El espíritu de la colmena

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‘El espíritu de la colmena’, de Víctor Erice
A los 50 años de su estreno

Todos los admiradores de la obra cinematográfica del emblemático director Víctor Erice estamos este año de enhorabuena. Por una parte, debido a la conmemoración de los 50 años del estreno de su primer largometraje ‘El espíritu de la colmena’ (1973) –Concha de Oro en el Festival de San Sebastián–, al cual siguió ‘El sur’ (1983).

Y, por otra, a causa de la presentación de su último largometraje, ‘Cerrar los ojos’, en esta 76 edición del Festival de Cannes, 31 años después de haber participado con ‘El sol del membrillo’ (1992), siendo Premio del Jurado y de la Crítica en aquella edición del certamen francés.  

Ahora bien, tenemos que señalar que la veta creativa de Víctor Erice no queda apresada en el hacer cinematográfico de estos cuatro largometrajes, sino que se expande por el dilatado universo audiovisual de la video creación-instalación y de la experimentación –cabe destacar, entre otras piezas, ‘Piedad y cielo’ (2019), ‘Plegaria’ ‘2018’, ‘SeaMail ’(2006), ‘La morte Rouge‘ (2006) y ‘Correspondencia’ (2005-2007)–. 

Fotograma de ‘El espíritu de la colmena’, de Víctor Erice.

Para celebrar tamaña conmemoración, el contenido de esta reseña se va a centrar en la película ‘El espíritu de la colmena’, uno de los filmes más hermosos plásticamente del cine español y, por ende, del europeo.

La belleza compositiva de cada plano junto a la iluminación ‘color miel’ –creada por el director de fotografía Luis Cuadrado para rimar con el título y aspectos de la trama– asisten armoniosamente a una historia que narra con enigmáticos silencios y suavidad dolorosa los estragos de la Guerra Civil.

No obstante, sin eclipsar ese dramático periodo histórico de España, la película se eleva sobre este hecho concreto para mostrar una verdad humana de carácter universal, propia de “la experiencia poética”, tal y como declaró el mismo Erice en el documental ‘Huellas de un espíritu’, realizado por Carlos Rodríguez y guion de Carlos Fernández Heredero en 1998. 

A este respecto, Fernando Savater –en la introducción del guion de la película publicado por la editorial de Elías Querejeta, productor del filme, así como de muchos otros éxitos del cine español– señala: “La colmena en la que se debate el espíritu de Erice es indudablemente España. Tan absurdo sería descontextualizar la película olvidando este dato –degradándola a inconcreta alegoría– como supeditar todo su significado al peculiar enredo histórico español”.

Y añade: “El espíritu ama lo concreto, pero saca fuerza de ello para ir más allá de cualquier anécdota; es histórico, da cuenta y se da cuenta de la historia, pero no queda encerrado por ella en su necesidad. Estamos ante un decidido alegato contra el fascismo, cuya verosimilitud estética y ética le hace afortunadamente rebasar el cauce estrictamente político –es decir, estratégico– del antifascismo”. 

Ana Torrent e Isabel Tellería, en un fotograma de ‘El espíritu de la colmena’, de Víctor Erice.

‘El espíritu de la colmena’ se inicia con estas palabras inscritas en la imagen: “En un lugar de la meseta castellana… Hoyuelos. 1940”, en una clara referencia y homenaje a la novela de Miguel de Cervantes, ‘El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha’.

A partir de aquí, el filme despliega otras citas literales y veneraciones a textos universales de la literatura y el cine, entre otros, a la película de James Whale, ‘Frankenstein’ (1931), origen de la trama, al libro de Maurice Maeterlinck, ‘La vida de las abejas’ (1901) y a la composición musical ‘Zorongo Gitano’, de Federico García Lorca.

Una intertextualidad explícita que vertebra con intensidad poética el drama de la película de Víctor Erice: la búsqueda de un sentido al sinsentido de la muerte. A esa muerte real sufrida a causa de la contienda de la Guerra Civil, y a esa otra que comparece como alegoría, a través del relato artístico en general y, en particular, del cinematográfico.

Así, en ‘El espíritu de la colmena’, la muerte surge como interrogación vital para la niña protagonista, mientras está viendo la película ‘Frankenstein’ (1932) de James Whale. Y es que en ‘El espíritu de la colmena’, al igual que sucede con otras películas de Víctor Erice, se expresa visual y narrativamente la idea de que todo relato es una forma de conocimiento cuyos contenidos pueden despertar, explicar y canalizar ciertos sentimientos existenciales y trascendentales del ser humano.

Teresa Gimpera, en un fotograma de ‘El espíritu de la colmena’, de Víctor Erice.

En este caso, se narra el exilio de una familia formada por un padre, Fernando (Fernando Fernán Gómez), por una madre, Teresa (Teresa Gimpera), y por las dos hijas, Ana e Isabel (Ana Torrent e Isabel Tellería), en un pueblo de la mancha castellana, Hoyuelos, un año después de la Guerra Civil.  

