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‘La ciudad intermedia’, de Elia Torrecilla
Sala Universitas de la UMH Universidad Miguel Hernández
Verano de 2021
Conversamos con la artista Elia Torrecilla alrededor de su exposición ‘La ciudad intermedia’, recientemente clausurada en la Sala Universitas de la UMH Universidad Miguel Hernández.
La muestra –asentada en los intersticios y el espíritu flâneur– recoge el trabajo firmado por Torrecilla durante los últimos años, en los que ha podido disfrutar de la III Beca Boomerang, una convocatoria de producción artística, dotada con 2.000 euros, dirigida a egresados/as de la Facultad de Bellas Artes de Altea con el fin de apoyar y poner en valor su obra actual.
Entre transmedia, multimedia e intermedia, ¿por qué te decantaste por la tercera?
‘La ciudad intermedia’ es un paseo que transcurre en medio de dos tiempos y dos espacios; un paseo entre esa línea que se encuentra entre lo que está dentro y lo que está fuera; entre la luz y la sombra; es la ciudad como espacio de juego, la ciudad de los pliegues, las grietas, los huecos y los intersticios. Es el espacio que se atraviesa para pasar “al otro lado”; es la ciudad inventada, imaginada, invisible.
En ella, se camina para ganar (y perder) tiempo, para crear espacio (spazieren en alemán quiere decir producir espacio, sería algo así como espaciar o espacializar), para abrir una grieta intermedia y sumergirse en un estado meditativo, donde el tiempo, el espacio y el cuerpo se funden y se confunden hasta desaparecer.
Al caminar, la ciudad intermedia entre dos estados. E intermedia, también, como homenaje al grupo de investigación Laboratorio de Creaciones Intermedia donde descubrí muchos márgenes y muchas grietas que investigar.
En la exposición muestras una década de producción, entendiendo el conjunto como un walk in progress. ¿Has planteado alguna meta o, simplemente, la meta es el camino?
Describo mi trabajo como un walk in progress, y un work in process, porque entiendo que el camino y el proceso son lo importante. Esta exposición es el resultado de todos esos paseos, tránsitos, pausas, pérdidas, encuentros y experiencias que llevo coleccionando desde hace tiempo y que me hacen continuar en el camino, pero también desviarme para contemplarlo desde otros lugares. Son caminos y cruces, conexiones de rutas relacionales donde recoger piezas que construyen un puzzle que continúa incompleto; o las pistas de un caso que desconozco.
En ese sentido, existe una identificación con el detective, con los traperos y traperas que van de contenedor en contenedor con sus carros buscando restos, fragmentos que luego recomponen y van llevando de un lugar a otro, como si fueran una especie de hipertextos caminantes. Uno de esos encuentros que llevo coleccionando desde hace tiempo son las intervenciones espontáneas que los transeúntes realizan al introducir desechos en los vacíos-huecos-grietas-intersticios urbanos.
La suela de los zapatos es, precisamente, esa parte intermedia entre nosotros y el suelo, entre el urbanita y la ciudad. Conceptualmente, ¿qué representan para ti?
Exacto, la suela como interfaz. Es también la huella que se imprime en el suelo que pisamos, y que a la vez absorbe parte del paisaje que pisamos. Pienso en la acción ‘Pisadas’ (1976) de Fina Miralles, en la que con sus zapatos va estampando con tinta su nombre como una forma de apropiarse del espacio público y también como una manera de identificarse con él.
El zapato es también un objeto que interviene en nuestra manera de caminar, y eso es algo que Balzac explica en un texto titulado ‘Teoría del andar’ de 1833. En él habla de las diferentes maneras de caminar que observa en diversos transeúntes y explica que “todo movimiento tiene una expresión que le es propia y que proviene del alma”.
Uno de esos hallazgos que descubrí en el Laboratorio de Creaciones Intermedia es la existencia de un personaje de la Valencia de la primera mitad del s. XX llamado el poeta Nicolás que le ponía goma de caucho a las suelas de sus zapatos, así podía volar entre paso y paso; una idea que contrasta enormemente con la pieza ‘Pisazapatos’ de Esther Ferrer: un par de zapatos con una pesada piedra encima.
Los zapatos que aparecen en esta exposición son dispositivos activadores de las diferentes acciones realizadas: uno de los pares los encontré al lado de un contenedor, cuya piel estaba parcialmente gastada. Con mi intervención, terminé de desgastarlos, quedando una mitad más oscura que la otra.
