El extranjero

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‘El extranjero’, de François Ozon
Basada en la novela homónima de Albert Camus
Reparto: Benjamin Voisin, Rebecca Marder, Pierre Lottin, Denis Lavant y Swann Arlaud
Fotografía: Manuel Dacosse
122’, Francia, 2025

Leí ‘El extranjero’, la novela de Albert Camus, hace demasiado tiempo como para tener un recuerdo fiel del texto, lo que creo que le ha debido suceder a la mayoría de comentaristas que han abordado la nueva adaptación llevada a cabo para el cine por el francés François Ozon.

Tengo buen recuerdo, eso sí, de una imagen de mí mismo sentado en el banco de un parque público, libro en mano, en una pausa de mis obligaciones hacia la prestación social sustitutoria con la que los jóvenes de mi generación tuvimos que cumplir en algún momento.

En ese recuerdo, aparece también una sensación de desasosiego ante el mundo que se abría en mi horizonte y que la novela venía a apuntalar. Desasosiego como una mezcla de agitación y cierto goce masoquista, entregado uno al placer que le proporcionaba el desafío que suponía la lectura de una obra compleja, oscura en su concepción, y a la vez una clara impresión de que, con el paso de las páginas, el suelo se movía bajo mis pies, lo que siempre está bien, de un modo u otro.

Algo parecido me sucedió con ‘El corazón de las tinieblas’, de Joseph Conrad. Por qué hay lecturas, entendidas como fundamentales dentro de la historia de la literatura, que han quedado recluidas al tiempo de la juventud es algo que daría para pensar mucho en ello.

Desoyendo el consejo de Alfred Hitchcock de adaptar malas novelas para hacer películas mejores y evitar trastear entre las obras maestras para no meter la pata, Ozon se atreve con esta relectura de este ya clásico de la cultura occidental. El resultado supone un doble desafío, estético y filosófico, del que creo que al autor de ‘La casa’ ha salido bien parado, a pesar de algunas cuestiones que comentaremos.

Siguiendo la trama de la novela, ‘El extranjero’ cuenta la historia de un joven que responde al apellido de Meursault. La cinta nos sitúa en la ciudad de Argel, todavía colonia francesa, en la década de los 30, en la que Meursault divide sus días entre un anodino trabajo como oficinista y otras actividades más ociosas, como ir a la playa para combatir el aplastante calor mediterráneo que le oprime.

Fotograma de ‘El extranjero’, de François Ozon.

En uno de esos días de asueto y canícula, Meursault se reencuentra con Marie, una antigua amiga con la que, tras una cierta distancia, reinicia una relación amorosa. Al mismo tiempo, Meursault tiene varios encuentros con Raymond, un hombre rudo al que le une un vínculo de vecindad en el sucio edificio en el que residen.

Raymond tiene, a su vez, una turbia relación con una joven árabe a la que maltrata, lo que provoca que se encuentre en el punto de mira de su hermano, quien intentará resarcir el honor de su familia dándole un escarmiento.

Un día, Meursault y Marie acompañan a Raymond a visitar a un amigo que tiene una casa en la playa. Allí, se tropiezan con el hermano de la amante de Raymond, que los ha seguido para consumar su venganza. Tras una escaramuza en la que Raymond será herido, Meursault mata al hermano de su amante sin una aparente razón.

Entre los claros aciertos que cuenta esta nueva versión de la novela de Camus se halla un guion que sabe extraer el nudo mollar de su trama. En este sentido, hay que reconocerle a Ozon su capacidad de síntesis a la hora de estructurar esta pieza de tal forma que le permita hacer las elipsis narrativas necesarias para poner la atención en aquellos elementos que le son especialmente reseñables.

Así, al contrario que en la novela, tras un breve reportaje cinematográfico, a modo de noticiario de la época, sobre la ciudad de Argel (cuya función para comprender algunas de las cuestiones que aborda la película será relevante), Ozon nos muestra al joven Meursault ingresando en prisión.

Este anticipo sobre los acontecimientos aún futuros le permitirá al director y guionista expandir o contraer el tiempo de la narración allí donde le haga falta para mantener la cohesión de su artefacto dramático, dando como resultado una pieza ágil a la que no le pesan sus dos horas de metraje.

Fotograma de ‘El extranjero’, de François Ozon.

El reto de Ozon, en este caso, se centraba fundamentalmente en lograr transmitir al espectador esa sensación de apatía que sobrelleva su personaje protagonista, modulando así el discurso existencialista que ilumina al texto original. Ante la patente dificultad por encontrar un sentido al mundo, Meursault se refugia en un hedonismo distante que, como comprobaremos, no es solo una coraza para distanciarse de los demás, sino un acto de radical rebeldía.

Ante la hipocresía y la mediocridad de una sociedad sometida bajo la bota de los estamentos que la dirigen (Estado, religión, el sistema económico-colonial, la familia, el amor), Meursault contrapone una razón moral que llevará hasta sus últimas consecuencias: no hacer nada.

Incluso el asesinato, aparentemente gratuito, deviene aquí en un acto de emancipación individual, de pura coherencia como expresión de un rechazo sin fisuras de un orden que ha llevado la vida de los sujetos a una nada para la que ya no cabe otra posibilidad de redención que la misma muerte.

