Black dog

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‘Black Dog’, de Guan Hu
Reparto: Eddie Peng, Tong Liya, Jia Zhangke, Zhan Yi, Hong Yuan
Guion: Rui Ge, Guan Hu
Música: Breton Vivian
Fotografía: Weizhe Gao
110′, China, 2024

Qué hace que una película sea una buena película es algo difícil de discernir, sobre todo porque, en esta tarea de hacer examen de lo ajeno, además de evaluar ciertas cuestiones más o menos técnicas, siempre aparecen consideraciones subjetivas, de gustos personales, visiones de la vida y posicionamientos ideológicos particulares que empañan nuestra opinión.

Por otra parte, está la consideración de un arte que anda a la búsqueda constante de nuevas formas de articular sus relatos, lo que da cabida a nuevas vías de experimentación que tratarán de romper con lo ya hecho y ahí habrá que ver hasta qué punto se ha acertado o no en las intenciones.

Sin embargo, creo que hay algo que, por muchas vueltas que le demos al asunto, permanece imperturbable: podemos decir que un director ha conseguido su propósito cuando, en su película, forma y discurso logran articularse de tal manera que ambos se apuntalen entre sí.

‘Black Dog’, último trabajo del director chino Guan Hu, narra la historia de Lang, un joven que regresa a su ciudad natal, en algún lugar recóndito en el desierto de Gobi, después de pasar un tiempo en la cárcel.

Gracias a un funcionario de policía que lo acoge bajo su tutela, Lang encuentra un empleo como operario en una patrulla que se dedica a capturar a las jaurías de perros que deambulan sueltos por las calles de la urbe causando todo tipo de estragos y atacando a la población.

Perros que han sido abandonados por sus dueños tras verse obligados a emigrar forzados por un proceso de modernización urbanística que transformará de arriba abajo la geografía de la ciudad. Pero Lang, a pesar de necesitar el dinero, no se muestra muy entusiasta con esta nueva tarea que le han encomendado.

Fotograma de ‘Black Dog’, de Guan Hu.

Su aparente desdén por el trabajo, su carácter retraído y rebelde le inducirán a establecer una amistad con un galgo de color negro que le han ordenado capturar y del que se dice que está contagiado por la rabia. Contradiciendo la ley, Lang acogerá en su casa al perro, lo que quizá le cause nuevos problemas al desafiar, con ello, su libertad condicional.

En una primera lectura, ‘Black Dog’ nos invita a enfrentarnos a la enésima revisión de los códigos del western clásico o, incluso, del cine noir. A pesar de las apariencias, la fórmula sigue funcionando como un reloj suizo. Cuando regrese a casa, Lang tendrá que enfrentarse a un pasado que le exigirá que rinda cuentas de las deudas que dejó al ingresar en la cárcel.

Es obvio que Lang, un hombre metódico y silencioso, ha cambiado y, tras su paso por la prisión, tratará en todo momento de evitar los problemas. Pero estos vendrán a buscarlo en la figura de un jefe mafioso local con el que, iremos comprendiendo según avance la trama, tuvo algún tipo de relación. La pérdida de su sobrino, según afirma este, a manos de Lang, exige una reparación, lo que pone a nuestro protagonista en una situación muy complicada.

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¿Podemos redimirnos de nuestro pasado? ¿Es posible que la vida nos ofrezca una segunda oportunidad? ¿Podemos escapar a las circunstancias que nos rodean o somos meras presas de nuestro destino? Después de cumplir con la ley, Lang tendrá que pagar peaje por sus faltas, primero, ante las víctimas de esos actos que ahora le persiguen y, más tarde, ante sí mismo. La sombra de la culpa también se cierne sobre él.

Pero, en esta travesía, Lang no se encuentra solo. Un día, mientras hace su patrulla, un perro negro sale del sótano de un edificio y se abalanza sobre él con la aparente intención de agredirle. Pero no es así; el perro solo está cuidando de su territorio. Quizá para protegerlo de las autoridades para las que trabaja, Lang se empeñará en capturar al animal, iniciando así una relación en la que ambos tendrán que medirse hasta demostrarse que pueden confiar el uno en el otro.

Guan Hu aprovecha esta relación para establecer un diálogo entre hombre y perro que sirva, a la vez, de enlace entre el espectador y aquello que mueve y conmueve a su protagonista. Como Lang, el perro es un sujeto marcado por el resto de la sociedad. Como Lang, el perro se resiste a someterse a lo establecido. Como el perro, Lang se encuentra atrapado en una encrucijada entre su dependencia de esa civilización decrépita que los rodea y sus anhelos de libertad.

Mientras Lang deambula por las calles para cumplir la tarea que le han asignado, los perros husmean los rincones en busca de un bocado con el que alimentarse. En ese sentido, descubriremos que ambos, perro y hombre, son igualmente víctimas de un proceso civilizatorio que no han elegido, pero al que tendrán que sobreponerse si quieren sobrevivir.

Fotograma de ‘Black Dog’, de Guan Hu.

Por otro lado, Lang conocerá a Raisin, una joven trapecista que trabaja en un circo que se ha instalado por un tiempo a las afueras de la ciudad. Como sucede en el caso del perro, la relación entre ambos marcará su futuro inmediato. A diferencia de Lang, Raisin representa una vida nómada, sin ataduras, lo que hace que se sienta atraído por ella.

