Arita Shahrzad

#MAKMAArte
‘Human, All Too Human’, de Arita Shahrzad
Comisaria: Carmensa de la Hoz
Centro Atlántico de Arte Moderno (CAAM)
Los Balcones 11, Las Palmas de Gran Canaria
Hasta el 17 de julio de 2022

“Mira, guapo, a estas alturas ya deberías saber que de lo que no se puede hablar, lo mejor es que calles esa boquita”. Si te dicen esto en la pelu mientras esperas para teñirte el pelo de color arcoíris, porque estás muy implicado con la causa, te pillas un rebote tal que sale tododiós tuiteado, a la vez que los acaloras para tomar medidas contra esta clara censura a tu (la) libertad de expresión.

Pero si te recuerdo que así termina el ‘Tractatus logico-philosophicus’, que Ludwig Wittgenstein publicó hace ahora cien años, con su conocida sentencia 7: “De lo que no se puede hablar hay que callar” (según la traducción de Jacobo Muñoz e Isidoro Reguera, que manejé en mis tiempos escolares), todo cambia; porque pasamos a enfrentarnos al contexto en que los límites de mi lenguaje son los límites del mundo, o, si se prefiere, cuando ya no podemos decirlo, es hora de mostrarlo.

Algo que en la historia del arte siempre ha ocurrido, porque el arte, sobre todo, muestra otras maneras de ver y entender, justo aquellas a las que el decir no llega; incluso entre los poetas se da de manera repetida, al acuñar nuevas palabras, porque las de siempre se quedan cortas, o cambiar la entonación de las habituales, al considerar que esa nueva musicalidad invoca sentidos nunca antes navegados, como podría afirmar Luís de Camões.

El arte europeo, cuando se vio agotado, siempre miró fuera de sí mismo a la búsqueda de nuevas maneras de mostrar y ver; ocurrió en nuestro Barroco, cuando el turco se nos presentaba con el más refinado exotismo, a la par que era nuestro mayor enemigo; la Francia revolucionaria, para la que España estaba poblada de hombres rudos y Cármenes azabache, fundó distintos mitos a nuestra costa; volvió a ocurrirles a los británicos, pienso cuando Washington Irving cae en el alhambrismo, y al París de entreguerras, que otea las máscaras africanas o los ballets rusos de Sergei Diaghilev.

Arita Shahrzad. CAAM
La artista iraní Arita Shahrzad junto a la obra ‘Life’. Fotografía cortesía del CAAM.

Cuando el arte europeo, como hoy, padece la inanición que encontramos en nuestros principales centros de arte y museos, invadidos por la más prolija casuística, quizá debamos mirar hacia otros que busquen un arte para todos, y no solo uno de cuotas como el que nos tiene acosados.

En este sentido, destaca la decisión del Centro Atlántico de Arte Moderno (CAAM) de Las Palmas de Gran Canaria de acoger la exposición de la artista iraní Arita Shahrzad, ‘Human, All Too Human (Humano, demasiado humano)‘ –en clara evocación al Nietzsche de la muerte de dios–, que presenta una doble invitación.

Por una parte, y en una decisión que no considero menor, invoca todos los oficios y las artes tradicionales persas para traerlos a la modernidad artística, algo que para los europeos –también para los españoles– parece síntoma de vergüenza, presentar la tradición como una de las fuentes posibles de la contemporaneidad.

Tal vez por su incapacidad de lidiar con ella, al verse impedidos para reconocerse como uno más en la cadena de transmisión de la belleza y el recreo de los sentidos, enemistados como estamos con todo goce retiniano (si entra por los ojos, o contra cualesquiera otros sentidos), solo se concibe empapelar nuestros centros de arte para seguir con las protestas, y alzar los documentos contra los monumentos, como proclamó, en otras palabras, una de las bienales más reconocidas del mundo en algún momento, y que sirve mejor para capitanear una pancarta. En realidad, si parto de cero, si hago tábula rasa, no hay comparación posible, así que salgo siempre de rositas, truco acuñado por el muy embaucador Marcel Duchamp.

Y, por otra parte, nos devuelve lo sagrado, como espacio posible de la manifestación artística, también de la actual, para la que se apoya tanto en la poesía mística persa, de una tradición muy refinada, y entre la que se dan autores tanto islámicos como anteriores al islam mismo, y de los que la artista se nutre para ayudarnos a trasladar nuestras ansias hacia territorios como los que ella alcanzó al sufrir varias veces la experiencia cercana, y segura, de la muerte.

Y en este sentido, que la exposición se realice en la sala San Antonio Abad, un antiguo templo católico desacralizado, la rearma de intención, pues la misma artista juega con la forma de la cruz porque, es sabido, para el islam el cristianismo solo es un estadio previo en la consecución del dios buscado.

La exposición está cargada de metáforas visuales para echar a volar y rozar lo más alto, por momentos se diría haber seguido los pasos de la ‘Llama de amor viva’, de nuestro irrepetible Juan de Yepes –aka San Juan de la Cruz–, a la vez que está plena de zonas de tránsito en las que ir de un sitio a otro y con las que romper todas las cadenas que te atan a un día a día que no es más real que la ofrenda que Shahrzad te brinda; y desde la que puedes entrar en comunión con la alteridad (un término al que le puedes dar muchos significados, de entre los posibles) desde otra tradición religiosa.

A través de la obra de una artista que solo busca acercarte ese pedazo de luz que se te lleva escapando demasiado tiempo entre los dedos, y para la que te ofrece la misma alfombra sobre la que su abuela la alcanzaba, elevada ahora a espejo de tu alma.