#MAKMALibros
De ‘Cuento de Navidad’, de Charles Dickens, a ‘Ritos y rituales contemporáneos’, de Martine Segalen
Cultos y navideños (VII)
Navidad 2025
Joder; los de MAKMA me piden un artículo para estas navidades. Bajo un sugerente epígrafe, me conceden libertad plena, siempre que vaya adornada con guirnaldas, lucecitas y espumillones, eso sí, sazonado o edulcorado –al gusto– con una dosis razonable de cultura.
¿Y de qué hablar? Es tanto lo dicho, redicho, cantado, comido y escrito sobre esta efeméride, que el folio en blanco ya me parece una mala secuela. Desde la petición han pasado quince días y ya hemos celebrado la Nochebuena.
Lo primero que hago es recurrir a mi (ya frágil) memoria. Me viene a la cabeza ‘Cuento de Navidad’, en la primera referencia que tuve, un cómic de Disney (‘La Navidad de Mickey’) con el Tío Gilito como Ebenezer Scrooge que yo, ignorante, creía original. Muy fiel a la cruenta tradición de la productora, su lectura fue tan dura e inolvidable como para inquietarme, incluso siendo niño.
‘A Christmas Carol’, de Charles Dickens, se publicó el 19 de diciembre de 1843, en una Inglaterra marcada por una profunda desigualdad social: jornadas laborales extenuantes, salarios bajos, inseguridad económica, vivienda insalubre, falta de responsabilidad social y deshumanización en el trabajo, con una política fragmentada con leyes ineficaces.

Este contexto –sufrido por el autor– influyó de manera directa en el tono crítico y moralizante del original relato, que Dickens supo hilvanar con maestría mediante la magia y lo sobrenatural.
Vamos, que ciento ochenta y tres años después seguimos un poco en Inglaterra; pero seamos positivos, como el libro. Descarto el tema y continúo explorando.
Acudo al buscador y a Google Trends, una fuente de datos candentes. Entre las tendencias –la mayoría de salseo– destaca ‘comprobar lotería Navidad 2025’, con un considerable incremento del 1.000 %.
Sergio del Molino escribía hace unos días en El País: “Nos sometemos a la providencia en forma de bombo depositando las esperanzas de una vida, si no mejor, un poco menos mala”.
Para muchas personas, la ilusión del sorteo funciona como una proyección emocional que sustituye, de forma fugaz, la ausencia de expectativas reales de cambio o progreso. A mí tampoco me ha tocado, así que debo seguir con esto.
Los días pasan y nada me convence. Leo varias noticias sobre que los milenials y la generación Z abrazan ciertas tradiciones navideñas: las decoraciones clásicas, los villancicos de siempre, las recetas típicas y –¡oh, sorpresa!– la escritura a mano de felicitaciones.
Entre las primicias también aparece el cierre del servicio postal danés tras cuatrocientos años de historia; el envío de cartas (y postales, claro) ha caído un 90 % desde el año 2000. Lo siento, chicos, una moda menos que instagramear.
En Año Nuevo recurro a un valor refugio, mi conocimiento sobre el diseño y la publicidad: que si Papá Noel es rojo por la Coca-Cola; que si tanto colorao, dorado y verde es una convención gráfica; que si el árbol actúa como escaparate de regalos; que si los Reyes Magos, sin la dualidad premio o castigo, son repartidores con efectos discutibles en la infancia; que si las doce uvas nacieron como venta oportunista del excedente de producción. En definitiva, un discurso comercial para el consumo alejado del culto.
Y ante tanto reclamo materialista, recuerdo una frase de Confucio: “En todos los ritos, la sencillez es la mayor extravagancia”. Pues al señor Kong Qiu, hoy, se le caerían los ojos al suelo, cegado por luces que vería desde su China natal, empachado de turrones, noticias de precios, memes, amigos invisibles, recetas, recaps y polémicas familiares; temas reiterados hasta la saciedad que este año vienen coronados por la tristeza de saber que Rusia, incluso ahora, niega una tregua a Ucrania.

Y es que un rito, como explica Martine Segalen en su libro ‘Ritos y rituales contemporáneos’ (Alianza Editorial, 2005), deja de serlo cuando se disuelve en una costumbre opcional y fragmentada, desvinculada de su origen y sin tránsito entre estados emocionales, con interpretaciones libres, trocadas en escenografía, folclore y espectáculo mediático o turístico.
Pues estamos buenos; nada que decir aún, y MAKMA es como un cruel Herodes que no dudará en sajar mi joven trayectoria como narrador.
De cara a la noche de Reyes, el algoritmo omnisciente me ilumina. Con tanta búsqueda del temita me conoce muy bien, y en un feed, como quien no quiere la cosa, me muestra la ilustración ‘Christmas Homecoming’ (1948), de Norman Rockwell. Me detengo y admiro la escena: no cabe más felicidad colectiva, nítida; su causa, intuyo, está fuera de plano, en la ausencia del personaje central.
Quizá sea eso lo que necesitamos un poco: una privación terrenal y personal, dilatada en el tiempo hasta una nostalgia de mal sabor que, al disiparse, nos haga especialmente alegres y felices, y cuyo recuerdo, cuando la ausencia sea inevitable, pueda tolerarse como memoria in illo tempore, idealizada y radiante.
Yo me quiebro a esa realidad. Temeroso, comunicaré a la revista que este año mi texto también estará algo ausente. Habrá tiempos mejores, seguro; de lo contrario, siempre podré echar un decimito ya el próximo julio.

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