Fernando Zóbel

#MAKMALibros
‘Jardín seco’, de Samir Delgado
Bala Perdida Editorial
‘Zóbel. El futuro del pasado’
Museo Nacional del Prado
Hasta el 5 de marzo de 2023

Refiere Plutarco que la poesía era, para Simónides de Ceos, «pintura que habla», y la pintura, «poesía muda»: tanto la tradición occidental como la oriental saben del íntimo parentesco entre estas artes («ut pictura poesis», dejó dicho el poeta romano Horacio). Los poetas se han inspirado a menudo en la pintura, y los pintores han tomado en muchas ocasiones sus temas de la poesía.

Menos frecuente es, sin embargo, un planteamiento como el del poeta canario Samir Delgado (Las Palmas de Gran Canaria, 1978), gran conocedor del arte contemporáneo, que ha proyectado varios de sus libros como fecundos diálogos con la pintura. Antes de este homenaje a Zóbel dedicó sendos libros a los artistas canarios Manuel Millares (‘Las geografías circundantes’, 2016), y César Manrique (‘Pintura número 100. César Manrique in memoriam’, 2021).

Fernando Zóbel de Ayala [cuya obra protagoniza actualmente la exposición ‘Zóbel. El futuro del pasado‘ en el Museo Nacional del Prado] es uno de los grandes pintores españoles del siglo XX. Fue un artista cosmopolita como no hubo muchos en el erial cultural del franquismo: nacido en Filipinas, mantuvo siempre un fructífero contacto con las culturas orientales; educado en Harvard, conoció de primera mano el expresionismo abstracto y quedó impresionado por la espiritualidad de la pintura de Mark Rothko; visitante incansable de museos, gran parte de su obra es un amoroso y perspicaz coloquio con los grandes maestros de la pintura. Y fue, además, el principal promotor de la fundación del Museo de Arte Abstracto Español de Cuenca, institución fundamental para la entrada de nuestro país en la modernidad.

Jardín Seco. Samir Delgado

Jardín seco‘, el libro de Samir Delgado, es presentado por el autor como “un diálogo total con los cuadros de Fernando Zóbel”. El diálogo entre pintura y poesía es especialmente complejo cuando se aborda la pintura abstracta. Delgado elige estrategias diversas para dialogar con el pintor: no traduce, porque sería imposible, el lenguaje pictórico de Zóbel al lenguaje poético; no pretende describir ni interpretar, o no solamente, sino, sobre todo, impregnarse de la visión del pintor y crear con ella.

Tras el inspirado prólogo de Alfonso de la Torre, el libro propiamente dicho se abre, solemne, con una referencia a la composición de José Luis Turina en homenaje al pintor, el concierto para violín y orquesta ‘Exequias, in memóriam Fernando Zóbel’.

Atravesamos el umbral. El libro-museo está dividido en cinco salas consecutivas. Entramos por ‘Panorama de Anderson Bridge’, que se abre con un poema inspirado en una fotografía que muestra al pintor. En la fotografía –y en el poema– está sentado en un museo de Múnich absorto en la contemplación de un cuadro. Contemplación activa (“En la soledad del museo quien mira da vida a lo mirado”), diálogo con los grandes maestros.

‘Diálogos’ llamó precisamente Zóbel a una de sus series más conocidas, en las que contempla, con el ojo y con el pincel, obras de otros pintores, como Turner, Lorenzo Lotto o Caravagio. Si los cuadros de Zóbel son el testimonio de ese diálogo, demorado coloquio amoroso o lucha a brazo partido, del moderno con los clásicos, los poemas de Samir Delgado llevan ese dialogo a una nueva dimensión. El poeta crea con el pintor, en diálogo con él, del mismo modo que el pintor crea con los maestros.

Pasamos a la siguiente sala que este libro-museo nos ofrece. El título es ‘Saetas orillas’, combinación de dos de las más conocidas series de Fernando Zóbel: ‘Saetas’, serie de caligrafías al óleo que emprendió en 1957 y que significan su llegada a la abstraccción, a través de la caligrafía china y la impronta de Mark Rothko; y ‘Orillas’, iniciada en 1980, sobre el río Júcar. Hermosísimo el poema dedicado al cuadro ‘Ornitóptero’ y también con el que nos despedimos de la sección, ‘Pequeña primavera para Claudio Monteverdi’.

Acompañados por la flauta ensimismada de Monteverdi entramos en el sanctasanctórum del libro, su parte central, que contiene más poemas que las otras cuatro secciones juntas. Aquí nos encontramos con el Zóbel contemplador incansable de la luz y del paisaje. La sección se titula ‘Jardín seco’, como uno de los cuadros más emblemáticos de Zóbel. El cuadro es un prodigio de sutileza, y no lo es menos el poema de igual título, de solo tres versos. Para mí, es en esta tercera sala donde encontramos lo mejor de este libro excelente: difícil es destacar algún poema en particular, pero son excepcionales ‘Tensión luminosa’, ‘La vista’, ‘El patio III’ y ‘Dos de mayo IV’.

La cuarta sección de ‘Jardín seco’ está dedicada a los cuadernos del pintor: un homenaje a la mirada en constante movimiento del pintor y una reflexión sobre la génesis de la obra de arte. Tras atravesarla, nos adentramos en la niebla luminosa de la última etapa del artista, desde donde se escucha la llamada de la muerte. ‘Imago hominis’, es decir, retrato, se titula esta última parte del libro. El artista ante sí mismo.

Los cuadros aludidos están entre los pintados por Zóbel en los años 80: ‘Atocha nocturno’ (1983) u ‘Oscuro veneciano’ (1984). En el poema que cierra el libro, significativamente titulado ‘El puente’, aparece ya la premonición de la muerte: “La premonición de Roma / Hotel Marini junio del ochenta y cuatro”.

Se parece un museo a un libro de poesía en que nunca, tras abandonarlo, tenemos la impresión de haberlo visto todo, de haberlo entendido todo, de haberlo disfrutado todo. Por eso el visitante se hace, al terminar, el firme propósito de regresar y continuar la conversación interrumpida. Con el poeta y con el pintor. Con la pintura y con la poesía. Un libro extraordinario.

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