‘El Bígamo’, de Ida Lupino
Con Joan Fontaine, Ida Lupino, Edmond O’Brien y Edmund Gwenn, entre otros
80′, EEUU | The Filmakers, 1953
‘La mirada d’Ida Lupino‘ | La Filmoteca de València
La imperfección del ser humano hace que anhelemos la búsqueda de una perfección única y absoluta que tan solo existe en nuestra imaginación. Desde el momento en el que ponemos un pie en este mundo, buscamos alcanzar esa perfección que parece habérsenos negado por algún error cometido en el pasado.
También puede ser que la búsqueda no sea más que un simple camino marcado para llegar a un destino concreto. Es posible que la única solución para recorrer el trayecto con algo de dignidad sea la dualidad misma. Lo bueno y lo malo, nacer y morir, la salida y la meta.
En la historia que nos relata Ida Lupino (‘El Bígamo‘), al protagonista (Edmond O`Brien) nos lo presentan como un hombre triunfador en su negocio de ventas entre Los Ángeles y San Francisco, con una esposa (Joan Fontaine) que trabaja en la empresa haciendo subir los beneficios y olvidando todo lo demás. Obviamente, cuando nos adentramos en la historia nos damos cuenta que no todo reluce cuando quitas la primera capa de polvo.
Él se siente aislado dentro de su matrimonio, las conversaciones telefónicas que mantiene con su esposa durante los viajes son acerca del trabajo y poco más. Cuando está en casa, apenas encuentra un momento para recuperar esa pasión que tanto añora de ella. Lo único que desea es volver a estar con su mujer, pero ella lo aparta una y otra vez sin darse cuenta.
De esta manera, parece que la situación lo empuja a conocer a otra mujer (Ida Lupino). Con ella todo parece mucho más sencillo, ella jamás le hace preguntas (aunque él las pida, ella jamás las hace), tan solo le pide que esté allí, y el amor parece fluir como la corriente de un río. Todo sigue su cauce hasta que el protagonista la deja embarazada y toma la decisión de casarse con ella. No es que esté bien, pero es lo correcto. Y ahí se convierte en el bígamo de esta historia.
Después, vemos cómo el protagonista empieza a vivir una doble vida entre dos ciudades y dos mujeres. Una situación que sabe que no podrá sostener durante mucho tiempo. La lucha encarnizada que mantiene entre los sentimientos que afloran hacia ambas mujeres y el saber que está haciendo las cosas mal con todas las partes, carcomen al protagonista y consiguen que el espectador desarrolle hacia el personaje una mezcla de desprecio y compasión a partes iguales.
Las dualidades se van sumando a la carga que el hombre tiene que ir arrastrando por el desierto de ambos matrimonios, sin tener un objetivo claro más que el de llegar a casa, su oasis –sea cual sea–, y lidiar con lo que venga. Por eso, cuando es descubierto y el velo de la mentira cae, el protagonista no pierde la calma. Se dirige hacia su hijo recién nacido, lo coge en brazos para tranquilizarlo, como si fuera él mismo el que tuviera que ser acunado. Ahora que ya ha pasado todo y que la mentira se ha hecho pública, por fin puede respirar aliviado.
Las cargas que llevamos, solo nosotros tenemos la opción de compartirlas o dejarlas sobre nuestros hombros y, como Atlas –que soportaba el peso del mundo–, somos nosotros quienes debemos cargar la suma de nuestros errores y nuestros aciertos. No debemos dejar que los demás hagan ese trabajo. Cada uno tiene lo suyo y nadie mira el peso que arrastra el prójimo, sino que se centra en el suyo propio.
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