Miguel de Cervantes o el deseo de vivir
Fotografías de José Manuel Navia
Instituto de Cervantes
C / Alcalá, 49. Madrid
Hasta el 1 de mayo de 2016

Este año 2016 se conmemora el cuatrocientos aniversario de la muerte de Miguel de Cervantes, un hombre que en innumerables ocasiones ha quedado eclipsado por la proyección de la figura quijotesca de su gran creación literaria. Por ello, hay quien cuatro siglos después -contemplando la vigencia que conservan sus grandes obras- insiste en dotar a nuestro gran autor de una visión actual.

Cervantes, más que ningún otro, se acercó «al tuétano del país, a la médula” al escribir sobre “la España real de la que ahora hablan tanto políticos y periodistas, y al dar voz a aquellos que no la tienen”. Quien pronuncia esta frase es José Manuel Navia, un filósofo de carrera y fotógrafo de profesión que se atreve a considerar que la fotografía tiene que ver más con la literatura que con las artes plásticas. Es precisamente esta primera disciplina la que sirve de denominador común en muchos de sus trabajos.

Ítaca. Fotografía de José Manuel Navia por cortesía del Instituto Cervantes de Madrid.
Ítaca. Fotografía de José Manuel Navia por cortesía del Instituto Cervantes de Madrid.

Los biógrafos más modernos («porque los antiguos tendían, a veces, a disfrazar la historia de literatura para engrandecer al personaje», dice Navia) concuerdan en que la vida de Cervantes está “llena de lagunas”, lo que ha servido como “estímulo” a Navia para “hacer casi lo que quisiera” durante su periplo por los lugares que recorrió el escritor a lo largo de su vida. Y no son pocos. Su carácter aventurero, “muy de su época”, lo llevó desde Madrid hasta Argel, pasando por Nápoles o Sevilla, siendo testigo y partícipe de verdaderos hitos históricos como la Batalla de Lepanto.

“Viajó una barbaridad para su tiempo. De Madrid a Sevilla eran diez días de viaje en una mula”, cuenta Navia. Sus trayectos, enfocados desde un punto de vista actual y documental (como casi todo lo que hace Navia), pueden contemplarse hasta el día 1 de mayo en la sede del Instituto Cervantes de Madrid. Las 66 fotografías que componen la exposición titulada ‘Miguel de Cervantes o el deseo de vivir’ -organizada por Acción Cultural Española (AC/E) y por el Instituto Cervantes- pretenden mostrar al espectador “en qué se fijaría Cervantes si hoy volviese a pasear por aquellos lares”.

“No me interesaba andar buscando lo que queda del mundo de Cervantes porque si no acabas haciendo un libro de monumentos”, explica Navia. Así, la imagen que da el pistoletazo de salida a la historia de la vida de Cervantes es la de unos títeres, en alusión a su infancia. Una imagen capturada en Alcalá de Henares (donde nació Cervantes en 1547), que aparece junto a otra de un penitente durante una procesión, que muestra “la ilusión y los rigores de un país obsesionado por la limpieza de sangre”.

Lepanto. Fotografía de José Manuel Navia por cortesía del Instituto Cervantes de Madrid.
Lepanto. Fotografía de José Manuel Navia por cortesía del Instituto Cervantes de Madrid.

Tras una instantánea de Córdoba, ciudad de donde procedía su familia paterna y en la que Cervantes pudo pasar algunos años de su infancia, Navia nos lleva a Madrid, donde un joven Miguel, aspirante a escritor, acude a los estudios del maestro Juan López de Hoyos, en la calle de la Villa. Las imágenes del Madrid contemporáneo dejan clara la intención de Navia en este trabajo: volvemos a esta hipotética óptica actual de Cervantes cuando vemos a una joven que se enciende un cigarro sentada en una terraza en un céntrico barrio popular de Madrid.

En diciembre de 1569, Miguel (pues Navia ha de tratarle familiarmente sin remedio) se traslada a Roma “al servicio del cardenal Acquaviva”. Abandona España “para evitar una amenazadora sentencia”: es acusado de herir en un duelo a Antonio Sigura, un maestro de obras. Viaja por Italia hasta convertirse en soldado, y bajo ese rol pasea por los Quartieri Spagnoli de Nápoles, que también tienen su espacio en la exposición. Según José Manuel Navia, “siguen siendo prácticamente como en el siglo XVI”.

