Fahrenheit 451 (III)
Escritores en plena canícula
Elena Casero y Óscar Gual
Sábado 15 de agosto de 2020

Ray Bradbury, a quien homenajeamos en esta serie cuando se cumple su centenario, jamás usó ordenador. Algo curioso en un escritor de ciencia ficción, aunque él prefería ser llamado autor de literatura fantástica. «Hay que inyectarse cada día de fantasía para no morir de realidad», dijo. Escribió siempre en máquinas, la primera una de juguete que le regalaron a los doce años en la que empezó a llevar sus historias al papel. La prolífica imaginación y el trabajo constante fueron sus señas de identidad. Escribir mil palabras al día y un cuento a la semana, su rutina durante una década, cuenta en sus memorias.     

Sin llegar a ese récord astronómico, los escritores invitados también pueden presumir de haber llenado páginas. Tras publicar cinco novelas, dos libros de relatos, y varios proyectos colectivos, Elena Casero se echó al monte. Desde antes del confinamiento reside en Los Isidros, un pequeño pueblo cercano a Requena, donde se dedica a los goces rurales, además de organizar una biblioteca que cuenta ya con casi mil volúmenes. Para contar su vida allí nos dedica una especie de microrelato:

Portada de ‘Las óperas perdidas de Francesca Scotto’, de Elena Casero.

«Los meses de verano los paso en mi casa de la aldea donde dicen que hay tranquilidad, paz, sosiego y mucha cosa bucólica. Hay pinos, almendros y viña. También ovejas. Por las mañanas, a eso de las cinco te despiertas con las conversaciones de unos pajarillos. Después, sobre las seis con el tractor de mi vecino, a las siete con el tractor del padre de mi vecino, a las ocho con la conversación de la Victoria y alguna vecina sobre asuntos de importancia, guardando, eso sí, la distancia recomendada. A las nueve, pasa el Antonio junto a la ventana. Arrastra los pies, carraspea y azuza a la perreta para que no se mee en la puerta. A las nueve y media: silencio».

Además de cuidar sus tomateras y otros hobbys campestres, Casero es intérprete de oboe, se atreve con el piano y ama profundamente la música. En su última novela ‘Las óperas perdidas de Francesca Scotto’ (Talentura) le rinde homenaje. «Es un relato de intriga psicológica que me sirvió para reivindicar el papel de las compositoras y la importancia de la música en nuestra vida, así como la diferencia entre el perdón y la venganza», dice Casero.

Ahora escribe algún que otros microrrelato y ‘desescribe’ una novela que comenzó hace tiempo. Está leyendo: ‘San el libro de los milagros’, de Manuel Astur y la poesía de Pilar Adón, ‘Da dolor’. Recomienda ‘Territorio de luz’, de Yuko Tsushima y ‘Dadas las circunstancias’, de Paco Inclán.

Óscar Gual, oteando el horizonte marino. Imagen cortesía del autor.

Así como Casero se mueve como pez en el agua por la literatura realista, Óscar Gual, informático de Castellón, se sumerge en lo fantástico futurista. cinco novelas publicadas y una sexta en proyecto. «Soy un tipo veraniego, me encanta esta época del año. Estoy en Almassora beach, una playa de la era mesozoica que tiene la suerte y la desgracia de quedar entre el Grao de Castellón y el de Burriana”, cuenta. “Es un lugar duro, no apto para forasteros, por así decirlo. He crecido aquí, cogiendo pulpos y mejillones, y no tengo que pedir turno para bañarme. En verano trato de bucear lo máximo posible y me he sacado la licencia de buceador avanzado. En resumen, que me tiro el día a remojo”.

Gual aprovechó el confinamiento para dar un buen empujón a un proyecto medio empezado. «Es una historia que ocurre a finales del siglo XXI, protagonizada por una luchadora profesional, un guionista con problemas existenciales y un trío de hackers metaleros. ¿Qué más se puede pedir? Ah, sí, también hay robots asesinos, drogas del futuro y el fin del mundo tal y como lo conocemos, nada demasiado relevante”.

Portada del libro ‘El hombre de la mirada de piedra’, de Óscar Gual.

Su última novela, ‘El hombre de la mirada de piedra’ (Aristas Martínez)  “hay que leerla porque no es que desentrañe el sentido de la vida pero sí que trata con algunos de sus sinsentidos”, resume. “La novela explora algunas de las nuevas religiones que han venido a sustituir a las clásicas, que ya están bastante demodé. Me refiero a la macroeconomía, el naturismo, la autoayuda, etcétera. Son sistemas de creencias cerrados que sólo tienen sentido desde dentro, pues desde fuera se puede comprobar que no guardan relación alguna con la realidad empírica. Lo mismo que las religiones tradicionales, vamos. Además, la novela está protagonizada por una supercomputadora humana postrada en una silla de ruedas con la voz de Darth Vader, su cuidador superfan de Spandau Ballet, un par de vagabundos politoxicómanos, un periodista arruinado y una casa encantada”. 

Entre sus lecturas recientes preferidas figuran las obras de tres colegas también valencianos. “Me gustó mucho ‘Después de nunca’, de Alberto Torres Blandina, porque habla de cómo la gente reacciona cuando la realidad se resquebraja, algo que viene al pelo en la situación actual pero que, afortunadamente, no habla de ningún virus. También ‘Nadia’, de Robert Juan-Cantavella, que hace un repaso al gamberrismo ilustrado a lo largo del siglo XX, como una especie de historia alternativa. Una novela ácida, inteligente y divertida. Disfruté con ‘Transirak’, de David Perfumme, una bendita locura que mezcla ‘road-movie’, una trama homosexual en el Irak de Saddam, virus locos fabricados en laboratorios secretos y no se vayan todavía que aún hay más, todo regado por la desbordante inteligencia de su autor, que está bastante loco”, concluye Óscar Gual.

Elena Casero, al cuidado de su huerta. Imagen cortesía del autor.

Bel Carrasco