Así, realicé un recorrido por esa línea que divide la luz y la sombra. También están las botas-grieta, unas botas que empezaron a romperse y que aproveché para trazar una grieta a través de varios paseos por las grietas de la ciudad. La mayor parte de los zapatos que están presentes en la exposición son encontrados. A veces me gusta pensar que esos pares zapatos que encuentro tirados en el suelo, son personas invisibles que permanecen inmóviles en las aceras a la espera de la desaparición absoluta.
La ciudad, que es el lugar donde desarrollas tu trabajo, posibilita que puedas tener acceso a un público anónimo, impredecible y espontáneo ¿Cuál suele ser la reacción de los transeúntes al contemplar atónitos -intuyo- tus performance urbanas?
Entiendo la ciudad como un laboratorio creativo, un espacio de juego. Tanto en las acciones que realizo de forma individual, como colectiva, la reacción es absolutamente de desconcierto. Cuando la acción se registra con una cámara de vídeo, es algo clave para mantener esa esencia de lo mínimo y lo desapercibido, por ello, de grabarse, se debe hacer de la manera menos invasiva e inadvertida posible. De ese modo, la reacción es más sorpresiva.
Cuando me convertí en mujer-anuncio y me puse dos paneles-espejo que construí, me instalé y me desplacé por una de las calles más comerciales de la ciudad en plena campaña pre-navidad. Las miradas eran de confusión porque no se entendía el objetivo de mi presencia. Entonces escuché a un niño preguntarle a su madre: ¿qué anuncia?
Por otro lado están las acciones grupales, como las llevadas a cabo con estudiantes. Al tratarse de grupos relativamente numerosos, cuando irrumpimos en las calles para experimentar las posibilidades creativas del cuerpo en el espacio público, nos convertimos en una especie de tribu que va sembrando la sorpresa a su paso. A veces piensan que somos una manifestación, otras una cámara oculta. Y en muchas ocasiones, animados por la energía del grupo, algunas viandantes se nos unen: desde una señora que deja su compra a un lado para sentarse con nosotros a escuchar el sonido de una fuente, hasta una familia que se anima a aplaudir con nosotros a una pared por aguantar tanto peso en la vida.
En definitiva, se trata de irrumpir en la escena cotidiana y trastocarla para convertir la ciudad y el mundo entero en una exposición, en una danza infinita, siguiendo la filosofía de Allan Kaprow cuando animaba a prestar atención a las diferentes situaciones que ofrece un aeropuerto, un supermercado, un edificio, y por extensión el mundo entero; observarlo desde una perspectiva poética para convertirlos en escenarios y en materia prima para la creación.
Tu tesis doctoral versa sobre el flâneur el ciberflâneur y el phoneur, el primero referido al mundo que pisamos, el segundo al mundo virtual en el que navegamos y el tercero a la relación no siempre amigable entre uno y otro, podríamos decir, ¿entre el real y el ficticio?
Se trata de la hibridación entre lo físico y lo virtual. Una experiencia en la que lo horizontal se solapa con lo vertical. Me interesaba establecer un paralelismo entre aquel París recién remodelado por Haussmann en el siglo XIX, un espacio nuevo que los transeúntes debían (re)descubrir. Es el comienzo del capitalismo, el consumo, las prisas… Y es en ese contexto donde surge el flâneur. Recuerdo el internet de los 90 como un espacio nuevo y abierto a infinitas posibilidades. En mi adolescencia iba a cibercafés y contactábamos con personas de todo el mundo, buscábamos información, descubría informaciones nuevas, me perdía entre hipertextos… entonces algunos autores hablaron de la existencia del ciberflâneur.
Luego llegó el smartphone, una especie de ordenador en miniatura que nos convirtió en seres ubicuos que se desplazan por un espacio físico mientras nos comunicamos y compartimos esa experiencia en el entorno virtual. Por ello en algunas investigaciones se habla de la existencia del phoneur.
“Un phoneur es un flâneur que hace uso de su teléfono móvil, herramienta que le acompaña en sus desplazamientos urbanos y a través del cual, consulta, comenta y comparte todo lo que se encuentra a su alrededor”, explicas en tu investigación. ¿Qué opinas de Instagram?
Al igual que un flâneur no es un paseante cualquiera, tampoco puede ser un phoneur cualquier persona con Instagram. La flânerie es una actitud: en oposición al ritmo de la velocidad y el consumo, se contrapone su caminar, que mantiene una actitud consciente, que se sumerge en la desorientación, que hace un uso creativo de la percepción del espacio y la lentitud. El pasear del flâneur es un acto de resistencia, y por tanto también lo es el del phoneur, que es un ser híbrido que deambula por geografías híbridas, caminando al margen de los espacios de consumo.
