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‘Centaures de la nit’, de Marc Recha
Reparto: Lluís Soler, Montse Germán, Muntsa Alcañiz, Tomasz Wraber, Mahamadou Dambelleh, Ignasi Terraza, Eulalia Ramon y Raquel Ferri
Fotografía: Peter Zeitlinger
Música: Marc Parrot
105′, España, 2024
Hablábamos no hace tanto sobre un cierto cine español y los modos de una industria encallada en producir una serie de productos que se parecen casi como un calco los unos de los otros. Nos referíamos, en este caso, a un cierto cine considerado de autor. Pero no todas las voces de nuestro cine responden a estos nuevos patrones. Es el caso del director catalán Marc Recha.
Del cine de Recha hacía mucho tiempo que no sabíamos nada. De su anterior producción, ‘Ruta salvaje’, una mezcla de thriller y western contemporáneo, apenas tuvimos noticias. La anterior, ‘La vida lliure’, algo más promocionada, data ya del año 2017.
No es la primera vez que Recha se toma estos plazos entre trabajo y trabajo. Entre ‘Petit indi’ (2009) y ‘Un día perfecto para volar’ (2015), pasaron seis años solo interrumpidos por una breve participación en ‘Los puentes de Sarajevo’, una cinta colectiva. Qué hace que la obra de un director como Recha sufra estos agujeros sería un asunto interesante a indagar. ¿Decisiones personales y creativas? ¿El rechazo de lo que Jaime Rosales llamaba la industria? (¿se puede hablar realmente de industria cinematográfica en España?).
En ‘Centaures de la nit’, título de claras reminiscencias fordianas, Recha nos cuenta la historia de Álex, un hombre ciego que viaja al monasterio de Poblet, en la provincia de Tarragona, junto a otros hombres igualmente invidentes en una excursión organizada. Desde el primer momento, la estancia va a estar llena de problemas.
Primero, un retraso durante el trayecto (los viajeros hacen un alto para orinar), obliga a la organización del monasterio a posponer la visita que tenían programada, forzando a la comitiva a pasar allí el resto del día. Es solo el principio.

A partir de ahí, las triquiñuelas y travesuras de los visitantes, que no hacen más que desobedecer las órdenes de Conxita, la representante de la asociación que ha organizado la excursión, no para de boicotear el programa. Mientras sucede todo esto, Álex tiene un encuentro con Julien, otro invidente con el que planea el robo de unas reliquias del monasterio.
No es fácil hablar del cine de Marc Recha. Si tuviéramos que establecer unos ejes o guía podríamos hablar, en un primer acercamiento, de un cine social, pero con muchas particularidades que les son propias. Desde ‘Pau y su hermano’, el objeto de su cámara ha estado centrado sobre todo en la infancia y la juventud, ambientada, generalmente, en espacios socialmente marginales.
Pero ese retrato de fondo se quedaría incompleto si no hacemos referencia a una narrativa que funciona en forma de parábola sobre una manera de enfrentarse a la vida entre melancólica y alegre a la vez. Melancolía ante la oscuridad del mundo, alegría ante nuestra misma humanidad y, sobre todo, en nuestra relación con un espacio natural con el que sus personajes conectan de manera casi arcaica, como un bote salvavidas ante el avance imparable de la modernidad. Algunos de estos elementos permanecen en esta última producción, si bien vemos que el cine de Recha ha dado un salto hacia otras fronteras.
En el aspecto temático, Recha abandona ese mundo juvenil para mostrar a unos personajes ya entrados en la última etapa de su vida. También esa mirada al presente de la mayoría de sus producciones queda en suspenso por una vista hacia el pasado. Ya en ‘La vida lliure’, Recha situaba su relato a principios del siglo XX, si bien el entorno en el que discurría la historia y su tono nos ponía frente a una especie de cuento infantil.
Aquí, Recha, intuimos por unos pocos elementos de la escena (el autobús en el que viajan los invidentes, algunos coches que cruzan la carretera), nos lleva hacia los años 60, lo que nos sitúa sobre un periodo concreto de nuestra historia. Pero más allá de esa precisión histórica, esta decisión permite a Recha explorar ciertos terrenos estéticos.
Muchos son los referentes a los que se refiere el propio Recha en su propuesta. Ahí están desde Buñuel a Bergman, pasando por John Huston, Pasolini y, por supuesto, el gran Orson Wells. No es difícil verlos a todos en ese blanco y negro tan potente que domina la pantalla orquestada por el director de fotografía Peter Zeitlinger, colaborador habitual de figuras como Werner Herzog o Abel Ferrara.

