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‘El paraíso’, de Enrico Maria Artale
Premio a la mejor dirección de la sección oficial de largometrajes
39ª Cinema Jove
Del 20 al 29 de junio de 2024
La 39ª edición de Cinema Jove llega a su fin. Y, con la ceremonia de clausura, llegaba también el reparto de premios del palmarés. Entre los afortunados se encontraba el director italiano Enrico Maria Artale, que presentaba el largometraje ‘El paraíso’ en la sección oficial, que contó con gran afluencia de público en las dos sesiones programadas en la Sala Berlanga de la Filmoteca de València.
Su trabajo salía de esta larga semana de proyecciones con el premio a la mejor dirección y, además, el de mejor actor principal para su protagonista, Edoardo Pesce (Dogman), y el de mejor música para el compositor Emanuele de Raymondi.
En ‘El paraíso’, Pesce interpreta a Julio, un hombre de mediana edad que vive con su madre, una enérgica colombiana que dirige un negocio de menudeo de drogas en los alrededores de Roma. La relación entre madre e hijo parece inquebrantable, hasta que aparece Inés, otra joven colombiana que ejerce de mula de un cargamento de coca que lleva dentro de su cuerpo.
Desde que aparece en escena, Julio se siente atraído por la chica, lo que despierta los celos de su madre, que se interpondrá en la relación. Es entonces cuando Julio se da cuenta de hasta qué punto su mundo es, en realidad, una cárcel. Un tipo que soñará con regresar a Colombia para encontrarse de nuevo con Inés, pero la fuerte dependencia que ha tejido su madre se presenta como un fuerte obstáculo.
Cuitas y detalles acerca de los que tuvimos ocasión de conversar con Enrico Maria Artale tras conocer el doble reconocimiento a su trabajo por parte del festival.
¿Cómo has recibido los premios?
Bueno, siempre es un placer. También en Venecia tuvimos tres premios, pero diferentes, sobre todo porque en Venecia el premio fue para Margarita Rosa de Francisco [que interpreta a la madre en la película] y aquí ha sido para el actor Edoardo Pesce, y eso me produce un gran placer porque es también un amigo, un hermano, desde hace mucho tiempo.
De hecho, la idea de esta película surgió en mi casa, en una conversación con él hace siete años, y siempre escribí esta película para él. Por otra parte, él fue también quien me empujó a tomar la decisión de hacer el trabajo de cámara en la película.
Entonces, es una relación realmente visceral lo que tengo con Edoardo y ver que su interpretación, que para mí es increíble, se ve reconocida así, es un placer. Y con respecto al premio a la dirección, como gané el premio al guion en Venecia, que era un poquito raro porque yo nunca me he sentido guionista, también es un placer porque es como reconocer la otra parte del trabajo.
Cuando ves tu película, te das cuenta de que el título hace más referencia a una idea que a un lugar concreto. ¿Qué significaba para ti ‘El paraíso’?
Significa muchas cosas al mismo tiempo. En nuestra cultura, el paraíso ya tiene unas dimensiones religiosas, pero también tiene una dimensión ilusoria con respecto de un lugar que no sabemos si existe o no, o dónde está, y que se refiere a algo que está por venir, pero también a un pasado que hemos perdido.
Todo eso era muy interesante porque los dos protagonistas de la historia, este hombre y esta mujer, viven como en un universo que es solo para ellos, como un jardín del Edén que está hecho, también, de nostalgia de un mundo perdido que es Colombia, un mundo idealizado, que no existe y que él trata de alcanzar de nuevo.
Además, también está esa dimensión ilusoria –aunque suene un poco blasfemo decir esto– que está conectada a la droga como algo que te lleva a una dimensión paradisíaca, como algo que te levanta de la tierra.
La película narra la relación de dependencia entre una madre y un hijo, un universo muy poco reflejado en el cine contemporáneo. ¿Por qué te interesaba tanto contar esa relación maternofilial?
Bueno, en el cine hay ejemplos increíbles que muestran esta relación. Estaba pensando en varias películas de directores muy diferentes, como ‘Mamma Roma’ [Pier Paolo Pasolini, 1962] o como ‘Mommy’ (2014), de Xavier Dolan, que son películas que tiene la palabra mamá en el título.
Es verdad que no es un tema tan común como contar una relación de pareja, pero también es una relación crucial. A mí, este deseo me llega después de hacer un documental sobre la búsqueda de mi papá, al que yo encontré de adulto después de veinticinco años.
De ahí me quedó este deseo de conocer, aceptar y entender más mi relación con mi madre, que era muy compleja, llena de amor, todavía, pero donde yo había tenido ciertos miedos y sentimientos contradictorios. Como todos, ¿no? Para exorcizar todo eso, quise proyectar mis miedos de adolescente en la figura del personaje de un hombre adulto.
