‘Artistas en los campos nazis’, de Javier Molins
Nagrela Editores, 2020
Diseño de Ana Cortlis
Martes 19 de mayo de 2020
El escritor y político Jorge Semprún, al que Javier Molins, autor de ‘Artistas en los campos nazis’, se refirió en un momento de la presentación online de su libro prevista en el Centro Sefarad-Israel de Madrid, cuenta así la “profusa incertidumbre de la vida” que le ocasionó su experiencia en el campo de concentración de Buchenwald: “La experiencia de Buchenwald era la de la certidumbre, unas veces abominable, otras radiante, de la muerte: de una fraternidad inusitada. El interés, la belleza convulsiva o serena…de aquella borrasca de nieve que remolineó sobre el desfile del 1 de mayo de 1945 radica en su evocación de tantas y mortíferas nieves de antaño”.
Lo narra en ‘Adiós, luz de veranos…’, donde recoge a su vez estas palabras del poeta Charles Baudelaire: “El mal se hace sin esfuerzo, naturalmente, por fatalidad; el bien es siempre producto de un arte”. De esa fatalidad y de ese arte se ocupa Molins en ‘Artistas en los campos nazis’ (Nagrela Editores con diseño de Ana Cortlis), donde recoge las vivencias de 77 de esos artistas que decidieron, en medio de tan abominable existencia, arrojar luz allí donde predominaban las tinieblas.
“Lo que querían todos estos artistas era reivindicar su condición humana a través del arte. El ser humano es el único animal que crea imágenes, de manera que lo que entendemos por arte o cultura es algo intrínsecamente humano. Cuando tú quieres matar a una persona o eliminar a un semejante tiendes a deshumanizarlo, a pensar que no es como tú. Y los artistas lo que querían era decir que se les podía tratar de manera infrahumana, incluso aniquilarles, pero que eran seres humanos y lo demostraban creando obras de arte, aunque ello les pudiera llevar a la tumba. Era su manera de rebelarse contra esa situación tan extrema que sufrían”, explica Molins.
La temática del libro dice que surgió durante la época en que estuvo becado hace muchos años en la universidad en Londres, y donde había una asignatura que se llamaba Sociología del Arte que venía a contar “cómo los regímenes totalitarios habían utilizado el arte para seducir a las masas”, ya sea el régimen nazi, el fascista o el comunista. Y a partir de ahí empezó a investigar. “Me encontré con una serie de artistas que intentaron plasmar los horrores que en la Alemania nazi se estaban viviendo”, sin tener nada claro si todo aquello llegaría a ser conocido por el público en general. “Sufrían a diario ese horror e intentaron plasmarlo en su obra para que de algún modo quedara para la posteridad. De hecho, muchos de esos dibujos fueron utilizados posteriormente en los juicios que se llevaron a cabo contra gerifaltes nazis”, subraya Molins.
Esa concatenación de procesos creativos inmersos en un régimen destructivo se produjo en una sociedad desarrollada como la alemana. De ahí que historiadores como Henry Feingold dijeran: “Auschwitz fue también una extensión rutinaria del moderno sistema de fábricas. En lugar de producir mercancías, la materia prima eran seres humanos, y el producto final era la muerte, tantas unidades al día consignadas cuidadosamente en las tablas de producción del director”, según recoge Zygmunt Bauman en su imprescindible libro ‘Modernidad y Holocausto’. De ahí el valor, en su más pura acepción, de todos aquellos artistas que se resistieron con su legado plástico a ser simple pasto de tan letal maquinaria.
“El régimen nazi siempre tuvo un gran interés por el tema de la cultura, pero para controlar toda la producción que se llevaba a cabo en la Alemania nazi. Hay que tener en cuenta que Hitler llega en enero del 33 al poder y en marzo ya se crea la Cámara de Cultura del Reich, que la preside Joseph Goebbels y que dispone de siete departamentos para distintas disciplinas artísticas”, apunta Molins, para destacar después como en 1937 el propio gobierno promovió dos exposiciones de arte muy claramente dirigidas: una de ellas se llamaba la Gran Exposición de Arte Alemán, “en la que se promovían esos cuerpos esculturales, ese ideal de ser humano que ellos querían vender”, y la otra de Arte Degenerado, “cuya finalidad era ridiculizar el arte que se hacía en aquel momento en Alemania”.
¿Qué arte surgió en estos campos y estos guetos y por qué surgió este arte? Esto es lo que dice su autor que trata de abordar el libro. “Los temas que se trataban eran básicamente tres: el arte hecho por encargo, el arte de denuncia de las condiciones atroces del campo de concentración y, por último, el arte del escapismo con el que evadirse de esa cruda realidad a través de la creación, con flores que uno puede ver a través de la verja o paisajes que les recuerdan cuando estaban libres”.
¿Cuándo se producía el arte de encargo? “Cuando los guardianes o el comandante veían que algún preso tenía habilidades artísticas podían pasar dos cosas: en un campo de concentración la vida no valía nada y podían ser ejecutados, o podían pedirle que hiciera una obra de arte para ellos, por ejemplo, un retrato para enviar a la familia o pinturas para decorar sus casas”. Molins señala otro ejemplo, en este caso el de los dibujos de la artista polaca Dina Gottliebova a quien, cuando estuvo el doctor Josef Mengele y descubrió que sabía pintar, se le encargó que trabajara en unos experimentos del siniestro médico, que consistían en intentar aclarar la piel a los presos gitanos. De manera que se le pidió a esta artista que cada 15 días, a los presos a los que estaba aplicando un tratamiento, los dibujara para ver si esa piel se iba a aclarando o no.
“La mayor parte del arte era de denuncia, que ya empezó en los guetos, donde a los artistas se les liberó de todo tipo de obligaciones para que pudieran plasmar lo que veían cada día. Por ejemplo, el hecho de tener que compartir un retrete cada 100 habitantes del gueto. Las condiciones eran muy duras”. El citado Jorge Semprún, que estuvo interno en Buchenwald y ha escrito varios libros de sus memorias, siempre ha ilustrado las portadas de sus libros con dibujos de Zoran Music, quien llegó a hablar de la “terrible belleza” con la que se encontró en esos campos, “donde vio cuerpos apilados que al retratarlos le parecían como montones de ramas. Estos dibujos, no solo por su valor histórico sino artístico, están en la Colección del Centro Pompidou”, subraya Molins. Y añade: “Muchos de esos artistas tenían cargo de conciencia por haber creado obras de arte durante esa experiencia tan horrible. Y se preguntaban si estaba bien sacar algo positivo de una situación tan dura”.
El autor de ‘Artistas en los campos nazis’ se refiere al contexto actual y al confinamiento que estamos sufriendo a causa de la pandemia por el coronavirus, para situarlo en su justo lugar: “Todos estamos confinados ahora en nuestras casas y algunos manifestando nuestra desesperación, pero nada comparado con lo que sufrió aquella gente, porque nosotros tenemos la nevera llena y ellos en cambio estaban en unas condiciones durísimas, pero aún así optaron por crear obras de arte. Cualquiera de las historias que hay aquí merecen otro libro”.
Javier Molins concluye con una reflexión en torno a la maldad: “Las personas que cometieron cosas tan atroces eran seres humanos que en un momento determinado se dejaron seducir por ese lado oscuro y que, deslumbrados a veces por ese ideal estético, similar a las paradas del Imperio Romano, acababan enrolados en una maquinaria de muerte y de aniquilación. Pues bien, en medio de todo ese horror, hubo algo de luz transmitida a través de esas obras de arte”.
Salva Torres
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