Salvar el foc
Proyecto de Fermín Jiménez Landa
Falla Mossén Sorell Corona
Marzo 2018

Fallas experimentales, tradicionales, monumentales, grandes, pequeñas, infantiles… ninguna se salva de un desenlace ceniciento. Ningún cambio ha habido en este sentido durante todo este tiempo, siempre se queman. El año que llegué a Valencia me preguntaba, como otros turistas, ¿por qué? Pronto obtuve respuesta: sin el fuego, nada tendría sentido; normal que Jean Cocteau escogiera salvarlo.

Fermín Jiménez Landa, el artista que cruzó España nadando de piscina en piscina y que llevó a cabo, en verano, una guerra de bolas de nieve, que previamente había recogido en invierno y guardado en un congelador, llega ahora a la falla Corona. Como él mismo reconoce, su trabajo invita a ver la realidad desde un punto equidistante entre lo absurdo y lo sensato, lo entrañable y lo iconoclasta, lo empírico y lo inverificable.

El monumento fallero de Escif, carente de escala monumental, se camuflaba con todo lo demás, todo lo demás que hasta el momento parecía que sobraba. Así, nos advirtió sobre la cotidianeidad alterada del espacio público en Fallas haciendo de lo molesto, una falla. Este año, la propuesta de Fermín Jiménez Landa no está huérfana de ingenio, ni de gracia. La calle, en lugar de cortarse, más bien, se bifurcará. Al parecer, Jiménez Landa erigirá un edificio con planta baja y dos alturas, dando origen a una tercera manzana. Este inmueble será su hogar, donde hará de centinela del elemento clave de las Fiestas Josefinas: la lumbre, el fuego que lleva guardando desde la cremà de 2017, destructivo, constructivo, purificador…

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Fuego y hogar son dos conceptos ligados, a la vez que opuestos. Fuego procede del latín focus, como hogar, hoguera. El fuego puede ser creador, es el calor, es la vida y justifica el hogar; también es destructor, si es un incendio, es el fin. Existen multitud de expresiones en nuestro lenguaje en torno al fuego, prueba evidente de su importancia. Algunas de ellas son propiamente de carácter bélico, otras forman parte del hablar cotidiano: poner la mano en el fuego, a fuego lento, atizar el fuego, apagar el fuego, dar fuego, echar fuego por los ojos, jugar con fuego, ¡hagan fuego!, alto al fuego, pegar fuego, prender fuego, línea de fuego, prueba de fuego, echar leña al fuego o sacar las castañas del fuego.

Todo parece haber cambiado bastante desde la génesis de la fiesta de las Fallas, desde aquel momento en el que el gremio de carpinteros comenzó a quemar trastos y sobrantes de sus trabajos al final del invierno. El carpintero, como el herrero, es constructor, pero el herrero está especialmente vinculado al fuego, del que obviamente rehúsa el carpintero. El herrero es el forjador del universo que somete con el martillo y el yunque a lo animal, lo vegetal y la Naturaleza en general. Según Bachelard, para los dogones, un grupo étnico de Mali, el sol es el fuego de la fragua celeste, ocupando el herrero el papel de encargado de robar ese fuego y traerlo a la Tierra. Así, aquí en la Tierra, el fuego es un fragmento vivo del sol, alrededor del cual nunca dejamos de girar.

Pero el fuego es ancestral, es un gesto primitivo de dominio del mundo. El fuego proporcionó luz a los primeros homínidos, y gracias a él pudieron aumentar su actividad nocturna. Controlaron, así, algo tan indomable como la propia rotación de la Tierra, el día y la noche. Al llegar la primavera, con más horas de día gracias al movimiento eclíptico de traslación de nuestro planeta, los carpinteros valencianos quemaban los parots, una suerte de candelabros para sujetar el candil e iluminar los talleres cuya apariencia antropomorfa dio lugar, dicen, a los primeros ninots. El fuego, el hogar y las Fallas, tienen argumentos planetarios, universales.

Ismael Teira

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