Esta era la idea: ver una relación disfuncional de alguien que no ha encontrado la manera de escaparse de su casa, de su mamá, hasta convertirse en una cárcel. Pero, al mismo tiempo, en esta cárcel ha encontrado una vida que está también llena de emociones y de pasión. Eso era lo que me interesaba, explorar esa relación, no juzgarla, sino hacerla vivir.
Aparte de esa asociación personal, como relato, ¿cómo esperas que implique al espectador?
Todos tenemos relaciones complejas con nuestras madres y padres, pero yo no quería dirigirme solo a esos espectadores que lo han sufrido. Al contrario, yo creo que esa gente que dice que no, que se fue a vivir solo cuando tenía 22 años y ya todo está arreglado, está bien, puede que no hayan hecho, realmente, una reflexión a fondo sobre esta relación que nos acompaña toda la vida.
Para mí, esto es universal. Con respecto al público, no solo en Italia, mucha gente siente una gran empatía con el personaje de Julio, aunque sea una historia muy diferente a la suya.
La historia nos habla también del conflicto de la inmigración. Cuando en Europa pensamos en inmigración casi nos referimos a la inmigración que nos llega de África. Pero aquí la conexión se establece entre Colombia e Italia. ¿Por qué te interesaba enmarcar la historia en ese contexto tan particular?
Eso también llega de mi biografía. Yo tengo un amigo colombiano con el que viví muchos años y que fue mi compañero en la escuela de cine, Daniel Mejia Vargas y claramente es a través de él que Colombia llegó a mi vida. Después, viajé muchos meses por Colombia, encontré allí a una chica, todas esas cosas llevaron también a Colombia a mi vida.
Hay una migración colombiana en Europa (más en España, pero también en Italia), y es verdad que una parte de esta migración ha seguido, digamos, la guía de la droga. Hay históricamente una conexión muy fuerte entre Colombia e Italia en el tráfico de la droga porque mucha cocaína que llega a Europa llega todavía por los puertos del sur. Ahora, a mí este tráfico no me interesaba mucho.
Yo lo que quería era hablar de un narcotráfico muy cotidiano, muy pequeño, muy normal, que entra en la vida de las personas de manera más sutil, y que está claramente conectado con el tema de la inmigración clandestina, y de todos esos problemas legales que te puedes encontrar. Todo esto hace que haya gente que viva normalmente fuera de la ley, fuera del control del Estado, aunque no haga cosas terribles, pero en la marginalidad.
En la película todo ese mundo queda reflejado de manera muy realista ¿Cómo te introduces en él?
Sobre todo, yo no quería describirlo como se ve muchas veces en las películas o en las series, como algo un poco transgresor, un poco cool, muy malo… Yo quería describirlo como algo normal, porque muchas veces es así. Es gente normal que hace esto para ganar un poco más de plata porque tiene un trabajo o un negocio que no les da suficiente.
¿Cómo se puede decir? Como algo que forma parte de la vida en ciertos barrios, una manera de vivir, sin que sea perseguido como algo criminal. Eso me interesaba mucho, me pareció muy realista. Y eso es, en realidad, lo más peligroso, porque después la sustancia entra en la vida de las personas y puede crear adicciones, pero de una manera cotidiana.
De hecho, la película mantiene una relación ambigua con las drogas. La madre sufre esa dependencia, pero hay también una censura del hijo que, al mismo tiempo, también consume.
Sí, porque lo que me parecía interesante es que la droga tuviera una dimensión incestuosa. Y eso es una metáfora también. La droga está muy conectada al sexo. La droga es algo que lleva a las personas a perder sus vínculos, a abandonarse y a conectarse a veces con dimensiones sexuales que están reprimidas. Y es por eso que, normalmente, no se ve o no es tan normal o es muy raro, si los pensamos, que un hijo tome droga con sus papás, con su mamá, porque es algo como de incesto.
Y eso me pareció interesante. Pero en la película, esto no se da en el mismo sentido. Para ella no hay problema. Ella puede hablar de droga, puede tomar delante de él, le puede ofrecer, pero para él es un problema porque siente que está entrando en una dimensión demasiado sensual con su mamá.
Volviendo al tema de la inmigración, la película parece que apunta a la idea de que esa condición de inmigrante nunca se abandona del todo. La madre lleva 40 años viviendo en Italia, pero sigue soportando, en sus relaciones sociales, con la policía, esa condición.
Creo que es la realidad. Italia no es un país donde haya una buena integración. Tampoco sé si hay un país europeo en el que haya una buena integración, pero sí, la gente se queda con esta condición de inmigrante, no sólo para toda su vida, a veces también para sus hijos.
Aquí ella también toma una decisión de aislarse un poco, de vivir en esta fantasmagoría colombiana, en Roma. En ese sentido, también es su decisión, no es un personaje que busque realmente la integración. Tampoco sabemos si en el pasado la buscó y se dio cuenta de que era imposible, porque eso es lo que pasa muchas veces.
La inmigración es un tema candente en Italia, con el nuevo gobierno de Giorgia Meloni, pero también en toda Europa. ¿Cómo lo valoras?