En este caso, el empleo que hace el phoneur de la tecnología, hace de esta un dispositivo que permite escapar al control y vigilancia de las ciudades, potencia la experiencia lúdica del espacio urbano, aumentándola, pervirtiéndola, trastocándola… El flâneur y sus actualizaciones (ciberflâneur, phoneur…) son una especie de detectives en busca de grietas en el sistema.
Rebecca Solnit, autora de ‘Wanderlust’, explica que la calle “es donde la gente se transforma en pueblo y donde reside su poder”. A pesar de que así nos lo quieran vender, ¿crees que es posible una revolución urbana en el ciberespacio?
Tal y como demuestran estas figuras, hay grietas en todo, y una de las cualidades que permite la tecnología es la de comunicarnos y relacionarnos. Mientras sepamos habitar y desplazarnos por los márgenes y por líneas intermedias, la revolución siempre es posible. Y si logramos hacer pequeños actos de resistencia, como reducir la velocidad, detenernos y prestar atención a los pequeños detalles que nos rodean… estaremos llevando a cabo pequeñas y necesarias revoluciones.
Quizás un flâneur, un hombre que pasea, no pueda considerarse lo que la RAE entiende por hombre de a pie, es decir, una persona normal y corriente. En el caso de las flâneuses, las mujeres paseantes, ¿crees que sigue estando mal vista su presencia solitaria en la calle?
En mi caso, he trabajado la figura del flâneur como actitud, como figura conceptual y como figura liminal, que se encuentra en un lugar “entre”, fronterizo, en el extrarradio, que es neutro, que no está ni fuera ni dentro, que no es ni hombre ni mujer; sin embargo, de forma paralela, comencé a considerar en ella la cuestión de género. Autoras como Janet Wolff, al detectar la ausencia de un equivalente femenino del flâneur, proponen la figura de la “flâneuse invisible”, ya que en la modernidad el espacio público es un espacio destinado a los hombres (la idea de un hombre público no es lo mismo que una mujer pública).
Por eso, la presencia de una mujer solitaria en la calle se ha relacionado siempre con el consumo y la mercancía: desde el cuerpo de la mujer como mercancía, como objeto de consumo, hasta la mujer que solamente hace presencia en la calle para desplazarse de un establecimiento a otro y adquirir bienes (ropa, alimentos… Todo aquello que tiene que ver con los cuidados de la familia). Y estas diferencias en los usos del espacio público por parte de hombres y mujeres, siguen existiendo. Pero no solo para la mujer, sino para todo aquello que queda al margen de esta sociedad. Para las minorías, pasear y habitar las calles adquiere y requiere una mayor capacidad de resistencia y revolución.
Recientemente has inaugurado, junto a otras compañeras, Fantastik Lab, un espacio donde “poder conspirar, que no deja de ser un sinónimo de respirar-con”. ¿Podrías resumirnos las pretensiones de dicho espacio?
El Fantastik Lab es un espacio de libertad creativa situado en el barrio de la Olivereta. Se inauguró el 25 de septiembre y ya tenemos una amplia programación, tanto de exposiciones como de talleres, charlas, laboratorios creativos… Después de la pandemia se nos hizo más necesario que nunca un espacio donde poder reunirnos físicamente y dar rienda suelta a la imaginación, conspirando creativamente en un mismo espacio, compartiendo el mismo aire.
Las cuatro fantástikas somos Cristina Ghetti, Griselda Morales, Mariela Yabo y yo, y estamos abiertas a expandir diferentes propuestas en todos los sentidos: podemos albergar la exposición más internacional y que el próximo evento sea un concierto de campanas en patio interior interpretado por la vecina de arriba. Se trata de un laboratorio experimental, un espacio intermedia donde cualquier práctica y disciplina es bienvenida.
Sobre Elia Torrecilla
Elia Torrecilla es doctora en Arte: Producción e Investigación por la Facultad de Bellas Artes de la Universitat Politécnica de València, resultado del trabajo desarrollado durante cuatro años en el seno del grupo de investigación ‘Laboratorio de Creaciones Intermedia’, del Departamento de Escultura de la UPV València, participando en diversos proyectos de Investigación I+D. Es Licenciada en Bellas Artes por la Universidad Miguel Hernández de Elche, donde actualmente imparte docencia. En 2011 participa en el programa de movilidad Erasmus en la Akademii Sztuk Pięknych w Łodzi, Polonia, y en 2015 lleva a cabo una estancia de investigación en la Universitá di Roma Tre, Departimento di Architettura, Laboratorio di Arti Civiche (Roma).
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