#MAKMAArte
‘Después de la DANA. Poéticas de la resiliencia’
Artistas: Gemma Alpuente, Hugo Martínez-Tormo, Juan Olivares, Regina Quesada, Rubén Tortosa
Fundación Chirivella Soriano
Palau Joan de Valeriola
Valeriola 13, València
Hasta el 22 de junio de 2025
Tendemos a pensar el mundo que nos rodea como algo en sí mismo razonable. El filósofo Inmanuel Kant lo llamó la “cosa para mí”, aunque advirtiera que, más allá de ese mundo razonable, se encontraba la “cosa en sí”, es decir, aquello que escapa al entendimiento con el que nos manejamos a diario, sin duda necesario para protegernos, precisamente, de aquello que nos desborda.
Y tanto más tendemos a reducir la experiencia humana a todo aquello que, en el orden de la razón, nos devuelve una concepción cerrada del mundo, tanto más nos resulta incomprensible ese otro mundo caracterizado por una ciega tendencia destructiva. Un mundo no solo asociado a los desastres naturales, sino a lo propiamente humano cuando éste cristaliza en un poder excesivo dominado igualmente por la furia.
De manera que el sinsentido de la vida se vuelve intolerable para unos sujetos –los occidentales de las sociedades del bienestar– acostumbrados a manejarse con una razón instrumental en la que no cabe lo ininteligible. Hasta que algo, de pronto, viene a quebrar todo ese universo, transformando lo familiar en un acontecimiento siniestro.
Y es entonces, y solo entonces, cuando nos descubrimos huérfanos de palabras que vengan a suturar tamaña herida; una herida ligada al narcisismo de un yo que niega con la cabeza que tal cosa (“en sí”) haya ocurrido (“para mí”). Y cuando decimos huérfanos de palabras no nos estamos refiriendo a las palabras del lenguaje hecho, de nuevo, a nuestra medida, sino a esas otras que, sabedoras del agujero negro abierto, afrontan la adversidad como parte ineludible de nuestra existencia.
De esas palabras, que ya no son estrictamente del orden de la comunicación, sino precisamente del orden de lo difícilmente comunicable, se hace cargo el arte, traduciendo el sinsentido de la vida mediante formas que lo ciñen sin someterlo al orden lógico del discurso.
Todo lo contrario de lo que sucede con los discursos políticos que, lejos de afrontar lo que quiebra nuestra la realidad, se limitan a solidificar lo propio –asegurando, a quien lo secunde, un espacio confortable–, mientras culpan de las grietas a un otro convertido en agente del mal.

Y es así que un suceso, sin duda siniestro, como la DANA –antes conocida como gota fría–, que asoló con su temporal de lluvia decenas de municipios valencianos el 29 de octubre de 2024, destruyendo casas y provocando más de 200 muertos, solo pueda afrontarse –en su profunda dimensión afectiva– desde el arte.
Cabe hacerlo, en su dimensión científica y política, apelando a los fallos estructurales objeto de análisis con fines preventivos, y también, cómo no, depurando las responsabilidades de quienes actuaron a destiempo y, por ello, propiciando una mayor gravedad de la catástrofe, pero en ninguno de ambos casos se logrará dar cuenta del drama vivido, que es tanto como decir, del impacto que genera en los sujetos la conciencia de la muerte.
Por eso decimos que solo el arte –ojo, el buen arte, más allá de su torpe generalización en la que cabrían hasta las malas artes– tiene la capacidad –cuando el artista se arriesga a ello– de hacerse eco de aquello que nos conmueve, que es tanto como decir, de aquello que nos deja sin las palabras que acostumbramos a utilizar para dar enseguida por sentadas las cosas.

