¿Por qué lo llaman cine de mujeres cuando quieren decir cine?

Museo Valenciano de la Ilustración y la Modernidad (MuVIM)

C / Quevedo, 10. Valencia

Hasta el 16 de abril

Nietzsche definió al hombre libre (y ya puestos, a la mujer) como “aquel que piensa de otro modo de lo que podría esperarse en razón de su origen, de su medio, de su estado y de su función o de las opiniones reinantes de su tiempo”. La libertad no entiende de identidades excluyentes, discursos autoafirmativos y mapas territoriales de indudable homogeneidad étnica. La libertad es otra cosa, sin duda peligrosa por cuanto viene a cuestionar la cerrazón corporal y mental que la inseguridad ha promovido a lo largo de los tiempos. Cerrazón provocada por el miedo a ese otro rabiosamente distinto que se halla en el origen de todo.

Hacer ciclos, exposiciones o festivales dedicados a la mujer pueden servir para reivindicar cierta igualdad, pero acarrea también caer en la “trampa” sugerida por la propia Áurea Ortiz, directora del sugerente ¿Por qué lo llaman cine de mujeres cuando quieren decir cine? “Por un lado, pretende decir que el cine que hacen las personas del sexo femenino es cine y no ‘cine de mujeres’, esa etiqueta reduccionista, pero por otra, el único vínculo de unión de las películas que lo conforman es el hecho de estar dirigidas por mujeres”.

Las mujeres directoras de las películas que conforman el ciclo del Museo Valenciano de la Ilustración y la Modernidad (MuVIM), atrapadas en esa red lanzada por Áurea Ortiz, discreparían igualmente. Ninguna pondría objeción, lógicamente, a la visibilidad de su cine en aras de la igualdad, pero en tanto creadoras libres (y Agnès Varda es un sobresaliente ejemplo) les traería al pairo su condición femenina: el cuerpo que habitan no dice nada a favor o en contra de su talento. Es más: Varda, a punto de cumplir los 85 años, lleva casi 60 rompiendo moldes artísticos, empujada por su espíritu libertario más que por su corporalidad femenina.

Pensar a contracorriente de “su origen” y de las “opiniones reinantes de su tiempo” es lo que hace a esas mujeres libres. Y encorsetarlas en este nuevo género de “cine de mujeres”, tan del gusto de la corrección política, es hacer un flaco favor a su espíritu, digamos, indomable. “La comedia romántica ¿es cosa de mujeres?”, como se pregunta Nacho Moreno, en la conferencia que acompaña a la proyección de El amigo de mi hermana (Lynn Shelton). “El cine bélico, ¿es cosa de hombres?”, como se cuestiona Carlos Losilla, para la presentación de En tierra hostil (Kathryn Bigelow). Y vuelta a empezar: ¿cosas de hombres? ¿cosas de mujeres? ¿Y…? La libertad escapa a esos encapsulados, y la libertad es el riesgo que han de correr unos y otras para tratar de articular sus rabiosas diferencias, entre sí y para sí.

Que es lo que hacen, por otra parte, Agnès Varda, Lucía Puenzo, Lynn Shelton, Kathryn Bigelow y Greta Schiller en las películas del, ahora sí, estupendo ciclo: Las playas de Agnès, XXY, El amigo de mi hermana, En tierra hostil y París era una mujer, respectivamente. Películas que entre el 10 y el 16 de abril se proyectarán en el MuVIM, acompañadas de conferencias: las ya citadas de Nacho Moreno y Carlos Losilla, junto a las de la propia Áurea Ortiz, Santi Barrachina y Luci Romero.  Películas todas ellas que, de una u otra manera, cuestionan precisamente los compartimentos estancos a los que pretenden reducirnos tanta corrección política. ¿Cine de mujeres? No, por favor. Simplemente cine y del bueno. 

Salva Torres