3 Modos de Ver. Gloria Martín, Cristina Megía y Fernando Clemente
Galería Fúcares
C / San Francisco, 3. Almagro (Ciudad Real)
Inauguración: sábado 21 de enero, a las 20.30h
Hasta el 15 de abril de 2017
Este, aunque lo parezca, no es un texto asociado a la teoría común que analiza la Historia del Arte, si bien está destinado a convertirse en el testimonio de una muestra que revisa una de las cuestiones más estudiadas a lo largo de todos los tiempos.
Sacudir la conciencia a modo de panfleto, poniendo en valor el arte histórico en cuanto a lo que en sí mismo es, ha sido y es actualmente la explicación más explicativa a la cuestión deteriorada de dónde viene la sociedad en qué vivimos, y para ello, paradójicamente, reviviendo uno de los títulos del recién desaparecido John Berger, esta muestra colectiva reúne obras de Gloria Martín, Cristina Megía y Fernando Clemente, tres pintores con estilos diferentes de cuyo trabajo imbricado podemos extraer dispares e interesantes conclusiones.
Entremos en materia hablando de sus propuestas para esta exposición en la galería Fúcares. Gloria Martín (Alcalá de Guadaíra, Sevilla, 1980) refleja, a través de sus piezas, dos conceptos a los que su producción más reciente ha estado íntimamente relacionada: la idea de museo como tema, vinculada a la copia como concepto de interés pedagógico, que le hace rescatar – incluso literalmente- la idea de enciclopedia en tres dimensiones, así como la perspectiva vinculada a lo cotidiano, herencia de los pintores belgas, y que deja remanente en su trabajo más reciente, al que aplica la idea reversible de la cerámica pintada, no entendida como técnica aplicable al objeto tridimensional, sino a la representación del mismo a través del lienzo. Ambos conceptos son, en efecto, derivas de su propia experiencia personal.
En ella se puede ver una naturaleza muerta de objetos que en realidad nunca estuvieron vivos. Elementos relacionados con la tradición, y propios de anticuarios, en los que hace destacan las representaciones de distintas texturas que van desde las maderas, o el mármol vetado, a la piedra, el azulejo o el pladur, abriéndonos las puertas a una personal «wunderkammer» modernizada, reestructurada y compartida. Muestra las vísceras de los conceptos expositivos en global y dignifica las estancias haciendo bello lo cotidiano y lo desapercibido, dignificándolo. La luz y sus sombras y los más nimios elementos que acompañan a lo grandilocuente hablan de lo espiritual en lo cotidiano y alude a la tradición y al valor de los objetos.
Cristina Megía (Valdepeñas, 1977), por su parte, define su propia producción parafraseando al propio Berger a modo de premonición “profecías del pasado que se viven en el presente”, son historias personales en la mayoría de los casos y que en esta ocasión dan una vuelta de tuerca más, para imbricar las obras de ambas artistas, que re- representan obras entre sí con una reciprocidad personal más que interesante. Con un proceso de trabajo minucioso y pausado, reflexiona – y hace reflexionar- sobre el individuo y la actuación del mismo ante el arte, a través del arte. No en vano, se vuelve a hacer un guiño en la muestra, a la figura de Berger, a través de la interpretación que Megía hace sobre la obra El Cordero Místico que Gloria Martín hace sobre el original de Van Eyck, en el que aparece la pequeña inscripción “la pintura sigue”.
Museografía, pasado y futuro, lo perdurable, el tránsito y lo temporal, o el lugar, son conceptos asociados a la muestra y, más aún, a las reinterpretaciones cruzadas que ambas artistas hacen una, de la obra de la otra.
Por otro lado, Fernando Clemente (Jerez de la Frontera, 1975), se recrea elegantemente en el acto de pintar y deconstruye o abstrae los espacios imaginados. Sin datos concretos, invita a la mente a un ejercicio de entendimiento y perdurabilidad que atañe a planteamientos que engloban cada concepto representado: la propia pintura. Si hacemos una revisión histórica de aquellos periodos en los que los artistas se deleitaban contemplando el mundo que les rodeaba concluimos que sugieren llevar estas propias expresiones a elementos esenciales que los convierten en términos universales.
Se plantea, pues, una exposición que, sin pretenderlo, abre la idea de «puesta en escena» para cuestionar la visión del espectador por conceptos asociados, potenciando el círculo mágico del que siempre se ha especulado en torno al arte y haciendo un guiño a la historia como memoria práctica. Se me ocurre, en este sentido, citar a Lichtenstein, quien afirmó admirar las cosas que aparentemente parodiaba, esto es, en otros términos, hablar del significado oculto en la mirada cotidiana respecto a aquello que contemplamos.
Susan Woodford abrió su estudio sobre cómo mirar un cuadro planteando la idea de cuestionar el objetivo de la obra como testimonio de la cultura que la produjo. La significación de un objeto cambia en función de lo que uno ve a su lado o inmediatamente después. El hecho de plantear una reflexión en torno a los modos de ver de quién lo ejecuta o quien lo contempla, es someter al espectador a la esclavitud que se percibía en las obras de David Teniers en la representación de la galería del archiduque Leopoldo Guillermo en Bruselas, frente a la emancipación moderna de las paredes blancas, como una especie de regresión.
Existe la intención metafórica de sumergir al visitante en la experiencia de la contemplación frente al modelo triunfante de -simplemente- observar un cuadro a través de la prolongación infinita del bastidor, la vitrina o el catálogo como elementos propios de la puesta en escena. Es hablar, en lenguajes diversos, del ideal utópico como coexistencia de lo bueno, lo bello y lo verdadero frente al escepticismo actual ante estas virtudes. Esta sencilla reflexión en una muestra actual ya es motivo de regodeo. Podrían ser Zoffany, Hopper o Mondrian, pero en este caso son Gloria, Cristina y Fernando, in memoriam a John Berger.
Patricia Bueno del Río
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