Pronto descubrirá que no es oro todo lo que reluce. Raisin está enamorada de otro miembro de su compañía, una turbia relación de la que parece que no puede escapar. Encerrada igualmente en esta vida vagabunda, quizá la relación con Lang suponga para ella una salida.

Dejando de lado el argumento, ‘Black Dog’ toma cuerpo cuando nos fijamos en el fondo sociopolítico en el que se circunscribe su trama. No por casualidad, Guan Hu sitúa su narración en el preámbulo de la celebración de los Juegos Olímpicos de Pekín del año 2008, un periodo de transformaciones sociales, de crisis económica mundial, pero también de gran proyección internacional para su país.

En ese sentido, ese paisaje sobre el que se desarrollan los acontecimientos cobra una relevancia descriptiva que es clave para entender la película. Un retrato que apunta, al menos, en tres direcciones diferentes, pero también complementarias.

Por un lado, Hu dibuja una sociedad en descomposición. El director chino demuestra su gran capacidad para la elaboración de una serie de cuadros que despellejan el alma de una comunidad que sobrevive a duras penas ante los cambios que se avecinan. Un ambiente áspero, compuesto por casas abandonadas y calles invadidas por la basura y los escombros, una sociedad que se ha rendido ante un destino que no puede evitar y que ya ha firmado su propia sentencia de muerte.

A pesar de eso (y esta sería la segunda consideración), hay en ‘Black Dog’ un cierto tono de nostalgia hacia ese mundo que está a punto de desaparecer o, más de diez años después de los sucesos que cuenta su trama, ya se ha ido del todo. Nostalgia por una sociedad quizá más pobre, pero también más cohesionada, donde las personas se consideran por su nombre y apellido, y sus referencias familiares.

Fotograma de ‘Black Dog’, de Guan Hu.

Tras las obras de reconstrucción de la ciudad, estas mismas personas serán condenadas a convertirse en piezas anónimas de un engranaje que los trasciende, tanto como desprecia las condiciones en las que viven ahora. Así, el progreso material se impondrá a los sujetos, a su sentido de pertenencia, a un espacio, ya y para siempre, condenado a su extinción.

Incluso estos mafiosos locales que persiguen a Lang para consumar su venganza terminarán por despertar en nosotros un cierto sentimiento de conmiseración. Como en el caso del resto de habitantes de la ciudad, su mundo está también condenado, engullido por la voracidad de otros mafiosos, mucho más poderosos, que vienen a quitarles su puesto, otros perros que vienen a ocupar su territorio, para transformarlo a su antojo, más moderno si se quiere, pero igualmente sucio.

Llegados a este punto, parece natural emparentar la película de Hu con la de otro compatriota suyo, el realizador Jia Zhangke, quien, no por casualidad, interpreta el papel de uno de estos jefes locales y del que esta semana se estrena su última producción, ‘A la deriva’, en la que también explora las consecuencias de dicha modernización, una continuidad de una de sus películas más celebradas: ‘Naturaleza muerta’ (2006).

En cierto modo, la gramática de Hu es más clara y convencional, menos arriesgada y poética que la de Zhangke, pero la idea permanece. Si en ‘Naturaleza muerta’ la acción se situaba sobre el fondo de la construcción de la presa de las Tres Gargantas en el río Yangtsé, un monstruo de ingeniería que obligaría a desplazar a varias poblaciones de la zona, aquí el trasfondo son las olimpiadas, pero el mensaje es el mismo.

Y, más allá de los personajes, aparece, oculta, la figura del Estado como gran titiritero de sus vidas. Cuando Lang llega a la ciudad, se encuentra con un sistema organizado en el que cada individuo parece tener su función. En ese contexto, las obras que van a transformar la ciudad aparecen en la imaginación del espectador como la Nada del famoso relato de Michael Ende o el Sauron de ‘El señor de los anillos’, una realidad incontestable que lo devora todo en beneficio de un supuesto bien superior que se impone por encima de ellos.

La imagen es impactante: las excavadoras recorren, como un ejército de panzer, las calles de la ciudad, allanando el terreno. Ante la amenaza del monstruo, la mayoría de los habitantes han decidido someterse y emprender el camino de salida que el régimen les ha señalado. Sin embargo, hay todavía quien se resiste a obedecer, y si bien su revolución no cambiará las cosas, al menos nos dejará una impresión, la idea de ese deseo de una libertad sin ataduras.

En cierto modo, es inevitable hacer la comparación entre ambos trabajos. Pero si bien la obra de Zhangke puede deslegitimar la pieza de Hu, esta recupera parte de su mérito cuando tratamos de marcar las diferencias. Y es que, donde en el cine de Zhangke se impone una cierta sensación de melancolía y derrota, Hu pretende ser más optimista.

Es ahí donde ‘Balck Dog’ se descarga de toda particularidad local y deviene en relato universal. Al fin y al cabo, la China contemporánea nada tiene que ver ya con esa China que se precipita hacia el olvido que describen ambos directores. Una China entregada a un sistema capitalista que pasa por encima de la gente como esas excavadoras que invaden esta ciudad anónima a la que Lang ha regresado, pero que ya no reconoce. Y ahí todos podemos sentirnos, de una forma o de otra, identificados.