Para transmitir esa sensación de indiferencia, Ozon se apoya en un andamiaje narrativo que, tras ese salto adelante en el tiempo, reproduce de manera cronológica los acontecimientos, siempre bajo la mirada de Meursault, de cuya presencia no se despega en ningún momento.

Es la relación de Meursault con ese ambiente social y cultural que lo cerca, con Marie o Raymond, con los abogados o el juez que instruirá su caso lo que establece el punto de vista de la película. Será su patente desprecio o indiferencia ante todo lo que sucede, su impávida y displicente reacción frente a las demandas de acción de los demás (casarse con Marie, defenderse en el juicio), lo que determina el sentido de la obra.

Meursault se deja llevar de un lado para otro con la misma curiosidad con la que un entomólogo estudia los comportamientos de los insectos, pues eso es lo que somos en la gran suma del cosmos.

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En este camino, el gran reto de la película era sumergir al espectador en esa subjetividad que marca la voz en primera persona de la novela. Ozon demuestra gran destreza al superar la tentación de dejar caer todo el peso de su libreto en el texto original, al que solo recurre para reproducir los diálogos entre los personajes o como un pequeño apunte diseminado al principio y al final de su propuesta.

Con ello, Ozon logra el triple propósito de atar, con unas pocas frases, la continuidad narrativa y marcar el tono del relato, así como poner en antecedentes al espectador sobre esta actitud distante de Meursault, lo que facilitará la empatía hacia sus conflictos, conectando con ese interior oscuro que acompaña a cada gesto, a cada mirada.

El otro elemento esencial se encuentra en el uso de las herramientas del cine. Aquí, las reacciones al uso del blanco y negro con el que Ozon pinta su película han pasado, entre los comentaristas, de un cierto rechazo por un excesivo esteticismo a alagarlo como un acierto, al reforzar con ello esa impresión de un algo intrínseco que nos remite al pasado que retrata.

Pero la posición de Ozon creo que supera la mera búsqueda de un preciosismo compositivo para ponerse al servicio de la historia allí donde quizá no podría llegar de otra manera. Un blanco y negro dominado por grises suaves y blancos duros que marcan esa impresión tórrida que Ozon imprime en cada plano y que se cierne sobre el joven Meursault.

A todo ello, habría que añadir también el empleo de una cámara que logra alzarse como esa voz subjetiva que conversa con ese yo en pugna que transcribe la novela. Ozon se muestra aquí como un incuestionable maestro.

Fotograma de ‘El extranjero’, de François Ozon.

En este mismo plano, es difícil resistir la tentación de comparar la interpretación de Benjamin Voisin, quien ya acompañara a Ozon en la magnífica ‘Verano del 85’, con la de Marcello Mastroianni en la adaptación de Luchino Visconti de 1967.

Pero la comparación resulta baladí. Voisin aporta al personaje elementos que quizá no estaban en la novela, entre los que destaca una presencia andrógina que refuerza físicamente esa distancia con su entorno más cercano, mientras lo acerca tentativamente a una cierta ambigüedad cultural, sexual, frente al contexto social y colonial que Ozon remarca en la película.

Meursault carga con la vaguedad de un hombre que es y no es de un mundo con el que dialoga desde una posición trágicamente privilegiada, vacía; un hombre que es de allí y de otro lugar al mismo tiempo. Quizá Camus, argelino de origen, a la vez víctima y opresor, se sintiera así, una idea que palpita también en cada fotograma de este trabajo.

Todos estos dilemas explotan en las últimas escenas de la película, cuando el cura entra en la celda en la que está recluido Meursault a fin de atemperar los devaneos de su alma ante la posibilidad del castigo definitivo. Será entonces cuando aflore lo interior en una agria discusión entre quien busca la redención de otro y un otro que no siente que debe redimirse por nada.

Y aquí es donde, ofreciendo una representación certera, incluso más contenida y posible que la de Visconti, la película de Ozon y la novela de Camus se topan ante algo que es ajeno a su ejecución, pero a lo que no se puede sustraer.

¿Por qué revisar hoy la obra de Camus? ¿Reivindica Ozon ese deseo de libertad individual que resiste en las páginas de ‘El extranjero’ para las nuevas generaciones? Es posible. Lo que no puede evitar Ozon es que su película choque con el contexto político social con el que le ha tocado convivir.

Y aquí la película se topa con una realidad que, poco a poco, parece estar alejándose de esa reivindicación de lo individual o individualista para demandar soluciones globales, particulares, estructurales, incluso nacionales a los problemas que afectan a sociedades que están llamando de nuevo a esos estamentos a los que se enfrentaba Meursault.

Soluciones, sobre todo, materiales, de empleo, de vivienda, una garantía de estabilidad frente a un orden que opera muy por encima ya de esos poderes fácticos que sometían a la sociedad que conoció Camus. De ahí el giro hacia ciertos movimientos políticos en todo el mundo, especialmente en la Francia contemporánea.

¿Qué diría hoy el autor de esa escena final en la que Meursault se reclama a sí mismo? El debate, como poco, resulta interesante, lo que ya da valor a la propuesta, gane quien gane la necesaria polémica.