#MAKMALibros
‘En un lugar limítrofe’, de Elsa Moreno
La Imprenta, 2023
A este libro solo le falta bailar. Pero quizá pueda inspirar mil y una danzas. ‘En un lugar limítrofe‘ (La Imprenta), el primer poemario de Elsa Moreno (València, 1999), pone en solfa la estructura rígida del amor romántico como un viento que agita el bosque de los múltiples afectos que nos hacen sentir vivos.
Con evocaciones de Leo Rizzi en códigos QR y prólogo de Sara Torres, recoge una colección de poemas divididos en tres partes: hora dorada, la noche oscura y la hora blanca. La propia autora desentraña el origen de su creación, pues el paisaje del bosque donde se enmarcan los poemas se inspira en el pasaje final del ensayo ‘Sistema monógamo. Terror poliamoroso’, de Brigitte Vasallo.
Dice así: “Y estaba llorando estas cosas bastante borracha de pacharán en casa de mi amiga Sara contándole mi pena cuando ella me miró y me dijo: ‘Brigitte: tu proyecto político no era esa relación concreta. Tu proyecto político somos nosotras’. Y, de repente, vi el bosque. Vi a las personas que estaban haciendo turnos para que yo no durmiese sola, vi a las amigas que me chequeaban para asegurarse de que seguía a flote, vi las relaciones que han pasado por infinidad de etapas, también románticas, y siguen ahí, haciéndose bosque, encontrando su lugar en el ecosistema. Nos vi a nosotras”.
«Este texto resume mi posición con el libro y con la vida», dice Elsa Moreno. «Me resulta importante resaltar este punto. Cuestionarse el amor romántico no supone un desapego emocional. De hecho, de tanto cuestionarte, se te queda la piel en carne viva. No pretendo escribir un tratado sobre los buenos vínculos, sino retratar ese camino de preguntas, de sombras, de voces, de duelos, que finalmente te lleva a ver la grandeza de esa red que te acompaña. Desplazar el foco de lo individual, la monogamia, a lo colectivo. El amor y los cuidados no pasan por un único sujeto amoroso, sino por multitud de cuerpos. Unos afectos desjerarquizados y redistribuidos, son unos afectos sanos».
Tras conseguir el Premio Nacional de Poesía Viva convocado por el Ambito Cultural de El Corte Inglés, al que se presentaron 350 poetas de toda España, Moreno, residente en la Sala Carme Teatre, estrenará el próximo 2 de mayo una versión escénica del poemario, llamada ‘La Hora Blanca’. Además, coordina el colectivo poético Las Sin Rostro, organizando encuentro con poetas y cantautoras, generando así una red de contacto entre mujeres artistas y un espacio para la poesía libre de misoginia.
¿Cuándo fuiste consciente por primera vez de ser poeta?
Yo empecé a escribir poesía, sin llamarlo poesía porque a todes nos da reparo en un primer momento, con 14 años. Se convirtió en un ejercicio habitual para descargar de manera artística ese desbordamiento emocional natural de la adolescencia. Con el tiempo, fui frecuentando los micros abiertos, compartiendo mis textos en redes sociales, y allá por 2019, con 19 años, entendí que lo que yo hacía era poesía y que no iba solo de expresar mis emociones sino de un juego con el lenguaje. Ahora ya me presento a mí misma como poeta –antes se me hacía la boca pequeña– y para mí, más que describir un oficio, ser poeta define una actitud, una visión más bien, sobre la vida.
¿Qué fue primero: la poesía o la danza?
Cronológicamente, la danza, pero siempre han ido unidas. Empecé a estudiar danza con 13 años. Recuerdo que, el primer año que tuve la asignatura de composición, trabajé un solo de danza sobre unos poemas de Bécquer. Era el primer poeta clásico que leía por voluntad propia y, automáticamente, vi la conexión entre las letras y el cuerpo. En ese momento no era consciente de lo que estaba trabajando y eso es lo más bonito de todo, que esta investigación que llevo a cabo ahora mismo ya la inicié antes siquiera de ponerle nombre.
Tu primer poemario es una especie de ajuste de cuentas con el amor romántico que tanto daño ha hecho al crear falsas expectativas, sobre todo a los jóvenes. ¿Te has enamorado y desenamorado muchas veces?
Siempre he sido muy enamoradiza y muy pasional, así que podría decirse que sí [Risas]. Pero también he tenido la suerte de haber estado en contacto con otros modelos afectivos desde muy temprana edad. A los 15, a la vez que me iniciaba en el movimiento feminista y la teoría queer, descubrí el mundo de la no-monogamia y tuve claro que ese era el campo en el que yo me quería mover. Pero siempre lo digo, que lo poliamoroso no te quita lo romántico. Son dos luchas distintas, aunque muy entrelazadas, las de salirse de la monogamia y deconstruir el amor romántico.
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Da la impresión de que tus poemas son serendipias, más que el resultado de una búsqueda intencionada. ¿Cómo te planteas el proceso creativo?
Me dejo llevar bastante por esas revelaciones. Me cuesta creer en sentencias firmes o en respuestas absolutas. También soy bastante informal en mis procesos creativos, no soy especialmente metódica. Digamos que tengo un tema que me obsesiona rondando por la cabeza y, de repente, todo se convierte en un diálogo con esta cuestión. Y de ese diálogo surgen los poemas. No pretenden ser el resultado de ninguna investigación, sino más bien el rastro, las huellas de una búsqueda.
