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‘Los abandonados’, de Kurt Sutter
Con Lena Heday y Gillian Anderson
Serie de Netflix
1 temporada, 10 episodios
2025
El western es el género que más se ha visto afectado por la ideología de género, valga la redundancia, la cultura woke y demás parámetros que han hecho dar un giro de ciento ochenta grados a la sociedad occidental en las últimas décadas. Consecuencia lógica de su propia naturaleza.
Las aventuras sobre la conquista del Far West nacieron para dar una versión digerible de una de las epopeyas más sangrientas de la historia: el genocidio de los nativos americanos y la destrucción de su medio de vida. Un millón de búfalos se cazó cada año, hasta su extinción casi total.
Mientras los españoles cargamos durante siglos con la leyenda negra por no saber vender nuestra imagen, esa amalgama de pueblos y religiones que son los estadounidenses, grandes expertos en marketing y publicidad, no solo crearon su propia leyenda blanca, rostros pálidos contra pieles rojas, sino que, además, nos sedujeron con ella mostrándola en la pantalla a base de indómitos paisajes, vigorosos caballos y un amplio catálogo de pistolas, rifles y sombreros.
Abro un paréntesis para sugerir que se haga un estudio sobre esa especie de fetichismo de los cowboys respecto a esos tocados de ala ancha, como si fueran un apéndice de su cerebro sin el que no pueden funcionar.
En resumen, han sabido contar su historia, luces y sombras incluidas, en tono de proeza épica que eclipsa la realidad de los hechos. Fiel trasunto de una época, el western original era un mundo rebosante de testosterona, vello facial y violencia en el que se glorifica la lucha contra una naturaleza grandiosa pero también salvaje y hostil.
Un imperio de la masculinidad donde la mujer se mantiene en segundo plano. Víctima a la que hay que rescatar o vengar, sufrida esposa, madre o hija, o descanso del guerrero. Algunos directores y guionistas de mentalidad abierta, protofeministas sin saberlo, supieron crear poderosos personajes femeninos que hacían justicia a aquellas osadas féminas que emprendieron con su familia el peligroso camino hacia lo que consideraban una tierra de promisión, aunque tuviera sus anteriores propietarios.
¿Acaso podemos reprochárselo? ¿No ocurrió lo mismo en tantos otros lugares descubiertos e invadidos por el hombre blanco? ¿No ocurrirá algo parecido, incluso peor cuando aparezca un planeta habitable para los humanos y accesible mediante naves espaciales?

La primera de estas películas pioneras con faldas y a tiro limpio que me viene a la cabeza es ‘True grit’ (‘Valor de ley’), una estimulante historia que se desmarca de los códigos del género protagonizada por Mattie Ross intrépida adolescente que contrata los servicios de un talludo alguacil tuerto, borracho y cascarrabias, Reuber J.Rooster Cogburn, para vengar el asesinato de su padre.
Una novela de Charles Portis llevada varias veces al cine con éxito. Bajo la dirección de Henry Hathaway, en 1969, con Kim Darby, John Wayne, y dos secundarios que con el tiempo darían mucho que hablar: Robert Duvall y Dennis Hoper.
Los hermanos Coen, vista de lince para los buenos relatos, hicieron un remake, en 2011 protagonizado por Hailee Steinfeld y el portentoso Jeff Bridges, cuyo argumento era más fiel a la novela. Nominada a varios Oscar, no se llevó ninguno, pero cosechó el fervor del público.
Otra cinta que también se desmarca de lo convencional es ‘Dos mulas y una mujer’ (1970) de Don Siegel en la que trabajaron juntos las dos glorias más longevas de Hollywood: Shirley MacLaine y Clint Eastwood.
Un pistolero salva a una fake nun de tres individuos que intentan violarla, y juntos emprenden un viaje alucinante y muy entretenido por el México ocupado por los franceses en busca de un buen botín. Llama la atención la misoginia que destila el título en español traducido del inglés, ‘Dos mulas para la hermana Sara’. ¿Por qué no ‘Una mujer y dos mulas’, por ejemplo?
‘Hasta que llegó su hora’ (1968), de Sergio Leone, incluye a una mujer de rompe y rasga interpretada por Claudia Cardinale en su exuberante plenitud. Típico spaghetti western, se rodó en Almería y Granada con un reparto de lujo encabezado por Henry Fonda, Charles Bronson y su armónica.

