#MAKMAArte
‘Antigesto’, de Sergio Barrera
Fundación Chirivella Soriano
Palau de Valeriola
Valeriola 13, València
Hasta el 6 de octubre de 2024
Las obras de reurbanización dificultan la entrada y recorremos un pasadizo hasta las puertas de vidrio de la Sala d´Arcs, de la Fundación Chirivella Soriano, en Ciutat Vella. Poco antes hemos reconocido a Sergio Barrera, acompañado de unas cuatro o cinco personas, cuando desembocábamos en la calle Boatella desde la plaza del Mercado.
Todos miran al frente, hacia el edificio y el cartel de la fundación, mientras Barrera les explica algo. Tras saludarnos con un apretón de manos, nos recomienda acceder a la exposición desde Ca Revolta y nos emplaza a compartir con él nuestra impresión tras la visita.
La Sala d´Arcs muestra un conjunto de cuadros que anticipan el resto de salas. ‘Antigesto’ es el título que Barrera ha escogido para esta exposición, también el nombre que describe su investigación pictórica.
‘Antigesto’ no es una palabra que exista en el diccionario, con ella, como él mismo nos explicará semanas después, pretende referirse a un gesto universal.
Según la Real Academia Española, ‘gesto’ significa “un movimiento del rostro, de las manos o de otras partes del cuerpo con que se expresan diversos afectos del ánimo” o, también, “la apariencia que tienen algunas cosas inanimadas”. ‘Antigesto’, entonces, pretende describir su contrario.
Identificar el gesto con la pincelada es la otra asociación que realiza el pintor para acuñar el término, porque la pincelada es “el trazo o golpe que el pintor da con el pincel,” lo que supone que la pincelada, entendida como gesto, implica expresión. De esta manera, la pincelada encarna la idea en la que cristalizan las cuestiones plásticas que le interesan y a partir de las que desarrolla su experimentación.
La pincelada como gesto, dice Barrera, representa la expresividad del pintor como individuo y se propone ahondar en esta idea, convirtiendo su gesto o pincelada en un concepto universal, alejado de cualquier expresión. Una especie de “idealización de la pincelada”, “un proceso mecánico y sistemático frente al gesto”, “una pincelada que pueda hacer cualquiera”.
En su discurso, la pincelada, o el antigesto, pasa a convertirse en una categoría que nos recuerda a las que establecían los pintores de la modernidad en su afán de sistematizar los elementos pictóricos de un cuadro, y constatamos que la pincelada se encuentra en el origen de numerosas reflexiones de nuestra tradición, además de poseer una gran impronta sobre el estilo de una obra.
Desde los puntillistas, que suprimían la continuidad de la pincelada para aplicar la materia en pequeños toques, o puntos, hasta la pintura arrojada o dripping, que inauguró Pollock, podemos dimensionar la reflexión sobre la que Barrera proyecta su trabajo, así como reconocer su parentesco con el expresionismo abstracto, corriente variopinta, con la que comparte, entre otras cosas, la cultura del cuadro tendido en el suelo.
Quizás la mancha sea también un antigesto, pensamos, mientras no se imprima el gesto de quien la haga, o este sea tan amplio, o tan pequeño, que se funda con la superficie donde se halla; quizás todo se reduzca a un problema de proporción entre el pincel y el lienzo.
La línea “es la traza que deja el punto al moverse y es por lo tanto su producto” -escribía Kandisnky en ‘Punto y línea sobre el plano’-, así que el pincel es el punto que recorre el lienzo, si el punto se entiende como la unidad básica de la pincelada que al desplazarse acoge el gesto del que la dirige. Ideas que chispean en nuestra cabeza por resonancia de lo que Sergio Barrera nos cuenta.
“La insulsa disciplina de un proyecto” es una de las frases que Barrera dice repetir a menudo cuando se encuentra con una práctica muy extendida hoy en día, en la que la explicación previa a lo que pintas, o lo que te propones pintar, cobra una importancia desmedida, sobre todo, para los que quieren acceder a becas, residencias o salas de exposición.
Y decimos desmedida porque la pintura se hace pintando y el discurso se muestra en ella sin tener que explicarlo, por ello seremos cautos en no sobreexplotar la obra que, por sí misma, se basta.
Nos detenemos en el recorrido de las salas, en cada una de sus series, en cada obra. Miramos sus lienzos y el proceso que sucumbe a ellos se nos muestra. Barrera, convierte la pincelada en la forma misma de su obra, manchas hechas con grandes cepillos o gomas espumas de diferentes calidades gracias a los utensilios que diseña y el proceso que atraviesa.
No hace bocetos, parte de prefiguraciones mentales y pinta con lo que sucede. Plantea problemas que resuelve gracias a la superposición de capas, y un cuadro le lleva a otro. Y, así, sucesivamente.
Cada una de sus capas pasa a convertirse en un elemento de la composición mientras no la oculte por completo por la siguiente. Además, cada una se identifica con una pincelada que podemos llegar a registrar como el material nuevo de un collage; tal es la calidad que adquiere.
El orden de superposición de sus capas, sobre todo, en sus ‘Antigesto’ de “capas de pintura rota, doblada y desdoblada” da lugar a obras extraordinarias como la número 17 o la 15, en la que el negro nos muestra los extremos de un mismo juego y nos descubre una forma de concebir el espacio en el lienzo.
El pintor acumula pruebas, experimentos, capas, pelea los cuadros, los defiende y aprende de todo. Llegado un punto, nos explica el motivo por el que abandonó la escultura, disciplina con la que inició su trayectoria artística: “Debía tenerlo todo previsto”, confiesa.
En este sentido, Sergio Barrera prefiere acoger el accidente, observar y acompañar todo lo que se revela durante el proceso. Su trabajo en serie se trasluce por la profusión de obras, de cuadro en cuadro y de sala en sala. A través de ellas podemos estudiar su trabajo y entender cada pieza como un hito donde la comunión entre la mirada y la materia se alcanza.
Barrera profundiza a lo largo de su investigación y cuanto más miramos su pintura, más entendemos que su nivel de complejidad reside, precisamente, en los límites que orientan su trabajo, que definen el camino que recorre y que le llevan cada día a su taller, donde, como él mismo expresa, siempre le gustaría estar más tiempo.
Su exposición, en una primera impresión, nos parece algo abarrotada, nos falta algo de espacio y preferiríamos otra manera de dirigir la luz. Pero pronto entendemos que el montaje que propone Barrera responde a otro criterio. El pintor ha convertido las salas de la Fundación Chirivella Soriano en un continente donde verter de forma organizada su experimentación plástica. El artista nos ayuda a mirar cuando nos señala un cuadro, uno muy importante, el numero 31, el primero en el que aparece una arruga, casi imperceptible, pero que anuncia los ‘Rizomas’, su obra más reciente.
Advertimos que se da una paradoja: es la materialidad de la tela la que determina la huella de la pincelada, pero esta es independiente de la descripción de la forma. La pincelada, en un principio universal y continua, se particulariza a través de los acontecimientos que registra en su curso y que tienen que ver con las características de los materiales que Barrera orquesta en su taller, las tablas, las telas, las arrugas y los pliegues que se dan sobre el soporte.
El accidente sugiere la evolución de la obra y la coherencia del lenguaje pictórico determina cualquier voluntad inicial, algo que Barrera sabe bien y por ello prefiere mirar y acompañar.