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Autodefensa
Dirección: Miguel Ángel Blanca, Belén Barenys y Berta Prieto
Reparto: Belén Barenys y Berta Prieto
Producción de Filmin Original
‘Autodefensa’ está siendo uno de los bombazos serievisivos del cierre de año. Un discurso fresco, sin miedo a experimentar en el formato y en la narrativa; un retrato colectivo en primera persona. Es la autoficción de un segmento muy concreto de la generación Z: jóvenes de ciudad, algunos huyendo del pueblo, envueltos en el bullicio cultural, hiperconectados, adictos a los entornos sociales y otras sustancias, atravesados por el discurso feminista y en conflicto con la sexualidad.
Es un producto híbrido, que combina la ficción y la licencia creativa que esta permite, con unas historias tan concretas que solo pueden ser verídicas. La hibridación de géneros es una de las características principales de la producción artística contemporánea y ‘Autodefensa’ mantiene esta línea, aunque sus fisuras van más allá de las que alcanzan otros productos más mainstream.
Lo vemos en la duración de los capítulos: algunos de 5 minutos y otros de 23; lo vemos en la ausencia de una continuidad narrativa, haciendo que cada episodio funcione como una píldora; tampoco existe una continuidad estética y la experimentación con la imagen, con el color y con la cámara es múltiple. Lo más acertado tal vez sea ubicar esta serie como un videoensayo sobre los conflictos que corroen a este grupo, desde una vivencia directa muy evidente.
Son excéntricas, contradictorias, son repelentes, y en mi mente suena como un eco la palabra mamarrachas. Las protagonistas tienen una psicología bastante límite. Y aunque en ocasiones parezcan una parodia de sí mismas (que lo son), el mundo real también se mueve por estos límites. La vida es excéntrica.
Como es habitual escuchar, la vida supera a la ficción. Belén y Berta, que se interpretan a sí mismas, nos muestran dos chicas con unos comportamientos cuestionables; no intentan ser modélicas ni establecer unas máximas. Se dejan ser, erráticas, abrazando esa realidad incómoda que tan fácil nos resulta juzgar desde fuera.
Aun así, conforme avanza la serie, llega un momento donde la narrativa se queda atascada en ese limbo de éxtasis y de irresponsabilidad afectiva. Es un tipo de estética que engancha: ese ambiente lúdico, lleno de estupefacientes y situaciones estrambóticas. Y se echa en falta cierta trascendencia.
Hablan de manera directa sobre los contrapuntos de estos entornos y no considero que los romanticen, pero parece que la serie en sí misma es también víctima de ese bucle ansioso. Me pregunto si se puede contar una historia de adicciones y de excesos sin que, necesariamente, la narrativa se vuelva adicta (que no adictiva, porque la verdad es que llega un punto donde cansa ver siempre las mismas ojeras).
Autodefensa, autoficción, autorreflexión, autocomplaciencia… Tenemos la mirada absolutamente volcada sobre nosotras mismas. Una mirada que se vuelve obsesiva. Aunque la serie funciona como reflejo y no como un producto propositivo, sí que me lleva a pensar: ¿estamos construyendo alternativas? ¿Basta con defenderse? ¿No nos estamos quitando poder? Desahogarse sienta bien, pero debemos activar algo… Algo que rompa con el rito autodestructivo.
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