Kubrick

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El poder lacerante de la palabra
‘Eyes Wide Shut’, de Stanley Kubrick
Reparto: Tom Cruise, Nicole Kidman, Sydney Pollack, Todd Field, Marie Richardson
Cultos y navideños (I)
Navidad 2025

‘Eyes Wide Shut’ (1999), de Stanley Kubrick, basada en la novela corta de Arthur Schnitzler ‘Relato soñado’ (1925), es, ante todo, una reflexión sobre el poder de las palabras y las profundas consecuencias que pueden tener. Las palabras, hasta las más inocentes, no solo cuentan, sino que pueden llegar a lacerar el alma y el cuerpo de quien las profiere y de quien las escucha.

Kubrick, en esta su última película, despliega, tras una sofisticada y elegante puesta en escena, una trama surgida de esas palabras que no se consiguen silenciar, amargando la boca, y que se escuchan, sin querer, desgarrando el oído.

Ambientada en una navideña ciudad de Nueva York, en ‘Eyes Wide Shut’ serán las palabras pronunciadas y escuchadas por Alice (Nicole Kidman) y Bill (Tom Cruise) –los esposos del joven, acomodado y plácido matrimonio Harford–, revelando sus deseos tanto soñados como anhelados y reprimidos, las que desencadenarán el drama de esta historia matrimonial.

Fotograma de ‘Eyes Wide Shut’, de Stanley Kubrick.

Porque ‘Eyes Wide Shut’, entre los muchos vericuetos temáticos por los que se adentra, destaca la reflexión sobre el matrimonio. Una institución definida en la primera acepción del diccionario de la Real Academia Española como la “unión de un hombre y una mujer, concertada mediante ciertos ritos o formalidades legales, para establecer y mantener una comunidad de vida e intereses”.  

Además, podemos considerar que esta unión es, ante todo, como ya escribió Javier Marías en su novela ‘Corazón tan blanco’, una “institución narrativa”, en el sentido que un hombre y una mujer se comprometen a construir, uno junto al otro, el relato de sus vidas.  

Así pues, al igual que todo relato impregnado de un rito, tiene unas convenciones silenciosas que resultan arriesgado infringir. Y eso es lo que hacen Bill y Alice, tras una fiesta navideña en la que ambos han flirteado con desconocidos.

Fotograma de ‘Eyes Wide Shut’, de Stanley Kubrick.

En la intimidad de la habitación, después de acostar a su querida hija, empujados por la desinhibición y la relajación surgida de fumar un cigarrillo de marihuana, ambos comienzan con la atormentada curiosidad de tratar de arrancarse mutuamente las confesiones de la seductora fiesta.

Introducen, inocentemente, en su dócil y deslumbrante vida en común, el relato desintegrador de los deseos sexuales escondidos y apenas sospechados y de infidelidades fantaseadas o anheladas.

Será la narración pasional y sincera de Alice, atónitamente escuchada por su marido, sobre la fantasía sexual con un oficial de marina con el que se cruzó un instante en el hall del hotel el verano anterior, y cuya mirada le arrebató hasta hacer tambalear el amor que sentía por su marido y su hija, la que abisme a Bill al más aturdido desconcierto.  

˝Él me miró y pasó de largo. Solo una mirada. Nada más. Pero yo apenas pude moverme. Esa tarde tú y yo hicimos el amor, hablamos de Helena e hicimos planes para su futuro. Y, aun así, ni un solo momento, él jamás se me fue de la cabeza. Y pensé que, si él me deseara, aunque fuera una noche, estaba dispuesta a dejarlo todo. A ti. Y a Helena”. 

Fotograma de ‘Eyes Wide Shut’, de Stanley Kubrick.

Ante tal inesperada confesión, el cuerpo de Bill, metafóricamente, convulsiona; hundiéndose en el más profundo desasosiego, se ve abocado a un deambular nocturno por las decoradas calles navideñas de Manhattan, aventurándose en experiencias turbadoras y desquiciadas.

En realidad, la narración de la fantasía sexual de Alice y el deambular de Bill, como reacción a ese agravio, llevará a los esposos a atravesar una odisea iniciática: a través de una angustiosa pesadilla, en el caso de Alice, y a través de una inquietante vigilia, en el de Bill.

No es baladí que Kubrick decidiera ambientar esta odisea del matrimonio Harford precisamente durante la festividad navideña, en lugar de utilizar el periodo de carnaval, tal como sucede en la novela original de Arthur Schnitzler, dado que la Navidad es, primordialmente, una celebración de la familia.

En un primer momento, el sentido –digámoslo así– tutor de ‘Eyes Wide Shut’ parece estar orientado a desenmascarar ideológicamente el vacío nihilista del rito navideño —y, por ende, de la institución familiar— a través del matrimonio Harford, tan deslumbrante, colorido y cálido en apariencia como la propia decoración navideña que domina la escenografía de la película.

Kubrick parece querer, por una parte, desenmascarar la Navidad como un simulacro social que, tras la exuberante decoración lumínica, esconde todo tipo de bajezas sociales y perversiones humanas; y, por otra, representar el matrimonio como un rito frágil al albur de las pasiones infieles. Para ello, la mirada del director contrapone al rito de comunión familiar de la Navidad, un rito orgiástico de poder y lujuria.

En ‘Eyes Wide Shut’, se podría decir que, a pesar de desvelar la hipocresía y perversión que puede aflorar en el interior del rito matrimonial y navideño, hay un intento de velar por ellos, como protectores ante el desamparo de la vida y el magma de pulsiones destructivas que habita al sujeto.

Por ello, al final, la historia de Alice y Bill no zozobra ante el cinismo y el vacío nihilista. La misteriosa y dolorosa travesía emocional que han recorrido les hace tomar conciencia del valor y la verdad del matrimonio, como se deja traslucir en su último diálogo.

Fotograma de ‘Eyes Wide Shut’, de Stanley Kubrick.

Alice: “Pienso que deberíamos estar agradecidos por haber sobrevivido a todas nuestras aventuras tanto si fueron reales como si se trató de solo un sueño. Solo estoy segura de que la realidad de una noche y, qué decir tiene, la de toda una vida puede no ser la auténtica verdad”. “Y ningún sueño es nunca solo un sueño”, replica Bill.

Estas palabras reconciliadoras entre ambos cónyuges abren la posibilidad al matrimonio de crear un nuevo relato de vida, de manera que dicho matrimonio herido vuelva a ser una institución narrativa.

A modo de colofón, el filósofo Byung-Chul Han, en su último libro ‘La desaparición de los rituales’, argumenta que los ritos son “acciones simbólicas; transmiten y representan aquellos valores y órdenes que mantienen cohesionada una comunidad (…), haciendo que la vida resulte festiva y no una mera supervivencia (…). Donde no se celebran rituales, como dispositivos protectores, la vida está totalmente desprotegida”.