Nanni Moretti

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‘El sol del futuro’, de Nanni Moretti
Reparto: Nanni Moretti, Mathieu Amalric, Margherita Buy, Barbora Bobulova, Silvio Orlando, Valentina Romani, Silvia Nono, Blu Yoshimi
95′, Italia | Sacher Film Rome, Fandango Produzione y RAI Cinema, 2023

Es una pena que la obra de ciertos directores ya consagrados no siempre reciba la atención que se merece. En esta loca carrera por la novedad en la que estamos atrapados, la veteranía cotiza con frecuencia en el bando negativo o, como poco, queda desplazada a un escalón inferior dentro de la consideración de la crítica y un público que eleva a los puestos superiores al último experimento avalado por razones, muchas veces, cuestionables. Es como si, al estar acostumbrados a lo bueno, pudiéramos permitirnos el lujo de despreciarlo, dándolo alegremente por amortizado. Se ve que nos sobra el talento y la sabiduría, digo yo.

Es el caso de la obra del italiano Nanni Moretti. Bendecido por la crítica internacional desde que realizó la sorprendente ‘Caro diario’(1993), su cine, con sus lógicos altibajos, muestra todavía un gran vigor estético y emocional. Afín a un estilo propio, su trabajo se mueve sobre unos ejes reconocibles y consabidos, lo que no implica, necesariamente, que no tenga nada nuevo ni relevante que decir.

En su última producción, ‘El sol del futuro’, Moretti nos presenta a Giovanni, un director de cine entrado ya en años que va a rodar su próxima película, un drama histórico situado en la Italia de mediados de los 50. Por entonces, el Partido Comunista Italiano constituía una de las fuerzas políticas más sólidas del país, y sus cuadros llegaron a ser el nudo vertebrador de la vida comunal en los barrios más populares.

Pero un hecho inesperado va a hacer tambalear estos cimientos: la invasión de Hungría por tropas de la entonces Unión Soviética como represalia a una serie de manifestaciones contra las políticas dirigidas desde Moscú. Este hecho recibirá las críticas de ciertos sectores del partido italiano que lo perciben como una agresión directa contra el pueblo húngaro, con la consiguiente amenaza de fractura entre ambas organizaciones.

Nanni Moretti, en ‘El sol del futuro’, película que él mismo dirige.

Pero el drama que Giovanni trata de reflejar en su película tiene su reflejo fuera del plató de rodaje, en su vida privada. Giovanni no solo tiene problemas para acabar su trabajo, en manos de un alocado productor francés, por falta de presupuesto. Además, su mujer está decidida a separarse después de décadas de convivencia y su hija sale con un hombre que, desde su punto de vista, no le corresponde por edad. ¿Qué más podría torcerse? Pues que Netflix se presentara como el nuevo financiador de su proyecto.

‘El sol del futuro’ es, ante todo, un ejercicio de nostalgia. Una mirada hacia el pasado en busca de un algo que el autor considera perdido. Ante todo, la mirada de Moretti es política. ¿Qué le ha pasado a Italia?, se pregunta. ¿En qué momento se nos escapó de las manos? La película que rueda Giovanni sirve, así, al director, de escenario para hacer una descripción de aquella sociedad que una vez estuvo comprometida con la lucha de clases, la revolución social y la solidaridad entre vecinos.

Moretti habla a las nuevas generaciones para explicarles cómo eran las cosas. Pero, ¿hubo alguna vez comunistas en Italia?, se pregunta un joven miembro del equipo de la película de Giovanni. Y éste, asombrado, se desespera. ¿Cómo es posible tanta ignorancia? ¿De dónde procede esta amnesia? El análisis de Moretti no excusa las contradicciones ni idealiza ese pasado que reconstruye (si acaso, demuestra una mirada algo romántica, que no es lo mismo).

El propio tratamiento de la película que rueda Giovanni, su alter ego, expone las contradicciones que corroyeron las ideologías que una vez fueron ese sol de esperanza por el futuro que da título a la cinta. Pero Moretti entiende también que no es posible completar su discurso sin una mirada crítica hacia nuestro presente. Y lo que enseña es, al mismo tiempo, patético y esperanzador.

Fotograma de ‘El sol del futuro’, de Nanni Moretti.

