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‘Cerrar los ojos’, de Víctor Erice
Reparto: Manolo Solo, José Coronado, Josep María Pou, Ana Torrent, María León, Petra Martínez, Mario Pardo
Guion: Michel Gaztambide y Víctor Erice
Fotografía: Valentín Álvarez
Música: Federico Jusid
169’ Coproducción España-Argentina. Tandem Films, Pampa Films, Pecado Films, Nautilus Films, Movistar Plus+, Canal Sur, RTVE

‘Cerrar los ojos’, la última película del excepcional director Víctor Erice, es un elogio al cine. A esa esencia de todo arte de intentar dar sentido a la angustia vital de la existencia humana. De compensar las heridas del alma –o, si se prefiere, de la psique-.

De tal modo, tanto la cadencia narrativa como la belleza estética de la puesta en escena se alían para transmitir una intensa y profunda verdad. Una verdad que cala a través de la fina epidermis del espectador hasta enmudecerle. Una verdad en sintonía con el pensamiento del filósofo Emmanuel Lévinas, “de ser uno para el Otro”. De transcender a la condición inevitable de ser sujetos “para la muerte”, según expresión de Martin Heidegger, para adquirir una responsabilidad y un compromiso con el rostro; con la mirada del otro que nos interpela, que nos grita desde su dolor. 

‘Cerrar los ojos’ es una súplica a la fuerza trascendente de la mirada. No cualquier mirada, sino aquella, como se entiende desde el psicoanálisis, que desde su deseo nos humaniza para enfrentarnos a lo incognoscible de la existencia. ‘Cerrar los ojos’ concentra toda la intensidad emocional en la fuerza simbólica que tiene ser mirado amorosamente por el otro para dar sentido a la vida.

Y transmitir esa verdad es lo que intenta Víctor Erice en esta su última película. Para ello, divide la historia en dos tramas que confluyen y concluyen, obviamente, en el desenlace.  

Cerrar los ojos. Víctor Erice
Cartel de ‘Cerrar los ojos’, de Víctor Erice.

Una trama es la que se desarrolla en la película inacabada dirigida por Miguel Garay (Manolo Solo), ‘La mirada del adiós’, ficción dentro de la historia de ‘Cerrar los Ojos’. Y la otra es la propia de ‘Cerrar los Ojos’: una historia, esta última, que se inicia y termina con la proyección de las dos únicas secuencias que pudo rodar Miguel Garay antes de que el personaje principal, el actor Julio Arenas (José Coronado) de ‘La mirada del adiós’, desapareciera.

Así, ‘Cerrar los Ojos’ se inicia con la primera secuencia de ‘La mirada del adiós’, ambientada en la mansión francesa Triste-Le-Roy en 1947. En ella, se muestra al señor Levy (encarnado por Josep María Pou) explicando al señor Franch (interpretado por el personaje ficticio, Julio Arenas) que quiere contratarle para que busque y traiga a su hija de China, donde vive con su madre. 

Además, le confiesa que el motivo de tal encargo es porque siente la dramática necesidad de ser mirado por ella antes de morir; de percibir una mirada sincera y exenta de interés que eclipse las otras miradas avariciosas con las que ha sido mirado toda su vida. 

Para llevar a cabo esa tarea, Soler le entrega al personaje de Julio Arenas una vieja fotografía en blanco y negro del rostro de la hija semicubierto por un abanico que enfatiza una mirada seductora. A su vez, le dice que se llama Judit, aunque ahora lleva el nombre de su madre Qiao Shu, una bailarina de gran éxito por ese modo de mirar tras el abanico (el gesto de Shanghái). A pesar de los pocos datos que posee Arenas, éste aceptará el encargo.

Al terminar este primer acto de ‘La mirada del adiós’, la voz del propio director Víctor Erice nos introduce en la trama de ‘Cerrar los ojos’, que va a transcurrir en España en 2012.

Manolo Solo en un fotograma de ‘Cerrar los ojos’, de Víctor Erice.

Una trama que se desencadena a causa de un programa televisivo de misterio que va a dedicar un capítulo al caso del actor desaparecido hace 22 años, Julio Arenas. Por avatares de la vida, tras la emisión del capítulo, una psicóloga de un asilo de monjas llama al programa para decirles que Julio Arenas, enfermo de amnesia, es uno de los residentes del lugar desde hace varios años.

