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La responsabilidad en la gestión de las colecciones de arte
MAKMA ISSUE #08 | Entornos Museográficos
MAKMA, Revista de Artes Visuales y Cultura Contemporánea, 2025
El siglo XXI ha traído retos apasionantes al mundo de la cultura y el arte. La globalización ha propiciado un intenso intercambio cultural y la tecnología marca cada día el avance hacia un mundo que se construye casi al instante. La nueva modernidad convive con las tradiciones más puras que persisten a lo largo de los siglos, al tiempo que el público consume cultura de manera más diversificada que nunca. En este ecosistema cambiante, en el que las propuestas culturales trascienden y se pluralizan, mantener y preservar el valor de lo genuino es una de las grandes responsabilidades de nuestro tiempo.
En esa misión, las instituciones culturales asumen una labor muy relevante centrada en preservar y difundir sus colecciones de arte como conjuntos únicos e inigualables que heredarán las próximas generaciones, garantizando así que el patrimonio artístico siga siendo una fuente de conocimiento y disfrute.
La gestión de ese legado conlleva una responsabilidad que va mucho más allá de la posesión de piezas valiosas, y que se extiende a un firme compromiso ético y cultural por la correcta conservación de esos fondos, la investigación y ampliación de su significado y la exhibición pública. Una tarea compleja y multidimensional, y a la vez ilusionante, que debe descansar en prácticas éticas, sostenibles y colaborativas.
El cuidado de las colecciones patrimoniales exige medidas rigurosas para la protección e integridad de las obras mediante acciones preventivas, intervenciones y una vigilancia permanente del estado de cada pieza. Esa tarea invisible garantiza otra de las claves en la gestión: la investigación. Las colecciones deben ser cuidadas y exhibidas, pero también estudiadas. La colaboración con expertos, el contacto con otras instituciones culturales y la publicación de ediciones sobre las obras enriquece el conocimiento y asegura que las obras sean comprendidas y valoradas en su totalidad, además de reforzar su identidad y contribuir al diálogo académico y público sobre su valor.

Estos pilares se completan con la exhibición pública de esos fondos que es, sin duda, el propósito esencial de las colecciones de arte. El esfuerzo por mantener, preservar y cuidar ese acervo carecería de sentido si no es accesible al público y permite, así, cumplir ante una audiencia diversa con la poderosa función social y educativa del arte.
Todas estas premisas guían la gestión de la colección de arte de la Fundación Bancaja, integrada por más de 2.800 obras de arte nacional e internacional entre pinturas, grabados, esculturas y fotografías.
Un conjunto que recorre la evolución histórica del arte desde el gótico al renacimiento y el barroco; la pintura de finales del siglo XIX y principios del XX, destacando la representación de la pintura valenciana de entresiglos con artistas como Ignacio Pinazo o José Benlliure; y el arte contemporáneo de los siglos XX y XXI, tanto valenciano como internacional, con nombres como Juan Genovés, Andreu Alfaro, Manolo Valdés, Soledad Sevilla, Carmen Calvo, Günther Förg, Julian Opie o Sean Scully, entre otros. Un catálogo en el que merece una mención especial la importante presencia de dos nombres clave de la historia del arte: Joaquín Sorolla y Pablo Picasso.

La Fundación Bancaja ha demostrado de manera clara su compromiso con la gestión responsable de esta colección de arte a través de numerosas iniciativas. Durante la última década ha cedido sus obras a múltiples entidades y ha organizado más de 70 exposiciones, atrayendo a más de dos millones de personas con propuestas que no solo han dado a conocer sus fondos artísticos al público general, sino que lo han hecho desde una perspectiva educativa y accesible, con programas de mediación cultural que se han desplegado entre diferentes colectivos como escolares, personas con discapacidad y grupos en situaciones vulnerables.
Estas iniciativas fomentan la apreciación artística, el pensamiento crítico, el aprendizaje y la expresión, además de poner de relieve la relevancia histórica y cultural de un patrimonio insustituible y garantizar el interés de nuevos públicos en ese patrimonio, afianzando su futuro.
Decía mi admirado Tomás Llorens que “la primera función pública de los museos, la más antigua y la más susceptible de ser percibida con claridad por la sociedad, es conservar sus colecciones. Conservar unos bienes públicos cuya pérdida se consideraría, por consenso general, lamentable, incluso intolerable”.
Coincido con esta reflexión en que uno de los fundamentos de la cultura del siglo XXI es preservar las colecciones de arte, que ejercen de guardianas de la evolución histórica, cultural y social que nos ha traído hasta nuestros días, y que desde su capacidad para aunar belleza y conocimiento son capaces de proteger el vínculo con los valores más esenciales de la cultura humana: los sentimientos y la facultad de pensar.
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