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‘El Eternauta 1969’, de Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López
Guion: Héctor Germán Oesterheld
Dibujos: Alberto Breccia
Reservoir Books, 2025
Netflix sumó a su catálogo, a finales de abril, una traducción de ‘El Eternauta’, a cargo de Bruno Stagnaro, con Ricardo Darín representando en la imagen el papel del antihéroe Juan Salvo. La llegada del producto discutible, en forma de serie de seis episodios, debería animar al público, pienso, a conocer ahora una de las piezas maestras de la viñeta internacional, o a volver a ella.
El cómic de Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López está disponible en España, de nuevo, por medio de una magnífica y completa edición de Planeta Cómic, prologada por Guillermo Saccomanno y Juan Sasturain.

Publicada en un principio en Argentina, de 1957 a 1959, en una serie de 106 entregas en la revista Hora Cero Semanal, la obra representa, sin lugar a dudas, la más excepcional aproximación hispanoamericana a la ciencia ficción. En sus dibujos de pesadilla se relatan diversos capítulos de las primeras fases de una invasión extraterrestre a la Tierra.
Localizada en un Buenos Aires nevado y tenebroso, sigue las andanzas de un grupo de figuras anónimas en su lucha contra unos fenómenos conducidos por los misteriosos Ellos. Con sus manifestaciones apesadumbradas y simbólicas, también profundamente paranoicas, se conecta, muy pronto, a las propuestas cinematográficas presentadas por la industria de Estados Unidos de entonces –en la denominada edad de oro del género, es decir, durante las primeras etapas de la Guerra Fría– y propone, así, una admirable relectura y una intervención decisiva en las esencias de la categoría.
Coincidiendo con el estreno de la serie en la plataforma, Reservoir Books publica la versión de 1969 del guionista Oesterheld y el dibujante Alberto Breccia. Esto es un acontecimiento, la verdad, puesto que, hasta el momento, en España, no se había difundido. Esta novela gráfica, mucho menos conocida que la original, plantea una emocionante reinterpretación.
Distribuida una década más tarde, en entregas de tres páginas, por el semanario Gente, en un contexto sociopolítico mucho más difícil –el de la dictadura militar de Juan Carlos Onganía–, sufre notables dificultades, en su evolución, hasta su suspensión precipitada.

El malestar de los editores y los lectores con la moderna interpretación de los terribles hechos de Salvo y el ataque alien, en particular con esos trazos profundamente expresionistas de Breccia que, de manera apropiada, destrozan el realismo de las viñetas de Solano López, provoca la caída de una obra que, con mano maestra, trabaja el caos es una escena de profunda inquietud.
El derrumbamiento editorial, sin embargo, lejos de echar a perder el proyecto, lo eleva hasta situarlo en un singular plano de abstracción sombría. La progresiva aceleración argumental exigida por los responsables de la editorial para acabar lo antes posible con la construcción, en realidad, impulsa muy bien las configuraciones cerradas e, incluso, experimentales establecidas desde las primeras páginas.
Los autores no pretenden, está claro, reconstruir con fidelidad los métodos pasados. Usan el regreso al armazón argumental de ‘El Eternauta’ para proponer una interpretación muy distinta, empujada por el carácter pesimista de los tiempos y las reformas precisas de las artes. El propio remake acredita la idea de las dos dimensiones paralelas. La primera se desarrolla en un factible futuro situado en 1963 y, la segunda, en el invierno del 71. Son un par de mundos, o perspectivas separadas, en efecto.

La versión de finales de los años 50, como decía, ofrece una coherente lámina de traqueteos gélidos y deprimentes, absolutamente vinculada a las secuencias de películas de Edward L. Cahn, Fred F. Sears o Gordon Douglas. Por su parte, la de 1969, siguiendo las experiencias de otras artes, violenta las formas y, tras cerrarse de veras sobre sí misma, roza la pura experimentación a fin de recoger en sus páginas el caos hondo del tiempo.
Las texturas realistas y los ordenamientos equilibrados anteriores dejan paso a una espectral visión simbólica que parece moverse, con olas negras descontroladas, por las hojas. Con sus dibujos trastornados e inquietantes, Breccia se interroga sobre la naturaleza emocional y política de la Argentina de finales de la década de los 60.
El guionista, por su parte, brinda una cabriola orgánica todavía más sorprendente que la del pasado. En el primer ‘Eternauta’ trabaja una lectura meta del cómic al situarse en el relato en el papel del anfitrión del viajero del tiempo en su regreso a nuestra época. En la siguiente, recupera, desde luego, el rol, pero la disposición del informe del personaje sobre la obra, esquemática y teórica, refleja un destacado adelanto en la reflexión de la actuación del artista frente al mundo.
‘El Eternauta 1969’ mira hacia el futuro. Por un lado, con las evolucionadas y discutidas ilustraciones expresionistas, Breccia da a conocer la voluntad de zambullirse y perderse en el universo de las pesadillas fantasmagóricas, a continuación.

Sin duda alguna, la sustancia de sus posteriores trabajos sobre la base de los verbos de Lovecraft, Stoker o Stevenson se encuentra bajo los miedos de la ciencia ficción. La tragedia del nuevo Juan Salvo lo conduce hasta ahí. Por otra parte, la aflicción existencial-política incrustada en sus imágenes presagia el venidero totalitarismo de Videla. Un marco de horror y locura donde el guionista, después de ser secuestrado por los milicos en 1977, se convierte en uno de los numerosísimos desaparecidos.
En relación a esto, creo que es muy significativo un detalle cambiado en el contexto de la historia. En el primer libro, la invasión es total. Los alienígenas atacan el mundo. En el segundo, empero, el espacio agredido corresponde, exclusivamente, a Sudamérica. Es más, algunos personajes discuten acerca de la colaboración de varias potencias, como Estados Unidos, con los intrusos. Naturalmente, aquí no hay lugar para las ambigüedades pusilánimes.
Los particulares métodos creativos utilizados por Breccia y Oesterheld son diseñados, a decir verdad, un poco antes, en 1968, en la novela gráfica ‘La vida del Che’, uno de los episodios de la serie del editor Jorge Álvarez ‘Vidas ilustradas’. El acercamiento a la biografía del revolucionario también niega, con acierto y rotundidad, los imperativos de un cierto realismo ilustrativo.
Así, se trata de un poético llamamiento, acariciado por el hermetismo especulativo, de blancos fugaces sobre tinta china dominante. No es exactamente una exposición sinóptica de una selección de cuadros relevantes de la vida del individuo; más bien resulta un análisis de sus ideas. ‘La vida del Che’ forma parte de otro libro de Reservoir Books.
En 2024, la editorial la pone en circulación en España unida a ‘Evita, vida y obra de Eva Perón’, de 1970. Acá, los autores cambian las manifestaciones esotéricas por una representación cercana a un informe objetivo. La máxima oscuridad de ‘Che’ o ‘El Eternauta 1969’ cae iluminada por la luz suave de un rostro de mito y fragilidad. Este relato de un ayer alejado otorga una claridad inusual a una ocupación creativa y política compartida durante varios años.