Para acceder al núcleo duro de esa experiencia que cortocircuita nuestras vidas, tomando conciencia de la muerte –en tanto, siguiendo al psicoanalista Sigmund Freud, nos coloca más allá del principio del placer–, se hace necesario dejar de lado el entendimiento, que nos ampara y da seguridad, y situarse precisamente en sus márgenes, es decir, allí donde el pensamiento reflexiona sobre sus propios límites.
El artista auténtico se ubica en ese lugar que algunos han dado en llamar horror vacui, expresión latina que significa “miedo al vacío” y que en el mito de la caverna de Platón estaba representado por quien se atrevía a salir al exterior de la cueva, en cuyo interior se mantenían a resguardo quienes preferían contemplar las sombras como apariencias ilusorias de la realidad.
La DANA, como toda catástrofe natural que nos expulsa de esa cueva imaginaria para confrontarnos con lo siniestro de lo real –de nuevo, la “cosa en sí”–, es una experiencia acerca del sinsentido de la vida que solo el arte, insistimos en ello, puede afrontar para ceñir el caos que habita el mundo y que, por extensión, nos habita en tanto seres con conciencia de la muerte.
Los artistas reunidos en la exposición ‘Después de la DANA. Poéticas de la resiliencia’, que acoge la Fundación Chirivella Soriano –que han sufrido en sus propias carnes la devastación provocada por el temporal aludido–, diríase atravesados por el horror vacui que supuso para ellos asomarse al abismo de la existencia.
Y es así, abismados, o como diría el filósofo Friedrich Nietzsche, ebrios de lo dionisíaco, en tanto fuerza descomunal aniquiladora a la que solo cabe acercarse poniendo en juego la destrucción y la creación en un pulso agotador, como Gemma Alpuente, Hugo Martínez-Tormo, Juan Olivares, Regina Quesada y Rubén Tortosa se las han visto y deseado para dar forma a lo informe, mediante esas “poéticas de la resiliencia” a las que alude el título expositivo.
Cuando el tiempo pase, advertiremos que los artistas aquí convocados –a modo de grupo representativo de cuantos han padecido similar experiencia devastadora y del que la revista MAKMA se hizo eco en su momento– se han comportado como los científicos que tratan de reconstruir, pasados cientos de años, ciertos mundos desaparecidos.
Y lo han hecho, en cierto modo, todavía sobrecogidos por lo sucedido, en ese estado de ebriedad nietzscheana igualmente asociado con el éxtasis, puesto que la palabra griega ekstasis significa, precisamente, “estar fuera de sí mismo”. ¿No les parece justa la expresión para reflejar lo sentido por estos artistas y de cuantos han padecido la DANA? ¿Incluso de quienes, como nosotros, espectadores, hemos vivido en la distancia, mayor o menor, la sensación de hallarnos perplejos, extrañados, fuera de sí, ante las imágenes de destrucción acaecidas ese 29 de octubre de 2024?

Manuel Chirivella, presidente de la Fundación Chirivella Soriano que organiza la muestra, afirma que esta catástrofe “no es el único acto de representación de un artista, sino un momento crítico en el que se abren nuevas posibilidades”. Y agrega: “Entre la brutalidad y los fragmentos recuperados, estas piezas nos obligan a pensar y sentir, a tener memoria de un drama sin precedentes, de una historia que el arte debe relatar”.
Hugo Martínez-Tormo, en ‘El eco de una existencia efímera’, texto que acompaña a la exposición, junto a los otros cuatro de los artistas aquí reunidos, señala con notable precisión ese sentimiento extático: “La tarde del desastre fue una danza entre lo sublime y lo aterrador”.
En cierto modo, ‘Poéticas de la resiliciencia’ adquiere el carácter de una danza ejecutada a través de los diferentes movimientos propuestos por Alpuente, Olivares, Quesada, Tortosa y el propio Martínez-Tormo. Una danza formulada a partir de la experiencia de lo aterrador que para todos ellos supuso el encuentro con la destrucción, parcial o total, de sus estudios y las obras allí almacenadas, compendio de muchos años de trabajo.
Y, tras la experiencia del horror vacui, de lo aterrador, el intento de afrontarlo mediante lo sublime, poniendo al alcance del espectador su vivencia extrema; canalizando mediante la práctica artística lo que tiende al desbordamiento; dejando constancia en sus respectivas obras de las huellas de una naturaleza excesiva, desproporcionada, pura masa energética que, pasado el tiempo, sigue golpeando sobre nuestra conciencia reviviendo la muerte.
Sigmund Freud apuntó que esa conciencia de la muerte, fruto de la experiencia que supone para la razón sentir su propio desgarro por el que se cuela lo ignoto, no la erradica, esto es, no suprime la muerte, pero permite mitigar la angustia de su encuentro acogiéndola mediante el acto creativo, estableciendo cierto lazo sagrado con ella; sacrificando el ego del creador, ahora sí verdaderamente lastimado, herido, de ahí la cicatriz como huella de lo vivido.
Regina Quesada: “Recobrar un caos convertido en polvo”

Cada uno de los cinco artistas dan cuenta de ello a su manera. Regina Quesada mediante ‘El relicario’ de su propuesta. Un relicario atinadamente descrito como “espacio protegido que acoge un objeto para que perdure en el tiempo”. Frente a la intemperie –el exterior de la caverna platónica–, la artista (re)crea un lugar ya no compuesto por sombras imaginarias, sino a modo de ofrenda sacrificial, “en tono de aceptación ante una experiencia traumática vivida”, que busca “conectar lo espiritual con lo terrenal”.
O, por decirlo de otro modo: lo terrenal, propiamente encarnado en la materialidad del barro que afloró tras el paso tumultuoso del agua desbordada, convertido ahora en el acto sublime de trascender tamaña destrucción mediante la creación de objetos revividos por arte de gracia: “Recobrar un caos convertido en polvo”, tal y como concluye Quesada.
Gemma Alpuente: “Pinté sin esperar ningún resultado”