Por ello, la muerte real de la guerra palpita en carne viva sobre los cuerpos y las almas de los progenitores Fernando y Teresa. Las imágenes, con una sutil puesta en escena, hacen sentir las adversidades de la Guerra Civil a través del silencio de sus palabras, del temor de sus vacías miradas, del frío caserón familiar donde habitan, de las tierras invernales y del viento gélido de La Mancha. La sutil plástica de la puesta en escena refleja de manera metafórica y metonímica los estragos de esa guerra fratricida y de la posguerra española.

Serán las palabras de la madre las que transmitan, en la entrañable carta que dirige a un amigo, el paisaje desolador de sus almas y del espacio hogareño: “Nada puede hacer volver las horas felices que pasamos juntos. Pido a Dios que me conceda la alegría de volverte a encontrar. Se lo he pedido siempre, desde que nos separamos en medio de la guerra, y se lo sigo pidiendo ahora, en este rincón donde Fernando, las niñas y yo tratamos de sobrevivir”.

“Salvo las paredes –continúa Teresa–, apenas queda nada de la casa que tu conociste. A menudo me pregunto dónde habrá ido a parar todo lo que en ella guardábamos. No lo digo con nostalgia, después de lo que nos ha tocado vivir en estos últimos años. Pero a veces, cuando miro a mi alrededor y descubro tantas ausencias y al mismo tiempo tanta tristeza, algo me dice que quizá con ella se fue nuestra capacidad para sentir de verdad la vida. Ni siquiera sé si esta carta llegará a tus manos. Las noticias que recibimos de fuera son tan pocas y tan confusas. Por favor escribe pronto, que sepa que aún vives. Recibe todo mi cariño. Teresa”. 

Fotograma de ‘Frankenstein’, de James Whale, aludido en la película ‘El espíritu de la colmena’, de Víctor Erice.

Y, frente a esa aflicción resignada de Teresa por todas las muertes sobrellevadas y todas las vicisitudes padecidas durante la guerra, aparece la interrogación sobre la muerte por parte de Ana, su hija: “¿Por qué la ha matado?” Pregunta que hace Ana, desconsolada e insistentemente, a su hermana Isabel, tras ver cómo el monstruo Frankenstein mata, desde la más ingenua inconsciencia, a la inocente niña del filme de Whale.

Así, la presencia de la muerte punza a Ana desde el relato de ficción de la película de Frankenstein, hasta llevarla al delirio, a la desintegración psíquica. Esta inocente pregunta, ¿por qué la ha matado?, además de desencadenar el origen de la trama, concentra la esencia poética y, por ello, universal de la historia de ‘El espíritu de la colmena’: la muerte como interrogación trascendental del sujeto.

Por ello, para Víctor Erice esos planos del rostro Ana, entre la fascinación y el terror, viendo el cadáver de la niña de la película de Whale en brazos de su padre, sean “probablemente el momento más esencial, más importante, que yo he captado (…) Es, verdaderamente, el momento de la película que más me conmueve, todavía hoy día, y que creo sinceramente que es lo mejor que he filmado jamás”, confiesa el director en el documental de Rodríguez.

El director explica por qué considera estos planos tan emblemáticos en su filmografía y, en concreto, en esta película. ‘El espíritu de la colmena’, como aprecia el director, tiene una clara “voluntad de estilo y fuerte premeditación formal”, en cambio ese plano de Ana “se rodó con una cámara en la mano, con una técnica de documental”.

Erice subraya que “ese lado documental que irrumpe en el cine de ficción, en toda suerte de ficción, es la capacidad que tiene el cine para registrar el acontecimiento real”.  Ahora bien, el director matiza que “sin el sustrato de la ficción no adquiriría, tampoco, su pleno sentido como imagen documental”.

Las palabras de Víctor Erice, obviamente, están remitiendo a la idea del punctum expuesta por Roland Barthes en su ensayo ‘La cámara lúcida. Nota sobre la fotografía’: esa huella de lo real que la cámara fotográfica y la cinematográfica es capaz de captar, punzando y desestabilizando la mirada placentera del espectador hasta hacerle sentir un cierto dolor, abrir una herida. 

Víctor Erice al documentar literalmente, en esos primeros planos del rostro de Ana, el impacto de la muerte, sin el velo pictórico de la mise in scène, consigue que la historia siga conmoviendo con igual emoción en los ojos de los espectadores, aún habiendo transcurrido 50 años del estreno. El espectador siente el impacto que la muerte ficticia en la película ‘Frankenstein’, de James Whale, produce en la experiencia vital de Ana.

A este respecto, Víctor Erice considera que, si algo puede permanecer de cierto interés en ella, actualmente, “es aquello que puede encerrar lo más universal, es decir, lo que es propio de la experiencia poética. De lo que se trata de hablar, en realidad, partiendo de la presencia del tiempo histórico, es del tiempo de los orígenes. ¿Cuál es éste? Pues el que aparece en la primera mirada que lanza un niño sobre el mundo”.