos que suele aparecer en la prensa del que quiero hablar aquí, sino de ese otro que cambió mi vida”.

Uno de mis capítulos favoritos –por lo que significó de ajuste de cuentas con mi propio pasado y por atreverme a fabular sobre temas delicados– acaba con esta reflexión al contar la historia del primer tren de alta velocidad de África –que hace el trayecto de Tánger a Casablanca y que se llama Al Boraq–: “Siempre tradición y modernidad, como un mantra. Ese paradójico vaivén que ya vislumbrara Edmond Amran El Maleh en su obra ‘Recorrido inmóvil’, ese desplazamiento a toda velocidad hacia el futuro sin moverse del sitio”. Creo que es una buena definición de Marruecos. Aunque es una sociedad –supongo que como todas– en constante transformación, no me atrevería a cantar victoria.

Una precisión: desgraciadamente, tampoco estoy a la última, pero he intentado reflejar las tendencias, expresiones culturales y voces más relevantes, pero queda mucho en el tintero. Voy a seguir contando lo que no ha tenido cabida en las páginas limitadas de un libro en la cuenta de Instagram que acompaña a ‘Al sur de Tánger’ desde su gestación, que precisamente se llama @otro.marruecos.

Imágenes de la cuenta de Instagram @otro.marruecos.

Haces una cosa muy importante cuando escribes palabras en árabe, que es escribirlas como deben leerse en español para que suenen correctamente pronunciadas y, de repente, no parezcan palabros casi impronunciables para un hispanoparlante. Entiendo que es parte de ese deseo de normalización que atraviesa estás páginas. ¿Crees, como dice el escritor Said el Kadaoui –al que citas–, que “lo que más miedo da de la persona diferente no es la diferencia, sino que se parezca a nosotros”?

Las palabras y las lenguas están muy presentes a lo largo de todo el libro. Me fascinan. Lo de cómo transcribir es una cuestión compleja e irresoluble. Aunque el criterio de normalización que mencionas es deseable y, aparentemente, pudiera parecer que lo he seguido –con palabras como guembri, halqa o darbuka–, en realidad, no sigo un criterio fijo: sigo, de hecho, varios criterios y algunos contradictorios.

Por ejemplo, ese seguido ese criterio de adaptación para palabras útiles de comida que no son familiares a la lengua española, como la deliciosa crema de guisantes o habas, o de guisantes y habas, bisara. Para palabras que empiezan a abrirse camino en nuestra cultura, como zellige, aunque no tenga nada que ver con su pronunciación, he optado por dejarlas en su transcripción latina más frecuente. No hacerlo hubiera creado una palabra que no existe en Internet.

Para los nombres de autores, si tienen libro en español –que son la inmensa mayoría–, he respetado, claro, cómo se ha transcrito su nombre, aunque si no están traducidos, como Mustafa Misnawi, los he adaptado a la fonética española.

Creo que no hay que ser demasiado estricto en estas cuestiones y reconozco que es imposible encontrar un criterio fijo y que, necesariamente, hay que caer en contradicciones. Si yo tuviera capacidad normativa, dictaría normas tiránicas de transcripción, pero no la tengo [risas]. Me fascina, especialmente, intentar contribuir a que algunas palabras se vayan haciendo hueco en nuestra lengua.

Las palabras tienen su propia vida; hay que detectar las que quieren entrar y ayudarlas, pero no forzar demasiado la maquinaria y que acabe produciendo un extrañamiento en el lector. Por ejemplo, yo llevo años escribiendo “Alándalus”, que creo que es como va a acabar escribiéndose. Una corazonada de lingüista. En una decisión de última hora, los editores se asustaron y lo dejaron en “Al-Ándalus”. Para la segunda edición me han prometido el regreso de “Alándalus”.

También está la tensión entre si transcribir desde la etimología árabe o adaptarse a la fonética variable del dariya. He hecho ambas cosas, por ejemplo con maktub y beldi, y a veces híbridos como sheijat. Total, que está la polifonía y el caos de la vida y las lenguas, porque como dice la canción del grupo de rap Fnaire, Marruecos es un “tayín de lenguas”.