A partir de esta información, Miguel Garay sale de su metafórico asilo melancólico, donde se ha refugiado tras la muerte de su hijo y los fracasos profesionales, para intentar ayudar de alguna manera a su amigo y actor a conectar con la realidad. Un Julio Arenas absorto en el vacío de una mirada que no le permite reconocerse a sí mismo, ni reconocer al otro.

Por tanto, Miguel Garay tiene una tarea difícil de acometer, que sólo la puede afrontar, como le dice su colega Max (Mario Pardo), con la fe de un practicante, y no únicamente con la de un creyente.

Y será la resolución de la tarea, llevada a cabo tanto por el personaje de Julio Arenas, en ‘La mirada del adiós’, como por Miguel Garay en ‘Cerrar los ojos’, la que entreteja ambas tramas en el final de la película de Víctor Erice. Si ‘Cerrar los ojos’ se inició con la proyección de la primera secuencia de ‘La mirada del adiós’, va a terminar con la proyección de la última en un antiguo cine de pueblo.

Fotograma de ‘Cerrar los ojos’, de Víctor Erice.

(Una nostálgica y hermosa imagen, homenaje de Víctor Erice a esos cines-teatro de platea de los barrios y los pueblos, con butacas de madera tapizadas de fieltro rojo, cuyo hedor a humedad se impregnaba con el ruido del proyector de 35mm.) 

Un pase organizado por Miguel Garay como última tentativa de avivar los recuerdos de Julio Arenas; de conmocionar sus ojos para que aflore un atisbo de conciencia, con el fin de que pueda enfocar su mirada hacia los otros.

Y ahí, en ese cine de pueblo, están expectantes las personas más cercanas a Julio Arenas para compartir la proyección:  las dos monjas y la psicóloga del asilo en una fila, y Ana (Ana Torrent), la hija de Julio Arenas, y él mismo, juntos en otra.

La cámara de Víctor Erice nos va mostrando simultáneamente los primeros planos de los rostros de los personajes de la sala cinematográfica, especialmente el del personaje Julio Arenas, mirando a la pantalla y las imágenes de la última secuencia de ‘La mirada del adiós’. En ellas, se ve al señor Franch (Julio Arenas) llevando a la hija de Soler junto a su padre moribundo.

Un encuentro, en el primer momento tenso, pero que termina con esa hija mirando con una ternura desesperada el rostro agónico de su padre. De este modo acaba la ‘La mirada del adiós’, con el personaje del señor Franch cumpliendo la tarea encomendada y, por tanto, cerrando el enigma de la trama.

Ana Torrent, en un fotograma de ‘Cerrar los ojos’, de Víctor Erice.

En ‘Cerrar los ojos’, el personaje de Miguel Garay ha tenido la fuerza de espíritu de acometer un verdadero acto de compromiso hacia su amigo, pero el relato no resuelve el enigma de si Julio Arenas recuperará o no la memoria. Como señala el propio Víctor Erice, “el espectador tiene que poner la respuesta, tiene que elaborarla. Si la película da una respuesta cierra el misterio”.

El misterio de la memoria es uno de los temas centrales de ‘Cerrar los ojos’.  Como explica Erice, “‘Cerrar los ojos’ trata de dos personajes: uno de ellos (Manolo Solo) lleva todo el fardo de la memoria a cuestas, y al otro (Julio Arenas) el destino le ha concedido la gracia que no saber ni quién es, ni quién fue. Y hay esa dialéctica”. Ahora bien, a Erice, como él mismo señala, le subyuga otro tema: el de la conciencia.

“A mí me ha interesado también subrayar algo que muchas veces no se nombra tanto como la memoria, que es la conciencia. El debate no es solo si Julio Arenas, personaje que interpreta José Coronado, podrá recuperar la memoria, sino saber si tiene conciencia del otro”. 

En este punto, Erice matiza la cuestión: “Porque (Arenas) hace muchas tareas en el asilo, pero no lo veremos jamás ayudar a un anciano o anciana. Y eso es premeditado por mi parte, porque eso revelaría un grado de la conciencia. Y lo que hay en el debate final, tiene que ver con la idea de si es posible un destello de conciencia”.

“Ese destello de conciencia”, del que habla Víctor Erice -el que nos hace ser conscientes del sufrimiento del otro-, nos remite al planteamiento de inicio de esta reseña: la mirada amorosa del otro hace más soportable la vida.

Para concluir, ‘Cerrar los ojos’ diríamos que transmite, a través de su singular mirada cinematográfica, la verdad dolorosa de la existencia; el grito de la angustia. Una verdad que, insistimos, sólo puede apaciguarse a través de la mirada comprometida del Otro.