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‘Plácido’, de Luis García Berlanga
Reparto: Cassen, José Luis López Vázquez, Elvira Quintillá, Manuel Alexandre, Amelia de la Torre, Agustín González y Amparo Soler Leal
85’, España, 1961
Cultos y navideños (V)
Navidad 2025
“Madre, en la puerta hay un niño, / tiritando está de frío. / Anda y dile que entre, / se calentará. / Porque en esta tierra / ya no hay caridad, / ni nunca la ha habido / ni nunca la habrá”.
La película ‘Plácido’, de Luis García Berlanga, ambientada en plena Navidad, termina con este lamento, cuya letra es un extracto del más amplio contenido de un villancico popular. La cámara, elevándose y abriendo el encuadre como no se hace en ningún otro momento del filme, nos muestra la calle vacía por la que se aleja el hombre que ha venido a recuperar la cesta de regalo que su destinatario no ha querido, en medio de una noche oscura de Navidad. El motocarro, con el adorno de la estrella de Belén, y una mesa abandonada aparecen en primer término, componiendo, sin duda, el paisaje desolador que destila el propio lamento del villancico.
Así, a modo de epitafio fúnebre se cierra ‘Plácido’, contradiciendo los buenos propósitos con los que arranca la película: “Necesitamos el concurso de todos, de pobres y de ricos, porque para la caridad no hay fronteras. Toda la ciudad debe sumarse a nuestra campaña “Cene con un pobre”. Que, por una noche, seamos todos hermanos. Que, por una noche, los duros de corazón sean generosos. Que, por una noche, cenen los pobres. Esta campaña está patrocinada por ollas Cocinex: las mejores ollas a vapor del mundo”.
Y bien: ¿por qué esa caridad, proclamada en alta voz, no cuaja? Para responder a esta pregunta se hace necesario definir previamente lo que entendemos por caridad, dada la contraposición existente entre la invocada en el lamento y la desplegada a lo largo de la película.
San Agustín dice de la caridad que está escrito que “no busca el propio interés”, sino que “prefiere las cosas comunes a las propias y no las propias a las comunes”. También el Nuevo Testamento dice, al hilo de esta prevalencia del interés común sobre el propio: “No vayáis a practicar la virtud –caritativa- con ostentación para ser vistos por los hombres”. Y Unamuno, en ‘Del sentimiento trágico de la vida’, define la caridad como “un desbordamiento de compasión, un dolor reflejado que sobrepasa y se vierte a compadecer los males ajenos y ejercer [por tanto] caridad”.
Y añade Unamuno: “Y es que no estamos en el mundo puestos nada más que junto a los otros, sin raíz común con ellos, ni nos es su suerte indiferente, sino que nos duele su dolor, nos acongojamos con su congoja y sentimos nuestra comunidad de origen y de dolor aun sin conocerla”. El dolor, pues, y la compasión que de él nace son los que “nos revelan la hermandad” de cuanto somos.

Algo de todo ello está implícito en la propia campaña caritativa con la que arranca ‘Plácido’. Se busca el concurso de todos, de ricos y de pobres, porque como bien dice Gabino Quintanilla (José Luis López Vázquez) a través del altavoz, “para la caridad no hay fronteras”. He ahí, sin duda, ese terreno común, más allá del interés de cada cual, revelador de la auténtica caridad.
Como también está la apelación a la hermandad, que vendría a ser efecto de la empatía con el dolor ajeno y su compasión: “Que, por una noche, seamos todos hermanos. Que, por una noche, los duros de corazón sean generosos”. Para invocar finalmente a esa cena de confraternidad objeto de la campaña: “Que, por una noche, cenen los pobres”.
Hasta ahí, diríase que Gabino Quintanilla, en tanto organizador y representante de la caridad promovida por Encarna Galán (Amelia de la Torre), como presidenta de la Comisión de Damas, se ciñe al espíritu de la caridad tal y como se entiende desde el punto de vista religioso y filosófico. Punto de vista clásico que viene a subrayar la cualidad positiva de la caridad, en tanto promueve en el sujeto la solidaridad con el otro mediante cierto acto de renuncia narcisista. Pero es el modo en que concluye su alocución lo que viene a contradecir tal espíritu: “Esta campaña está patrocinada por ollas Cocinex: las mejores ollas a vapor del mundo”.
“Adhiriéndose a la publicidad”, como apunta Pascal Bruckner en ‘La tentación de la inocencia’,” la caridad traiciona su primer mandamiento: el tacto y el secreto”. Y añade este autor: “La publicidad y la apariencia son (en este caso) más importantes que el compromiso real, que es ingrato, complejo y poco espectacular”.
Vamos a ir viendo cómo esa caridad basada en el compromiso verdadero, ingrato por cuanto supone cierta privación, y nada espectacular, por cuanto requiere a su vez de cierto secreto y anonimato, no se da en ‘Plácido’.
Y no se da precisamente por ese carácter publicitario de la campaña, en tanto exhibición pública de la caridad, a la que se adhieren, para amplificarla, los medios de comunicación -radio y prensa- y el cine. Y porqué la difusión del propio acto caritativo se demuestra regido por la apariencia, la simulación y el fingimiento.
Para comprobarlo, nada mejor que comenzar con el preciso instante en que la campaña ‘Cene con un pobre’ se revela fruto de esa apariencia y de ese fingimiento.
Gabino Quintanilla: “¿Va todo bien por ahí? Ya pueden comerse el pavo”. Actor: “Ya no hay, se ha acabado”. Quintanilla: “¿Que se ha acabado? ¡Qué horror! No sé, disimule, ofrézcale los huesos… A simular, a fingir”.

