Eva Mus. Retrospectiva
Centro del Carmen
C / Museo, 2. Valencia
Hasta el 29 de mayo de 2016
Figuras y paisajes. Estos son los dos grandes temas que explora Eva Mus (Valencia, 1940) en su obra. Temas ahora desplegados en la retrospectiva comisariada por Manuel Muñoz que acoge el Centro del Carmen bajo el escueto título de ‘Eva Mus. Retrospectiva’. Trabajos en los que la pintora, siguiendo la línea que traza el título de la muestra, se dedica a abundar en aquello que constituye la materia misma de su elaboración plástica: la simplicidad, que no simpleza, de unas pinturas, dibujos y collages plenos de sutilezas.
Las figuras y los paisajes que Eva Mus repite sin cesar en sus cuadros son como variaciones caligráficas del color. Al igual que un poeta utiliza palabras para ceñir lo que el tiempo degrada, una pintora maneja colores con los que describir los más sutiles estados de ánimo. Ya sea el San Pío V y su entorno, figuras en puertas y ventanas, o los más diversos arbolados, Eva Mus lo que hace es ponerse a la escucha de cuanto ve con paciencia sabia. El Centro del Carmen recoge 60 años de su dilatada trayectoria, en la que también figuran sus influencias cinematográficas, sobre todo del periodo clásico en blanco y negro que ella tanto admira.
Más de 50 obras dan fe de ese trabajo minucioso, incluso doloroso hasta alcanzar la tonalidad exacta bajo cierto estado de ánimo. A veces, una misma figura se repite arropada por variaciones cromáticas que transforman la presencia inicial. De igual manera que un paisaje cambia por efecto de la luz emanada del color. Figuras y paisajes que Eva Mus trata con parsimoniosa dedicación. Y como aquel hombre que susurraba a los caballos, la artista valenciana también parece susurrarnos a la vista lo que ella con anterioridad ha tenido el cuidado de mirar.
Mirada en una doble dirección. “Pintura sometida a la apariencia, al efecto óptico, a la ilusión”, dice en uno de las apartados de la exposición. Y pintura que intenta “recorrer el camino a la inversa”, para “tratar de llegar de la ficción a la pintura”. El objetivo no es otro que descubrir “el gesto del pintar, el material elemental: pigmento, cola, papel”.
Sus tierras arcillosas y sus cielos recubiertos de un azul esquivo parecen el fondo ideal para sus orientales arbolados. Orientales porque el ramaje parece estar pintado con caligrafía japonesa. Como si la práctica zen estuviera detrás de esas mínimas variaciones del paisaje. Y como si la pintura y la escritura se dieran la mano para expresar con mayor riqueza esos estados de ánimo. Pero también del oriente mediterráneo, allí donde la mística contemplativa llevó igualmente al extremo la pasión por el detalle.
Las figuras también se sitúan ante puertas, ventanas o en interiores, para mostrarse en la ambigüedad de quien se deja ver sin ser del todo visto. Figuras muy cinematográficas en su encuadre y tratamiento, de las que resulta difícil saber si están a punto de salir o simplemente curiosean con el exterior, como el arbolado curiosea con el entorno frágil que Eva Mus pinta una y otra vez. Fragilidad que parece destilar también la posición de esa hija que requiere un padre, al que alude una de sus obras.
Su trabajo es un ejercicio singular de repetición cambiante. Figuras y paisajes que la artista valenciana no se cansa de pintar como queriendo atrapar incansable la fugacidad del tiempo y de la vida. La niña que un día fue también es una constante en su obra, donde tan pronto come sandía como está junto a un perro o se somete al dictamen del propio lápiz de dibujo que parece apuntar hacia la yugular. Así es el universo de Eva Mus: delicado, sugerente y pleno de un misterio que se mantendrá en el Centro del Carmen hasta el 29 de mayo.
Salva Torres
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