‘Ane’, de David Pérez Sañudo
Con Patricia López Arnaiz, Jone Laspiur, Mikel Losada, Aia Kruse, Luis Callejo, Nagore Aranburu, Fernando Albizu
100′, España | Amania Films, Departamento de Cultura del Gobierno Vasco, ETB, TVE, 2020
Ganadora de tres Goyas: Patricia López Arnaiz (mejor actriz protagonista); Jone Laspiur (mejor actriz revelación) y Marina Parés (mejor guion adaptado)
Filmin
David Pérez Sañudo, director de la premiada película ‘Ane’, explica con respecto a sus proyectos que “todos tienen un contexto histórico muy concreto y algo muy íntimo de forma simultánea”. Y ‘Ane’, su ópera prima, muestra con intensidad dramática ese aspecto narrativo que tanto interesa a su director y también a su guionista, Marina Parés, al relatar un desgarrador conflicto familiar atravesado sobriamente por un conflicto sociopolítico.
La película, que se puede ver en la plataforma Filmin, se sitúa en Vitoria en 2009 –dos años antes del cese definitivo de las armas por parte de la banda terrorista ETA–. El trasfondo histórico está marcado por los sabotajes que los grupos antisistema, anticapitalistas, apoyados por ETA, realizan contra la empresa de construcción Zadorra que lleva a cabo las obras del tren de alta velocidad (AVE), y que tiene como consecuencia el derribo de ciertos edificios y desahucios de sus propietarios.
Sañudo muestra estos actos, propios de la kale borroka, con la mirada distante de un reportero gráfico, para dejar claro que el drama, el verdadero drama de la historia, no está ahí, sino en el conflicto íntimo de la familia. En el estrago emocional que viven una madre y su hija: Ane, la hija adolescente de 17 años y que da título a la película, y Lide, la madre –interpretada magníficamente por Patricia López Arnaiz–.
Toda la intensidad del estrago está contenida en las secuencias de los desayunos que Lide toma sola y desesperada ante la asusencia de su hija. Sañudo refleja con una templanza expresiva toda la desolación de esa ama, tal y como llama Ane a su madre, ya que toda la película está rodada en euskera.
La trama de la película se inicia cuando Ane desaparece por unos días y esa madre, desolada, junto a su exmarido, Fernando, inician la búsqueda de su hija. Este suceso será el inicio del calvario de esta madre, al ir descubriendo que Ane, su hija, fuera del hogar familiar, está implicada en todas las actividades de la kale borroka. Perplejidad, incomunicación, incredulidad, aturdimiento, negación, incompresión, son palabras que hacen huella en el cuerpo y en los sentimientos de esta ama, ante la actitud de su hija.
Pérez Sañudo ha logrado mostrar con magistral precisión narrativa y estética los estragos íntimos de esta ama y su hija. El grito herido de Ane –al pronunciar ama– y el lamento de Lide –al gritar el nombre de Ane– engendran una compasión tan intensa ante el dolor de ambas que el trasfondo político-social de la película se diluye.
Unas vías de tren de alta velocidad que no solo dividen y arruinan a ese barrio de Vitoria, sino que separa, literalmente, a esa madre y esa hija, como plasma Sañudo en el clímax último de la película. El conflicto de la construcción del tren de alta velocidad es el detonante que aboca a la bifurcación del camino vital de Lide y Ane.
Una madre imbuida en un narcisismo (valga la redundancia) infantil, que, por una parte, no le permite acallar las palabras más crueles que se le pueden decir a un hijo –en este caso a una hija, Ane, que no es deseada por la madre–: “Me dijiste que ojalá no hubiera nacido”. Ese no deseo de la madre le lleva a Ane a retar constantemente a Lide hasta la traición y a no aceptar su perdón, tal y como se manifiesta en la última conversación que van a mantener [Ane: “No todo gira alrededor tuyo”. Lide: “Ane, cariño, te perdono, ¿vale?”. Ane: “¿Que me perdonas? ¿Tú a mí? ¡Muchas gracias! Te perdono yo a ti”].
Y, por otra, ese narcismo de Lide le arrastra a no aceptar ciertas responsabilidades como madre. Por ello, culpa del comportamiento de su hija al director del instituto cuando este le comunica que desde hace varios días no asiste a clase y que no respeta las normas del centro, con frases incriminatorias como estas: “Si de verdad creéis que Ane le rayó el coche o lo que fuera al potolo, no entiendo qué estáis esperando para frenarle los pies. Igual la habéis cagado no expulsándola. ¿Os creéis que consintiendo se educa? Os puedo demandar. Habéis asalvajado a Ane”.
Estas palabras de Lide están empañadas de una soberbia exacerbada, que dejan traslucir cierta impotencia al reclamar, hasta la demanda, la necesidad de un límite al comportamiento de su hija; un límite que el director del colegio es incapaz de ejercer. Solo puede balbucear esta respuesta: “Lo que quieras, pero imagino que los padres también tenéis reponsabilidades, ¿no?”.
Cierto. ¿Y el padre? El padre y exmarido, Fernando, tampoco puede poner un límite, es demasiado lábil. Se muestra incapaz de sostener un no que ponga, por lo menos, ciertos tropiezos a la deriva de la hija hacia el abismo de la violencia irracional y, también, suturar el estrago entre esa madre y esa hija. Es demasiado consentidor, tal y como le reprocha Lide, cuando Fernando le explica que hace un par de meses no durmió en casa porque estuvo en Bayona en una concentración. “Iban todas sus amigas y parecía que se le iba la vida en ello”, a lo cual Lide le recrimina: “¿Y qué ostias esperas? (…) Lo que te jode es que Ane no te haya contado nada de esto. A ti, el superpadre”.
En la película de David Pérez Sañudo todo está abocado al estrago en la relación entre esa madre y su hija. La ausencia de un límite (paterno y educativo) condena a ambas mujeres a la desolación emocional.
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