Por un lado, mira hacia sí mismo, hacia su propia generación. Su Giovanni, sin ser exactamente él mismo, como ha declarado en alguna entrevista, se le parece mucho. Como Moretti, es un hombre enfadado y, en buena medida, desorientado. A su alrededor, todo se derrumba, nada parece ya firme, lógico ni razonable y se siente desubicado, como fuera de lugar.

Frente aquellos apasionados ejercicios de solidaridad de aquella generación de los cincuenta, ahora todo el mundo va a la suya, pendiente exclusivamente de sus necesidades particulares. En una de las secuencias más divertidas de la película, Giovanni quiere cumplir con el ritual de ver una película con su familia antes de empezar el rodaje. Es una especie de tradición, una superstición privada. Pero hasta las costumbres más simples se desmoronan. Giovanni tendrá que reconstruir todo su mundo y buscar, de nuevo, su sitio.

Y ese sitio es el cine. Un cine que Moretti encuentra que se halla en franca decadencia. La aparición de las plataformas de streaming han corroído un arte que se encuentra sojuzgado por la dictadura de los algoritmos, los altos presupuestos y las cifras de visionados. Y todo ello para ofrecer un entretenimiento banal, entregado a la exhibición impúdica de la violencia, no tanto para cuestionarla, aunque afirme lo contrario, para socavar sus códigos morales, sino para abrazarla.

Un cine poseedor de una estética tosca, plagada de lugares comunes (¿una referencia a Tarantino?), que repite discursos hueros, en una verborrea visual que ha llevado aquella vieja polémica que proponía Walter Benjamin al paroxismo. Vemos lo mismo una y otra vez, pero no nos damos cuenta.

Barbora Bobulova y Silvio Orlando, en un fotograma de ‘El sol del futuro’, de Nanni Moretti.

Moretti recupera aquella reflexión de Godard sobre el sentido moral de la imagen y se la lleva a su terreno. El fondo es la forma. Y la forma, el contenido. El autor de ‘La habitación del hijo’ nos dice que un plano (cualquier plano) de una película es algo más que el simple registro de un suceso. Es un espejo del mundo y, por lo tanto, con cada plano que rodamos asumimos nuestra parte de responsabilidad en su construcción.

Es entonces cuando, incitados por Giovanni, miramos ahora la película de Moretti con otros ojos, fijando la atención en cada encuadre, y comparamos. ¡Y qué diferencia! Moretti mira a sus personajes, sus vicisitudes existenciales e ideológicas, con el mismo cariño y respeto de siempre. No son solo personajes, son seres humanos de carne y hueso.

La imagen se convierte, así, en algo más que un vehículo para abrumar al espectador, para alienarlo (con violencia), es expresión del alma que los anima. Y con ellos, nuestra mirada se ensancha, desbordando la pantalla de cine hasta entrar en comunión con lo que vemos para acabar reconociendo a esos personajes dentro de nosotros mismos. Y como compañeros de viaje: Fellini, Cassavetes, Scorsese… casi nada.

Y, claro, de fondo, la vida. No es baladí la comparación con ‘Caro diario’, cinta con la que ‘El sol del futuro’ guarda una muy estrecha relación de continuidad. ¿Un posible cierre vital? Ahora, aquel joven que recorría las calles de Roma en una vieja Vespa al ritmo de la suave voz de Leonard Cohen, ha crecido. Ahora circula en un patinete eléctrico. Pero ambos comparten la misma curiosidad, la misma felicidad por recorrer espacios, encontrar gente.

Puede que Moretti/Giovanni se haya hecho un poco más cascarrabias, pero sigue encontrando en los pequeños detalles cotidianos la misma reivindicación por el derecho a vivir en plenitud: una carrera nocturna entre dos amigos, una canción en el reproductor del coche… Moretti todavía tiene ganas de bailar. Y lo hace libremente, sin complejos.

Y como fondo de ese escenario, aquella Roma milenaria que todavía palpita al ritmo de sus habitantes. La ciudad eterna representada, de nuevo, a la altura de nuestros ojos, que es el punto de vista del ciudadano corriente, con sus virtudes y contradicciones, pero sin artificio.

Moretti viene a decirnos otra vez que, pese a las muchas dificultades y los fracasos, donde hay vida queda todavía mucha esperanza. A la salida de la sala, nos recorre de oreja a oreja una sonrisa involuntaria que brota directamente de la experiencia de lo vivido. Esa es la fuerza del cine de verdad. Sensacional.