He intentado decirlo con esta película. Desafortunadamente, hoy en día se pone mucho el acento sobre este tema de la identidad en conexión con la nacionalidad, en el sentido de una manera de ser nacionalista. Yo creo que la identidad es interesante y nuestro mundo mediterráneo es la prueba porque siempre ha estado en contacto con la diferencia, es una identidad siempre mezclada.
No existe una identidad italiana como algo que es idéntico a sí mismo. La identidad italiana es, históricamente, la mezcla. Y eso vale también por España. Y aunque hoy día estamos un poco obsesionados en buscar la manera de proteger las identidades, tanto a la derecha, como a veces también a la izquierda, es muy importante ver que las identidades están hechas de viajes, de migraciones, de contaminación y eso es lo más lindo que hay.
Parece una contradicción en el mundo de la globalización.
Es por eso que digo que, a veces, la izquierda, para defenderse de la globalización, sigue un poquito a la derecha en este tema de respeto de la tradición. Sí, la tradición es importante, pero eso no significa que haya que encerrar las cosas o creer que puedes construir comunidades aisladas que pueden vivir solo con sus tradiciones.
Hablábamos del realismo de tu película. Pero ese tono tan realista no se consigue sin unos actores que se presten al juego. ¿Cómo abordaste con ellos ese aspecto del film?
Primero fue muy importante que los personajes estuvieran escritos para ellos. El personaje de Edoardo fue así desde el principio, pero también el personaje de Margarita a quien conocía desde hacía mucho tiempo. Luego, llegó el COVID y este tiempo de preparación, de maduración de la película, se alargó.
Hicimos muchas pruebas, pero no pruebas de las escenas, sino pruebas de cómo era estar juntos. Estuvimos los tres en la casa, tomando, comiendo, haciendo nada para entrenar a los cuerpos.
Para mí era muy importante que esta película fuera muy física, y para eso había que hacer un trabajo con el cuerpo muy fuerte, sobre todo con ella, para deconstruir, por ejemplo, ese porte tan elegante que tiene Margarita y poder ofrecer a una mujer mucho más básica, mucho más conectada a la tierra.
La música es otro elemento importante en la película. Por un lado, sirve para contextualizar culturalmente el relato, pero también funciona en un sentido muy metafórico.
La música es como un guion paralelo en esta película. Yo tenía el miedo, por ejemplo, de que, para los espectadores de idioma castellano, español, colombiano, lo que sea, fuera demasiado. Porque los italianos o los ingleses no entienden las letras de las canciones.
Y yo prefería que no entendieran para que no significaran demasiado, porque cada canción, cada letra que se escucha en la película tiene algo que está muy conectado con la historia. Entonces, es como un guion emocional paralelo que he intentado darle a una película que no tiene casi música original. Ha sido un trabajo de años de búsqueda, hecho primero con mi amigo Daniel, y después con un consultor musical que se llama Roberto Corsi.
Ha sido realmente un gran trabajo elegir todas las canciones. Lo último fue lo de Nicolas Jarr, un músico experimental chileno, que puso la única canción que no es parte de este mundo salsero de los años 70-80 y que nos regaló sin pedir dinero porque amaba la película.
Te decía que la música también funciona a un nivel muy simbólico en la película. ¿Cuál es tu relación con esta música?
La música tiene un espíritu que resuena mucho en la historia. La canción final, por ejemplo, ‘Madre’ de Ismael Miranda, tiene una parte de la letra que habla de Jesús, del deseo de los personajes de morir como un Jesús sostenido por la Virgen.
La última escena de la película la grabamos como tres días antes de Pascua, y en Cali (Colombia) había una procesión enorme que encontramos como por casualidad. Yo empecé a grabar con Edoardo, como buscando algo, y en un momento él se para frente a una estatua de Jesús sostenido por la Virgen y nos pareció una metáfora inversa de lo que estaba pasando en la película.
Estos símbolos aparecen mucho entre las canciones, son como topos. La idea de la madre, la muerte de la madre, que claramente está conectada con la idea religiosa cristiana, son muy recurrentes en las canciones colombianas, en las canciones mexicanas, en la salsa…
Aunque la salsa sea un baile con mucho ritmo, las letras son también trágicas. Esta conexión entre algo que tiene colores, vida, y al fondo es muy, muy dramático, me pareció muy fuerte en la música colombiana y perfecta por la película.
¿Al final dirías que hay redención? La historia acaba un poco abierta.
Para mí hay diferentes posibilidades. Por un lado, se puede leer como una condena. Entendemos que este personaje nunca va a liberarse realmente de su mamá y que, digamos, en esta relación va a quedarse en su ausencia.
O se puede ver como un adiós, como un último baile de alguien que ha entendido la importancia de esta relación y que la ha aceptado. Y a veces aceptar es el primer paso para seguir delante. A mí me gustaba no juzgar a este personaje y dejarlo (y con él, también al espectador) libre para hacer su vida después.