Jardín autómata, de Olga Diego
Centre del Carme
C / Museo, 2. Valencia
Hasta el 28 de octubre de 2018

La artista alicantina Olga Diego recrea el ‘Jardín de las Delicias de El Bosco’ en el Centre del Carme Cultura Contemporània de València. Con más de 400 metros cuadrados la instalación de Olga Diego que ocupa la Sala Dormitori, sumerge al visitante en un paraíso de libertad creativa y sexual donde el pecado de la carne del que advertía El Bosco es sustituido ahora por el plástico, en una crítica al capitalismo y a la sociedad de consumo.

José Luis Pérez Pont, director del Consorci de Museus, explicó que “la obra de Olga Diego nos introduce en una nueva dimensión del arte donde las obras ya no sólo se pueden observar sino que cobran vida e incluso respiran”. El director del Centre del Carme destacó la línea de trabajo de la artista, a caballo entre la performance y la instalación escultórica y recordó que su obra forma parte de la naciente colección de Arte Contemporáneo de la Generalitat Valenciana que también se puede ver en el centro de cultura contemporánea a lo largo de este verano.

Olga de Diego. Imagen cortesía del Centre del Carme.
Olga de Diego. Imagen cortesía del Centre del Carme.

¿Sería posible recrear el Jardín de las Delicias de El Bosco en una instalación de esculturas inflables y electrónicas? Salvando las grandes distancias, esto es ‘Jardín Autómata’: una gigantesca instalación formada por un centenar de esculturas inflable-electrónicas inspiradas en los hermosos, extravagantes y sugerentes personajes de El Bosco.

El punto focal que provoca la idea, es la ‘Cabalgata del deseo’ pintada en el panel central del tríptico. En ella, seres humanos desnudos disfrutan, junto con animales de todas las especies, de un mundo de placer sin límites. La lujuria representada de múltiples e inimaginables formas. Un mundo sugerente donde también encontramos hermosas aves, peces y frutos exóticos.

Estos elementos son los que también aparecen en ‘Jardín Autómata’. Una orgía visual y creativa. Un laberinto de grandes cuerpos traslúcidos que sugieren una existencia mágica. “En mi obra busco provocar una experiencia. Tengo la sensación de haber creado en la Sala Dormitori un pequeño microuniverso. La pieza se activa cuando el espectador se introduce en ella, necesita entrar dentro de ella, recorrerla, para poder reconocer a cada uno de los personajes que se mueven y respiran como seres vivos a su alrededor”.

Diferentes humanoides, cuadrúpedos y personajes híbridos son suspendidos en el espacio de la sala en una composición aérea y en continuo movimiento, mientras otros inflables se encuentran posados en el suelo recreando escenas más terrenales y libidinosas.

En esos cuerpos traslúcidos, sus motores, como corazones eléctricos, insuflan aire en su interior, marcando con sus ritmos una indescifrable sinfonía eléctrica. Luces led terminan de conformar los cuerpos y una lluvia de cables y circuitos electrónicos se descuelgan desde las figuras hasta posarse en el suelo de la sala.

En la obra de Olga Diego es muy importante la electrónica: un laberinto de cables conectados a un complejo hardware son los que dan vida a estos personajes: humanoides de todos los géneros, cuadrúpedos sencillos y mestizos, seres híbridos, mujeres de grandes pechos-antena, animales cabeza-globo, la jirafa mutante, chico pájaro con alas-tortilla, huevos y peces con piernas, hermafroditas que vuelan, frutos con tentáculos, perros de dos cabezas, pájaros extraños de alas adaptadas, y un largo etc.

Sin embargo, detrás de esa obra de El Bosco que tan atractiva nos resulta hoy, encontramos una crítica al pecado, a la lujuria que retrata. Profundamente religioso, El Bosco pretendía mostrar las terribles consecuencias que acaecerían a la especie humana si esta se dejaba seducir por los placeres de la carne.

Olga Diego reconoce que “hay una gran distancia entre su intención y lo que hoy día vemos en esa obra. Un mundo sugerente e idílico, un inquietante paraíso de libertad. Actualmente y sin lugar a dudas, uno de nuestros mayores pecados como especie humana no son nuestros deseos sexuales (afortunadamente ya más libres). Convertidos en una sociedad capitalista incapaz de modular un respeto por el medio ambiente, sufrimos de un derroche desmedido, y es en esa lujuria consumista donde mostramos nuestro inmenso pecado, el plástico”.

“Jardín Autómata ha supuesto un reto constructivo, pero también un insinuante paraíso en cuanto a las formas a crear” explica la artista quien reconoce que trabaja tensando los límites de lo artístico y lo físico como en su último trabajo en Londres en el que estuvo 58 horas dibujando sin parar. La artista trabaja entre la performance y la instalación creando artefactos artísticos que le han permitido incluso la posibilidad de volar en una búsqueda de la mayor libertad posible.

Jardín autómata, de Olga de Diego. Imagen cortesía del Centre del Carme.
Jardín autómata, de Olga de Diego. Imagen cortesía del Centre del Carme.