También Gemma Alpuente transforma “en algo mágico”, la que considera su peor experiencia vivida, que ella recoge en ‘Respirar a través del arte durante realidades convulsas’. Movilizando el pensamiento que, como hemos dicho, reflexiona sobre sus propios límites, es como la artista, pintando sin pensar –“pinté sin esperar ningún resultado”–, ha querido mostrar “los extremos” que se manifiestan “de forma superlativa” en “las situaciones más complejas”.
Su pieza, realizada “a partir de todo lo bueno con los resquicios de las obras”, revela el carácter resiliente del sujeto cuando se entrega, siguiendo a Teresa de Jesús, a las contradicciones de la existencia así formuladas por la mística española: “Vivo sin vivir en mí, y tan alta vida espero, que muero porque no muero”.
Juan Olivares: “Es como si Goya, enfurecido, me hubiera visitado para acabar el trabajo”

Esa forma de morir, alzando paradójicamente el vuelo, se halla en la propuesta de Juan Olivares bajo el título de ‘Renacer libera’. Su renacimiento lo gestiona utilizando esta sentencia de Jean Paul Sartre: “No te define lo que has perdido, sino lo que eres capaz de construir después”.
Y lo que ha sido capaz de construir Olivares, rescatando algunas pinturas del agua que anegó su estudio, es una obra evocando a Goya, famoso, entre otras, por ‘Los desastres de la guerra’ que, por alusiones, bien pudieran transformarse ahora en ‘Los desastres de la DANA’. “Es como si Goya, enfurecido, me hubiera visitado para acabar el trabajo”, advierte el artista de Catarroja. Un trabajo fruto de la “ola de solidaridad” mostrada por la ciudadanía aquellos días y de “la rabia que surgió de lo inevitable y de la incompetencia”.
Rubén Tortosa: “Un nuevo tipo de visualidad desde el daño y la herida”

De ’Geografías del error (memorias de instantes aleatorios)’ habla el trabajo de Rubén Tortosa. Dice que, “a partir del desorden generado” por el caos de “una situación climática extrema”, ha sostenido “una reflexión sobre el propio origen de la imagen”, que, en su caso, le ha llevado a “un nuevo tipo de visualidad desde el daño y la herida”.
De nuevo, la herida y la cicatriz como emblemas de ciertas huellas de lo real, impresas sobre un tejido visual alterado por el flujo intempestivo del agua embarrada. Ese “origen cero” de la escritura digital es acometido por Tortosa a modo de “rupturas”, de “instantes aleatorios que generan imágenes inéditas”, a causa de la imprevisibilidad de tan siniestro acontecimiento.
Hugo Martínez-Tormo: “La vida es un hilo frágil que puede romperse en cualquier momento”

Y, por último, el ya mencionado Hugo Martínez-Tormo, en esa danza entre lo aterrador y lo sublime, pone el acento en la fragilidad de la existencia, como si fuera un estoico advirtiéndonos del memento mori, expresión latina que viene a decir: “Recuerda que eres mortal”. Recuerdo aludido por el propio artista: “La vida es un hilo frágil que puede romperse en cualquier momento”.
En ‘El eco de una existencia efímera’, Martínez-Tormo captura esa “fragilidad humana” poniéndola en diálogo con “la resiliencia de la Naturaleza”, así, con mayúsculas, por oposición a la más minúscula naturaleza humana. Una naturaleza que, precisamente a partir de la constatación del sinsentido de la vida, cuando ésta es golpeada por “la cosa en sí”, se aferra al acto creativo como única forma de captar lo que excede a los límites de la razón, afrontando la angustia del ser; del “ser para la muerte” enunciado por el filósofo Martin Heidegger.
‘Después de la DANA. Poéticas de la resiliencia’ nos permite, gracias al empeño creativo de este grupo de artistas, aproximarnos a la experiencia de lo inefable; al momento en el que, de pronto, lo estable desaparece para mostrar, en su lugar, la fragilidad del mundo y de los seres humanos que lo pueblan.
Y si el arte ha de ser, como sentenció Franz Kafka, “un hacha para clavarla en el mar congelado que hay dentro de nosotros”, valga esta exposición en la Fundación Chirivella Soriano como muestra del vigor que todavía posee el acto creativo cuando trata de afrontar el caos oculto bajo el orden de nuestras, muchas veces, adormecidas sociedades del bienestar.

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