La Batalla de Lepanto tiene, por supuesto, su hueco en Miguel de Cervantes o el deseo de vivir. “Fueran por donde fueran esos barcos combatientes -reflexiona Navia-, debían de pasar por Ítaca”. Señala el fotógrafo la imagen que muestra la isla y exclama: “¡qué bonito que Cervantes pasara por allí habiendo leído ya a Homero!”. El texto que corona las fotos que ilustran este periodo reza: “Don Quijote será, simple y llanamente, un manchego transfigurado en héroe homérico”.

Magreb. Fotografía de José Manuel Navia por cortesía del Instituto Cervantes de Madrid.
Magreb. Fotografía de José Manuel Navia por cortesía del Instituto Cervantes de Madrid.

La importancia del Magreb

Herido de gravedad en combate y con el brazo izquierdo inútil de por vida, el intrépido Cervantes aún intervendría en otros episodios bélicos que le llevarían por el Magreb, origen del mundo morisco “que siempre tendrá presente”. Dada su importancia, son numerosas las fotografías que detienen el tiempo de esta fase vital de nuestro más ilustre escritor, cuyas protagonistas son a menudo mujeres rodeadas de colores cálidos en calles y playas que no parecen haber cambiado demasiado con el paso de los años. En esta parte del recorrido sitúa también Navia los cinco años de cautiverio en Argel y su llegada posterior a Orán, tras un breve paso por Portugal.

Llegará, por fin, a Sevilla. Y lo hará solo, a pesar de haberse casado poco antes con la joven Catalina de Esquivias. “Me apetecía mostrar que llega a lo mundano”, dice Navia sobre las fotos que hablan de Andalucía. En Sevilla, verdadera capital económica de España por entonces, “es donde Cervantes vive la vida desenfadada y mundana”. Así, podemos ver a las señoras de pelo corto, lacado e idéntico, que pasean por las calles encaladas, los peculiares personajes callejeros, la espalda de una mujer bonita y las tabernas y pensiones donde Cervantes se hospedaría durante su labor como recaudador de impuestos, que le llevaría por pueblos andaluces como Montilla, Écija, Estepa o Castro del Río.

Playa San Juan. Fotografía de José Manuel Navia por cortesía del Instituto Cervantes de Madrid.
Playa San Juan. Fotografía de José Manuel Navia por cortesía del Instituto Cervantes de Madrid.

Los títeres retornan a la exposición de Navia al volver Miguel de Cervantes a Valladolid donde lo encontramos en 1604. “Será el momento de regresar al hogar y dedicar los años que le queden al oficio de la escritura”, tras haber recorrido numerosos lugares y aventuras. Es en estos años cuando publica las dos partes del Quijote (1605 y 1615) y es por ello que La Mancha (con sus molinos captados de una manera alejada de la tradicional, sus asadores en carreteras lluviosas, un casino o las Lagunas de Ruidera) ocupa un lugar destacado en ‘Miguel de Cervantes o el deseo de vivir’.

Una última etapa en Madrid (llama especialmente la atención una fotografía de un teatro con sus butacas tapadas con sábanas “para que no se empolve”: “una metáfora visual de que Cervantes no tuvo éxito como dramaturgo”) y unas fotografías de Barcelona en la noche de San Juan, fiesta en la que Don Quijote y Sancho ven el mar por primera vez en la Segunda Parte del Quijote, cierran esta exposición, que viene a ser una oda a la vida, un cántico a la libertad que Navia ha llevado a cabo en soledad -su estado preferido para trabajar-, sin prisas, esperando a veces durante horas o dando de inmediato con la imagen perfecta.

Navia, amigo de la secuencia y enemigo de los ‘selfies’ y del abuso de los retratos, aboga por la práctica del ‘documentalismo lírico’, un concepto utilizado por Walker Evans, fotógrafo americano conocido por documentar los efectos de la Gran Depresión. De ello se ha servido para perseguir a Cervantes, pues hoy parece estar más vivo que nunca.

Campo de Criptana. Fotografía de Navia por cortesía del Instituto Cervantes.
Campo de Criptana. Fotografía de José Manuel Navia por cortesía del Instituto Cervantes de Madrid.