Teatro, danza, ciudad. Claudio Zirotti
Espacio 40
C / Puerto Rico, 40. Valencia
Hasta el 12 de noviembre
A Claudio Zirotti, italiano de Modena pero residente en Valencia desde hace más de 20 años, le apasionó en su momento el Art Brut de Jean Dubuffet. Le apasionó las posibilidades que le ofrecía ese arte marginal que pretendía recoger experiencias lindantes con las enfermedades mentales; la vuelta a cierto primitivismo. Pasados los años, y tras exploraciones varias, Zirotti vuelve a hacerse eco de las emociones más recónditas, más oscuras e inaprehensibles, que afloran en la superficie del cuerpo. Inspirándose en la danza japonesa Butoh, ha creado una serie de obras con la figura, el cuerpo y el rostro como protagonistas. Al conjunto lo ha llamado Teatro, danza, ciudad. Un conjunto plástico que puede verse en la galería Espacio 40 de Russafa, y en el que Zirotti explora la expresividad del cuerpo humano doliente.
La danza Butoh ya tiene un origen que, clamando al cielo, se fija en los infiernos terrestres. Se atribuye su creación a Tatsumi Hijikata y Kazuo Ohno, especialmente sensibilizados con las pavorosas imágenes de Hiroshima y Nagasaki. Para dejar testimonio crítico del dolor contenido en los cuerpos quemados por la guerra nuclear, utilizaron la danza como vehículo expresivo de lo que resulta inexpresable. Esa misma paradoja entre lo que el cuerpo reclama como verdad sin tapujos, por apelar a cierta hondura prístina, y la necesidad de un conjunto de imágenes que traduzcan la desolación en historia sentida y compartida, es la que anima la obra de Claudio Zirotti expuesta en Espacio 40.
Kazuo Ohno lo dejó bien claro: “Yo aprendí el Butoh en el vientre materno”. Se trata de sentir, por tanto, ese pálpito primigenio, esa oscuridad de las entrañas que se va revelando poco a poco mediante la compleja luz que arroja el arte. Las expresiones de los rostros dibujados por Zirotti, la tensión de los cuerpos, así como los collages empleados, hechos con trozos de cartas y pedazos de sellos, están pensados para vehicular esos sentimientos que el cuerpo manifiesta sin ambages, una vez caídas todas las máscaras. Y, sin embargo, la sola dramatización de esa danza, de ese teatro, que utiliza el cuerpo dolorido, aquejado de una cultura que se vive con opresión, ya supone una mediación entre lo real del instante y su posterior creación plástica. Y es que se nos olvida que máscara significaba ‘persona’ en el teatro clásico, ya que los actores la necesitaban para protegerse de los brutales hechos que interpretaban.
Claudio Zirotti, queriendo expresar en su serie titulada Teatro, danza, ciudad esa sensación primigenia, diríase que por fuera de los límites de la cultura, entendida aquí como institución represora, no deja de contener el grito y la desolación mediante un conjunto plástico dramatizado. Y lo hace, además, con un papel Arches de gran calidad, lo que permite asistir a ese despliegue corporal y gestual, como si se tratara de una rigurosa y cuidada puesta en escena. El cuerpo se revela así como soporte de una verdad que exige cierto desnudamiento, las justas y precisas mediaciones, en esa búsqueda del acto primordial. Zirotti se adentra en ello con la pulcritud del escenógrafo que asiste a cierto alumbramiento.
Salva Torres
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