Los amantes del melodrama y los amores fou recordarán con nostalgia las lágrimas que vertieron la primera vez que disfrutaron del peliculón de Nicholas Ray, ‘Johnny Guitar’ (1954) basado en una novela de Roy Chanstor, con Joan Crawford como propulsora del proyecto y actriz principal en el papel de Vienna propietaria de un salón al que regresa su gran amor interpretado por el atractivo grandullón Sterlig Hayden, que ha cambiado la pistola por la guitarra.
Vienna se enfrentará a la terrateniente local, Emma Small en una riña de gatas. La aversión que en el mundo real sentía la madura estrella por Mercedes McCambridge (Emma) contribuyó sin duda a dar verismo a la ficción.
A finales del siglo XX este tipo de personajes femeninos, mujeres empoderadas que rivalizan en igualdad, o casi igualdad de condiciones con los varones de su alrededor comenzaron a proliferar. Ya no eran excepción sino la regla. El western tuvo que reinventarse para complacer a las nuevas generaciones que ya no se conforman con persecuciones a caballo, peleas de salón y pirotécnicos tiroteos.
Y no solo en cuestiones de género. También en lo que respecta al mundo LGBTIQ+ —’El poder del perro’ y ‘Brokeback Mountain’—, y el tratamiento a las víctimas de esta historia, los nativos americanos, que de ser presentados como diablos emplumados mudaron a administradores de casinos como los de ‘Yellowstone’.
En muchos westerns de nuestro siglo las mujeres toman la revancha. Pistoleras de armas tomar, aunque no disparen con balas, son el centro y motor de la historia, pues ya sabemos que hay palabras más dañinas que la espada… o las balas.

Pero dar mayor protagonismo a las mujeres no es garantía de calidad. Muestra de ello ‘Los abandonados’ que desembarcó en Netflix con atractivos señuelos: un par de actrices maduras con pedigrí, Gilliam Anderson y Lena Headey, y Kurt Sutter creador de una serie de prestigio, ‘Hijos de la anarquía’: interpretan a Constance Van Ness y Fiona Nolan matriarcas de perfiles muy diversos que se enfrentan en un mortífero duelo de damas.
La primera es el ama de Angell’s Ridge, pueblo del estado de Washington donde se sitúa la acción, en 1845; la segunda una granjera irlandesa fervorosa católica que ha adoptado a cuatro huérfanos de distintas razas. Ella y sus tres vecinos del valle se resisten a vender sus tierras a los Van Ness cuya mina de plata ha entrado en pérdidas.
El planteamiento no es original, pero podría haber dado pie a una buena historia. No es así. Tras un arranque prometedor, con una espectacular escena nocturna, a partir del tercer episodio (tiene siete) la serie hace aguas pese a los esfuerzos de las veteranas actrices para mantenerse a flote. Sus contrapuestos personajes son demasiado extremos, demasiado ‘malos’ para ser creíbles y a Anderson se la ve algo acartonada.
La acción avanza a trompicones en una serie de subtramas que forman una maraña confusa. Las artimañas de Constance para lograr sus fines implican a los indios cayuses, una banda de forajidos cuyo líder, interpretado por el neerlandés Michael Huisman, es un aliciente para los admiradores de la belleza masculina.
El romance entre los hijos de ambos clanes parece forzado y no logra despegar. Que Sutter abandonara el proyecto a medias por discrepancias con Netflix explica en parte el fiasco. La guionista Mary Kathryn Nagle y los productores Christopher Keyser, Otto Bathurst y Stephen Surjik fueron los responsables tras su marcha.
El último capítulo recupera cierta viveza y concluye con otra vistosa escena nocturna y un cliffhunter, por lo que si la serie se cancela nos quedaremos sin saber el final. No es la primera vez que pasa ni será la última, ocurrió con ‘La casa Guines’ pero no deja de ser un abuso con los suscriptores.
Las plataformas no solo han cambiado la forma de ver cine, sino también el propio séptimo arte. En ‘Los abandonados’ hay materia narrativa suficiente para un largometraje de más de una hora, pero al extenderlo en mucho más tiempo pierde consistencia. Como añadir varios vasos de agua a una sabrosa sopa que queda insípida. Podría llamarse también «efecto chicle» que obliga a los guionistas a estirar la sustancia hasta convertirla en un hilo que se rompe fácilmente. O abultarla a base de rellenos ultraprocesados e insalubres.
Como consuelo, los amantes del western disponen en la «N» roja de otros títulos dignos de verse como ‘American primeval’ o la monumental ‘Yellowstone’, entre otros.
Uno de mis preferidos es ‘Godless’ serie ambientada en un poblado minero habitado por viudas, cuyos maridos fallecieron en un trágico accidente laboral, obligadas a luchar contra un bandido sin dios ni alma que esparce el terror por la zona. Un aliciente es ver a la aristocrática Michelle Dockery, la heredera de ‘Downton Abby’, como una granjera también viuda de un indio que vive con su suegra y un hijo mestizo.
Pese a los errores y excesos de plataformas y cineastas, los jinetes del western seguirán cabalgando hacia el crepúsculo… o hasta divisar el mar como el joven protagonista de ‘Godless’. Y nosotros, gozando del espectáculo.
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