Una apuesta artística que va más allá de un recurso estético y que entronca con una mirada incisiva, burlesca del mundo. Apoya esta idea un juego de travellings de acercamiento y el uso constante de angulares en primerísimos primeros planos para deformar los rostros y expresiones de los personajes, un síntoma, un espejo de su decadencia moral y la tensión que los asola. Por último, una trama (si se puede llamar así) que mezcla el thriller y un cierto tono existencialista nos da una obra, al mismo tiempo, lírica y corrosiva.
Merece la pena hacer aquí un alto para hablar de estos personajes. Como en la obra de Wells, de Pasolini, de Buñuel, los personajes de Recha son vividores, pícaros de clara referencia quijotesca, goyesca, individuos desahuciados económica y físicamente; lo más desfavorecido de la sociedad. Aspecto exterior que nos habla de su interior, pero no de manera inequívoca, sino compleja y conflictiva.
Álex es un individuo desesperado, pero, como todo hombre que se encuentra en el fondo, en vez de reconocerlo, busca vías de sobreponerse, de escapar a su destino, usando, claro, sus malas artes. Esa misma aura de derrota rodea al resto de la comparsa que lo acompaña en esta aventura. Pero, como en el cine de estos grandes directores mencionados, ese hálito de ruina está embebido, también, de un aire de dignidad: la de aquellos que se revelan, desde su posición en el margen, contra el sistema.
Un orden representado por Conxita, la responsable del grupo. Conxita es una mujer intransigente cuyo único propósito es imponer su mando. ¿Con qué fin?, nos preguntamos. En apariencia, su idea es que las cosas nunca se salgan del tiesto, pero su empeño por someter a estos pobres sujetos a los que dirige, su falta de flexibilidad, de comprensión ante sus debilidades y su infantilismo acaban por abocarlos a la revuelta, a derrocarla, incluso, a golpes de su pedestal.
En el mundo simbólico en el que Recha nos introduce, Conxita es ese poder que sobrevuela la sociedad como ese ojo vigilante que domina los comportamientos morales. Pero, claro, si aprietas demasiado, al final la cuerda se rompe.
En este contexto, Álex representa al sátiro, al provocador. Es el Falstaff en la cinta de Wells. Álex trata todo el tiempo de escapar del yugo de Conxita, de desafiar su poder, mientras ella se obsesiona por someterlo. La guerra está servida. Los de arriba contra los de abajo.

En un momento dado, Conxita descubre que, en realidad, el interés de Álex por visitar el convento está relacionado con su intención de mantener un nuevo encuentro con Sara, la guía del monasterio, con la que ha tenido una relación, lo que ella considera una perversión intolerable (¿qué hace un viejo decrepito como él con una mujer tan joven?). Pero Álex no está dispuesto a ceder. Quizá sea su última oportunidad.
¿Y quién es esta Sara? Sara es la libido, la pasión que aún late bajo la piel arrugada, la sangre que corre por las venas; la mentira de un amor imposible de un hombre que ya viene de vuelta de todo, que está desesperado porque no ha aceptado su situación, que no sabe retirarse, comprender que su tiempo ya ha pasado. Pero ¿ha pasado? ¿Quién lo dice?
Las mujeres serán el eje del devenir dramático de Álex. Tras la parada que hace el autobús, Álex se tumba debajo de un árbol y se queda adormecido. En ese momento, tres mujeres vienen a recogerlo. Son las tres mujeres que fueron, en algún momento, parte de su vida.
Álex, desconcertado, se deja llevar por ellas, al tiempo que se pregunta qué hacen allí, qué fue de sus relaciones, que quedó de todo ello, del pasado. Un recuerdo, un gesto, el tacto de la piel contra piel. Quizá Álex no lo sepa, pero su inconsciente, su memoria, le habla todo el tiempo, le dice y le indica por donde van las cosas.
Y frente a todas ellas está Joana, la intrépida conductora del autobús. Es evidente que Joana está enamorada de Álex. A diferencia de Sara, ella representa la calma, la sabiduría, la fuerza de la experiencia y del saber. Joana parece dispuesta a esperar a que Álex se le aclaren las ideas, que acepte su propia decadencia y siente, al fin, la cabeza. Pero tampoco es una mujer sumisa, dispuesta a aceptarlo todo. Joana tiene sus plazos, su pasado, sabe que es la última oportunidad de Álex, pero no quiere entregarlo todo. De ahí su conflicto.
Todo este periplo de Álex lo irá abocando, poco a poco, ante su propia realidad existencial. ¿Y qué queda cuando todo se ha perdido? No es gratuito que esta película se desarrolle en un monasterio. Hablamos de recogimiento, del contacto con Dios. Pero Álex es cualquier cosa menos un devoto.
Sin embargo, esto no quiere decir que no tenga necesidad de conectar con ese yo interior que se encuentra en estado de zozobra. Y ese es el camino del Álex, nuestro camino como espectadores. ‘Centaures de la nit’ se presenta, así, como una obra que nos incita a buscar en nosotros eso que nos conecta con el mundo, con ese algo universal: la vida es para vivirla hasta el último momento.
Ahí aparece el elemento poético, lírico. Y aquí Recha demuestra una capacidad literaria poco habitual en el cine español. Apoyado en una de las columnas del claustro, Álex conversa consigo mismo, se abre en canal. Joana asiste a este momento de despojamiento desde la distancia. No diremos qué dice, pero la cuestión es que cada palabra de Álex atravesará su corazón anhelante. Aquí lo dejamos.
‘Centaures de la nit’ no es una cinta sencilla. Muchos espectadores quizá se encuentren, ante ella, algo desorientados; Recha no lo pone fácil. La suya es una obra abierta cuyas interpretaciones pueden caer de muchos lados. Aquí hemos dicho algo sobre todo ello, pero no hay certezas. Si acaso hay un misterio sobre otro misterio, dentro de más misterios que puede que no resolvamos nunca.
Al final, quizá solo quede más confusión. Es posible, también, que muchos espectadores no lleguen a conectar con sus imágenes ni con el tono del relato. Es legítimo y comprensible. Por momentos, Recha también llega a ser algo reiterativo. Pero, en estos momentos, es una pieza, como poco, sugerente que pone al espectador ante otro marco. Al verla, uno se pregunta por qué una película como esta ha recibido tan poca atención mediática, incluso entre cierta prensa especializada.