Aunque totalmente de acuerdo con Said, al final de este viaje y del libro subvierto de alguna forma su brillante reflexión de la siguiente manera: “También podría argüirse que lo que más atrae de esa supuesta diferencia es precisamente que se parece a nosotros”. Como comentó en redes Sonia Fernández, de Literafricas, al comunicar que estaba leyendo ‘Al sur de Tánger’, “el viaje que no nos transforma no es viaje”. Me parece un gran hallazgo. El viaje a Marruecos siempre es un viaje iniciático.

Como dijo Durrel (del viaje a Grecia), el viaje a Marruecos también te brinda “el descubrimiento de ti mismo”. Mi viaje iniciático a Marruecos ha sido desde esa alteridad radical que mamamos y heredamos, y con la que se inicia el libro, hacia esta reflexión en las últimas páginas, y ya avanzado el viaje de la vida: “Que esas diferencias lingüísticas, nacionales y religiosas no son más que categorías contingentes que se desvanecen por amistad y por amor, que cualquier pretensión de comunión nacional o religiosa es una mera ficción, como también lo son algunos de los hechos relatados en este viaje en el que me has acompañado”.

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Al final del libro nos desvelas que has escrito verdades innegables, verdades a medias o has manejado esa verdad para el beneficio de una ficción que estabas creando, pero que es puramente basada en la realidad del Marruecos que tú conoces. ¿Dónde querías situarnos? ¿Por qué no te gustaban los ‘Conguitos’ de niño, o era que, al final, sí te gustaban?

Hay verdades innegables, verdades a medias y no verdades. El protagonista es un corresponsal que fue y no soy yo. No todo ha ocurrido, pero no por no ser verdad es mentira. Constituye otro tipo de verdad. Asumo como mío lo que me han contado, lo que he imaginado, lo que he leído, las películas que he visto, lo que he soñado y también alguna cosilla que me he inventado que nunca había ocurrido hasta que la he escrito, pero que perfectamente podría haber ocurrido o que puede, incluso, que ocurra pronto.

Es el sutil mundo de lo imaginal, que es muy sufí. ‘Al sur de Tánger’ ha significado, también, adentrarme en la memoria como lugar de la imaginación, reconocer, como muy bien dijo Siri Hustvedt en ‘Recuerdos del futuro’, que “a menudo recordamos lo que nunca sucedió”. Doy alguna pista de que el narrador no es muy de fiar. Cuenta que su primer viaje fue a Tánger y unas páginas después cuenta que la primera vez que se adentró en Marruecos lo hizo desde Ceuta. Y he de reconocer que, en algún momento, para ser un libro de viajes, la ficción se me fue de las manos, pero ya no tiene remedio.

Ni yo mismo sé ya qué es verdad y qué es menos verdad. En realidad, solo podemos recordar lo que escribimos. La única verdad que perdura es mi poco aprecio por los ‘Conguitos’.

Los ‘Conguitos’ no me gustaban porque me recordaban a esas tartas cubiertas de almendra reseca de los cumpleaños franquistas, en los que siempre acababa vomitando por un problema de acetona. Luego, de adolescente, seguí vomitando por las esquinas mientras los demás estaban alegremente borrachos. Desde entonces, otro trauma infantil: no puedo soportar la mezcla de frutos secos y dulce. El vómito se ha convertido al final en un leitmotiv en ‘Al sur de Tánger’. Tiene que ver con nuestra fragilidad, y me di cuenta de que también era crucial en la obra de Chukri.

El último párrafo empieza diciendo: “A veces sueño que hay levante…”. ¿Este libro es un sueño de futuro o de nostalgia? Como lectora, yo diría que de futuro. ¿Y tú, como autor?

No estoy muy seguro. Hay cosas que a uno se le escapan, cosas que escribes y no sabes muy bien por qué, ni de dónde vienen. Como dice Rachid Lamarti: “Lo que no se ve está ahí […] y posee una presencia que lo visible ni siquiera es capaz de soñar.” Quizás es eso lo que he aspirado a plasmar en esta incursión en un territorio de escritura novedoso para mí.

Ahora mismo, me sitúo en el presente continuo, en disfrutar de todo lo bueno que ya me está trayendo ‘Al sur de Tánger’. No me gustan los nostálgicos, pero al final del libro acabo reconociendo nostalgias varias. No me interesan ni el futuro ni el pasado. Aunque si en un futuro cercano este libro puede contribuir a cambiar la percepción de Marruecos de algunas personas, pues misión cumplida.

Gonzalo Fernández Parrilla
El escritor Gonzalo Fernández Parrilla. Foto: JR Puyol.