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‘Aftersun’, de Charlotte Wells
Con Paul Mescal, Frankie Corio, Celia Rowlson-Hall, Spike Fear, Sally Messham y Harry Perdios, entre otros.
96′, Coproducción Reino Unido-Estados Unidos | BBC Film, Creative Scotland, AZ Celtic Films, PASTEL, Unified Theory y BFI Films, 2022

La ópera prima de Charlotte Wells, íntima y sentimental, destructiva y desoladora, atraviesa sin clemencia –pero con delicadeza– los corazones de público y crítica. El filme independiente británico se ha convertido en un éxito internacional inmediato gracias a su historia humana, tormentosa, sencilla y frágil.

Una cámara de vídeo, unas vacaciones veraniegas y un padre y su hija. ‘Aftersun’ no necesita de más para desgarrar con una facilidad asombrosa y con intencionada sutileza a todo aquel que la visualice. Angustia y tristeza con gafas de sol, bronceador y una camiseta que reza “Alguien que me quiere mucho me ha traído esta camiseta de Málaga”.

Sophie (Celia Rowlson-Hall) rescata una cinta antigua para recordar (y entender) la memoria de su padre, Calum (Paul Mescal, nominado a mejor actor protagonista en los Óscar), a través del último viaje que pasaron juntos cuando ella era una niña (Frankie Corio).

Desde los primeros compases del filme se percibe una sombra oscura y siniestra alrededor de los protagonistas, y no son meros problemas paternofiliales. Algo lúgubre (y hasta aterrador) sobrevuela ‘Aftersun’ de forma casi imperceptible. Esos destellos de tragedia no dejan de incomodar al espectador, quien no tiene más remedio que observar con resignación, congoja y tristeza los designios de la vida mientras se acerca el otoño.

Un baño en una piscina paradisíaca, una conversación antes de cenar o un karaoke se transforman en elementos punzantes, dolorosos y aciagos. Preciosa y cruel. Piña colada con un cigarrillo en el fondo.

Wells presenta su primer largometraje como si a sus espaldas sostuviera una filmografía asentada y construida. ‘Aftersun’ es inteligente y sólida. Sin recreaciones, no cae en melodramas familiares innecesarios y evita de forma brillante la autocompasión. La película tiene un objetivo: contar de forma sencilla una paleta de temas complejos y quebradizos (la soledad, la depresión, la relación padre/hija). Y lo logra de manera soberbia. Con una madurez digna de la generación de moteros tranquilos y toros salvajes, Charlotte Wells dirige impecablemente 96 minutos de cine puro y duro. Sutil y sugerente. Clásico instantáneo.

Al igual que visualizar cualquier plano de Wes Anderson, la marca de agua de la directora se percibe en cada fotograma. Un filme auténtico, privado y real. Tal es la cercanía y la autenticidad creada, que observar a esta familia se vuelve un hecho incómodo, como si se espiara con una cámara oculta la vida de dos vecinos de tu hotel de Benidorm. Cine de autora con mayúsculas.

A través de partidas de billar, arena, viajes en autobús y trenzas en el pelo, ‘Aftersun’ refleja con exactitud y precisión las inquietudes de su autora mezclando ternura agria y desasosiego. La cotidianeidad y la nitidez transpiradas por el largometraje avivan esta historia desesperanzadora y amarga. ‘Midsommar‘ en Marina d’Or.

La Shopie adulta plasma los traumas y las inseguridades que nos persiguen, inexorables, pese al paso del tiempo. El pasado siempre estará atrás, inamovible e invariable. Desafiarlo y entenderlo son las únicas herramientas de las que disponemos para poder hacerle frente.

La mente de Calum está azotada por soledad y tinieblas. Ama a su hija con devoción, pero no de forma correcta. No puede hacerlo mejor, es demasiado tarde. Cada plano de Mescal supone una mira de francotirador en la cabeza del espectador. El padre de Sophie se halla envuelto en una capa turbia, pegajosa, desagradable y, sobre todo, irrompible. Los gestos de cariño hacia ella, las caricias y las promesas son innegables, pero inviables. El amor no es suficiente.

Se acabó el verano.