El fingimiento desvelado a través de la publicidad y la difusión mediática, se hace extensible al propio acto caritativo que constituye el eje nuclear de la campaña. Así, veremos cómo todos participan movidos por un interés ajeno a la esencia de la caridad tal y como la hemos definido en el arranque.
Casi todos actúan a regañadientes, sometidos a las imposiciones derivadas de sus respectivas condiciones sociales: pobre del asilo, pobre de la calle, obrero, burgués. De manera que, en ‘Plácido’, todos los personajes parecen abocados a hacer lo que hacen porque no les queda otro remedio.
Ese modo de acercarse al otro por obligación dificulta, cuando no imposibilita del todo, una relación que no sea fingida. De hecho, no dejamos de ver en ‘Plácido’ sucesivas muestras de falta de empatía, manteniéndose intacta la frontera que separa a unos de otros, imposibilitando la fraternidad pregonada.
Esa ausencia de contacto real entre la caridad que fomenta la campaña ‘Cene con un pobre’, y la caridad que, como hemos dicho, se compadece realmente del dolor ajeno, hace imposible que salte la chispa necesaria para que prenda un compromiso verdadero entre los sujetos.
El universo de ‘Plácido’ está caracterizado, además de por el fingimiento y la falta de empatía, por la alegría que conlleva la noche de Navidad. Una alegría que elude todo suceso que venga a perturbarlo. De manera que todo aquello que amenace con alterar ese orden confortable será esquivado o directamente excluido. Se trata, por eso, de que todo vaya bien, que ningún problema interfiera en el objetivo de la campaña.
He ahí la paradoja: hay sujetos que padecen, que tienen problemas y, sin embargo, en tanto de esos problemas nada se quiere saber porque prima la alegría, se finge que todo va bien, imposibilitando la inscripción de lo contingente, de lo azaroso, y en última instancia de la propia muerte.
En el universo de Berlanga no cabe la articulación entre ambos planos, el de lo placentero y el de lo contingente, el de la apariencia y el de lo que apunta en dirección de la angustia, ambos planos, decimos, están condenados a cruzarse sin que exista entre ellos un contacto real.
Cada vez que la muerte asoma en la película, enseguida se elude apelando a esa alegría de la campaña caritativa en el marco de la Navidad. Al igual que se eluden todos los demás problemas, por cuanto en ese universo de fingimientos y falta de empatía, terminan careciendo de sustancia. No hay problema que alcance la dimensión suficiente como para tenerse en cuenta. Y no lo alcanza porque nadie se para a escuchar la demanda del otro, a compadecerse, en tanto nada es creíble por hallarse sumido en una trama donde todo es apariencia y fingimiento.
La máxima expresión de esa falta de empatía, de ese no querer saber nada de los problemas ajenos se halla en la muerte que viene a estropear la campaña. Ahí, literalmente, vemos cómo tratan todos de quitarse el muerto de encima.
Dentista: “Señores, creo que ha muerto”.
Plácido: “¡Qué ha muerto! Don Gabino deme los 20 duros que yo me voy. Ahora no hay que llevarlo”.
Señor Helguera: “¿Cómo que se va? Ahora es precisamente, cuando hay que sacarlo”.
Señora de Helguera: “Matías, por favor”.
Señor Helguera: “Ni por favor, ni nada. Este muerto no es nuestro, y no quiero seguir viéndolo ni un momento más aquí. Señora, hay que sacar el cadáver”.
La campaña ‘Cene con un pobre’ no será un fracaso, como dice la presidenta de las damas, por el fallecimiento de Pascual, sino que será un fracaso por la imposibilidad de incluir al otro, en su radical diferencia, en ese universo placentero de tan espejeante Navidad.

De hecho, Berlanga no pone el acento en esa muerte, como tampoco se detiene en mostrar la resolución de los problemas. Le interesa, principalmente, detenerse en la captación del comportamiento mezquino y banal que hace imposible realizar un acto caritativo sincero.
Los otros rasgos estilísticos de Berlanga como el plano secuencia, la sobreactuación de sus personajes, su cine coral, están encaminados a subrayar el carácter de pura representación, en el sentido peyorativo de ocultar la verdad del drama. De manera que la muerte no comparece como tal, sino como la excusa para mostrar lo ridículo y vacuo de la situación.
En este mismo sentido, jamás se nos mostrará el acto de confraternidad implícito en la campaña ‘Cene con un pobre’. Bien porque la enfermedad de Pascual obliga a suspender la cena en algunas casas, o bien porque las cenas se consuman malamente, lo cierto es que apenas llegan a coincidir en esas mesas pobres y ricos.
Está justificado, pues, el lamento con el que concluye la película. Si nunca ha habido caridad, tampoco la habrá si la realidad se construye con esos mismos parámetros. O lo que es lo mismo: si la realidad es pura mascarada, no hay verdad que pueda inscribirse en ella.
Como apunta el propio Berlanga: “En definitiva, ‘Plácido’ viene a decir que cada uno, pobre o rico, va a lo suyo, que abandona a los demás en el momento justo en que debe abandonarlos, es decir, cuando los otros más lo necesitan”.
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