¿Por qué elegiste la música de Leo Rizzi para poner banda sonora al libro?
Leo Rizzi y yo tenemos una relación muy estrecha. Nos conocimos hace un par de años y se ha convertido en el confidente de mis creaciones. Él ha sido testigo de la gestación de este poemario y cuando Miguel Ángel, mi editor, me propuso hacer una colaboración con algún artista, tuve claro que tenía que ser él. Además de por la complicidad, admiro el trabajo y la sensibilidad de Leo. Para mí es un honor que haya un pellizquito de él en este libro. Creo que ha sabido generar unos paisajes sonoros hermosos que levantan los poemas y los sitúan en un espacio mágico.
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Aparte del amor, el cuerpo es otro de tus leitmotivs. ¿Qué relación mantienes con el tuyo?
Pues, como la mayoría de las mujeres jóvenes, una relación complicada. No me escapo de ser víctima de la presión estética y esto hace que no haya paz para el cuerpo, que siempre haya un punto de conflicto. Pero no todo es negativo. Mi formación en danza me ha ayudado a tener una conexión muy cercana con él. Necesito moverme, cuidarlo, escucharlo. Soy muy sensible al lenguaje de los cuerpos. El tacto. Mi visión del mundo pasa necesariamente por la carne. Y esto me gusta. Creo que sitúa mi poética en un punto muy concreto. Pero en lo referido a mi cuerpo, la situación es convulsa.
Hay una larga lista de pintores poetas, en cambio, la simbiosis danza/poesía es más inédita. ¿Cómo funciona en tu caso?
Para mí, es como hacer un ejercicio de traducción. Si tuviese habilidades plásticas también pintaría. Y si tuviese habilidades musicales estaría haciendo pop. O punk. O indie. Quiero decir que tanto la danza como la poesía me resultan un intento de traducir una impresión personal del mundo. Y se entrelazan porque hay códigos de un lenguaje que no lo tiene el otro. Tanto el cuerpo como la palabra alimentan la misma obra ofreciendo distintos matices, en un intento de transmitirle a un público potencial esa alucinación que me produce la vida. Eso sí, sabiéndome profundamente limitada, pues ningún lenguaje puede serle fiel al origen.
¿Qué crees que buscan los que son más jóvenes que tú en la poesía y qué intentas ofrecerles?
Qué busca cada persona es difícil de averiguar. Puedo hacer una aproximación según mi experiencia. Diría que la gente joven busca en la poesía un confidente. Teniendo en cuenta que tengo 24 años, los más jóvenes que yo son prácticamente adolescentes. En esa etapa de la vida, uno se siente profundamente incomprendide.
La poesía, como la música, sirve como un abrazo emocional. Sin embargo, yo no pretendo que mi poesía sea un espejo. No me interesa tanto mostrarle al lector una experiencia con la que fácilmente pueda empatizar. Me gusta despertar dudas, generar un efecto revelación, la sensación de que se encienden lucecitas en la cabeza. Frente a la cantidad de producción artística que sigue perpetuando el modelo romántico hegemónico, me gustaría que mi obra sirviera de contrapunto. Que tengan a mano un relato alternativo al del amor romántico y monógamo imperante.
Las redes sociales son rivales de la lectura, pero también funcionan como altavoz y trampolín de los nuevos talentos. ¿Cómo te manejas con ellas?
Mi creación artística siempre ha ido ligada a las redes sociales. Instagram y Youtube fueron las primeras plataformas donde me atreví a compartir mis escritos y donde rápidamente me di a conocer. Ahora mismo, Tik Tok me está sirviendo de lanzadera, aunque también hay que lidiar con el público indeseado.
Como cualquier herramienta, hay que tener cuidado y aprender a utilizarla. Las redes sociales son rivales de la lectura por el tiempo que nos ocupan y cómo nos afectan a la capacidad de atención. Pero también tienen un punto democratizador de la cultura.
Mi obra se ha expandido gracias a las redes sociales, porque los medios de comunicación tradicionales siguen sin poner el ojo en los artistas emergentes, a no ser que vayan de la mano de. Abogo por la educación tecnológica, concienciar en crear hábitos saludables y una ética digital para que las interacciones entre las personas sean desde el respeto.
¿Qué esperas del futuro y qué te preocupa del porvenir?
Del futuro, prefiero no esperar muchas cosas. Pienso mucho en el él y, de momento, no hay ninguna imagen demasiado perfilada. Yo solo sé que quiero estar tranquila. Quiero escribir, leer y pensar. Cuando me preguntan por el futuro tiendo a poner el foco en el ámbito laboral. Y me doy cuenta de que no quiero trabajar, al menos por lo que tenemos entendido dentro del sistema capitalista.
Yo, como querer, quiero vivir. Me preocupa pensar cómo voy a subsistir si este oficio, el de escribir, es tan precario. Pero tampoco me urge resolverlo. Confío mucho en la vida. Sé que las cosas aparecen y se ubican como tiene que ser. Sé que cuando tenga que tomar una decisión la tomaré y será la correcta. Y lo que venga bien estará mientras yo esté bien. Así que voy a centrarme en eso, en estar bien, para poder afrontar lo que venga de la mejor manera.
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