La voz de Hind

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‘La voz de Hind’, de Kaouther Ben Hania
Reparto: Motaz Malhees, Saja Kilani, Amer Hlehel, Clara Khoury
89′, Túnez, 2025

‘Blue Moon’, de Richard Linklater
Reparto: Ethan Hawke, Margaret Qualley, Bobby Cannavale, Andrew Scott
100′ Estados Unidos, 2025

Esta semana traía a la cartelera dos películas que jugaban con una serie de elementos comunes, pero muy diferentes en cuanto a temática, lo que nos invita a un nuevo ejercicio de comparaciones muy interesante. Dos trabajos que, si bien difieren en su contexto cultural, en la época que retratan y hasta en el tamaño de su producción, nos ponen ante un mismo desafío, prueba de que el dinero no tiene tanto que ver en el éxito o el fracaso de una propuesta artística como la solidez de los ejes sobre los que va a sostener su desarrollo.

‘La voz de Hind’, tercer trabajo largo de ficción de la directora tunecina Kaouther Ben Hania, nos sitúa en Gaza, en el año 2024. Mientas las tropas israelíes asolan los barrios de la ciudad en una guerra sin cuartel, los voluntarios de la Media Luna Roja (la versión de la organización Cruz Roja en el mundo árabe) reciben la llamada angustiada de Hind, una niña de seis años que ha quedado atrapada en un coche bajo un fuego cruzado.

Hind es la única superviviente de una familia cuyos miembros han fallecido ya en el ataque. Desesperados, los voluntarios tendrán que poner todo su empeño para conseguir enviar una ambulancia para rescatarla. Sin embargo, la misión tropieza con una dificultad, pues primero tendrán que contar con el consentimiento del propio ejército israelí, responsable de garantizar un pasillo de seguridad que facilite la operación.

Si la cinta de Ben Hania nos llevaba a la más dramática actualidad, ‘Blue Moon’, última pieza del prolífico Richard Linklater, nos acompaña al Nueva York de los años cuarenta del siglo pasado. Cuenta Linklater en esta producción (a la espera de que estrene la ansiada ‘Nouvelle Vague’, realizada este mismo año) los últimos días del letrista estadounidense Lorenz Hart, figura conocida por ser el coautor de canciones como la que da título a la película o ‘Funny Valantine’, entre las más de 1.000 composiciones que llegó a escribir a lo largo de su carrera.

Fotograma de ‘Blue Moon’, de Richard Linklater.

Tras un breve prólogo en el que somos testigos de su prematura muerte a la edad de 47 años, la cinta nos lleva unos meses atrás. Es la noche del estreno del musical teatral ‘¡Oklahoma!’. Antes de acabar la función, Lorenz se retira de su palco y se dirige al hotel donde se va a celebrar la fiesta en honor al compositor Richard Rodgers, su antigua pareja creativa y autor de la música de la obra, y Oscar Hammerstein, nuevo letrista y colaborador de Richard.

Desde el primer momento, Lorenz se muestra a disgusto ante esta situación. La obra de Rogers y Hammerstein le ha parecido muy mala. Pero quizá lo que le tiene realmente alterado responde a otras razones relacionadas con su propia frustración ante el éxito de su antiguo compañero, al que él mismo aupó al estrellato y que ahora considera que lo ha dejado en la estacada.

A pesar de tratar temas tan distintos, ambas películas están emparentadas por una característica común, pues las dos hacen discurrir sus respectivas tramas en un mismo y único escenario: las oficinas de la Media Luna Roja, en el caso de la película de Ben Hania, y el bar del hotel donde se va a celebrar la fiesta, en el caso de Linklater.

Esta circunstancia nos lleva al primer reto al que se van a enfrentar ambos directores y que está relacionado con la construcción del espacio narrativo. En este sentido, los dos autores demuestran gran solvencia a la hora de aprovechar dichos espacios para construir una narración ágil frente al estatismo al que los abocaba la acción.

Unidad espacial y de acción que enfrenta a los dos directores a la segunda de las incógnitas que tenían que superar: mantener en el tiempo una tensión dramática que sostuviera el relato. Y aquí, en principio, Kaouther Ben Hania podría parecer que lo tenía algo más fácil.

La cinta de Ben Hania se apoya sobre dos elementos: la posibilidad de sacar a Hind del atolladero en el que se encuentra y el impactante uso de las voces originales de las llamadas telefónicas que se produjeron en su momento entre los voluntarios de la Media Luna Roja y la niña.

Fotograma de ‘La voz de Hind’, de Kaouther Ben Hania.

Sin embargo, Kaouther Ben Hania no logra mantener el debido interés ante un conflicto cuyo desarrollo sentimos que se acaba en los primeros compases de la película. Planteada la premisa inicial, la directora tunecina coloca a lo largo de su libreto una serie de obstáculos que se van a interponer al feliz desenlace de la situación, pero esta inserción resulta tan evidente que no logran implicar al espectador, rompiendo la necesaria verosimilitud, sacándonos de la pantalla.

Una imposición que incide también en el empleo de las voces originales, cuyo esperado impacto quedará acolchado por la propia dinámica ficcional de la película. Por muy reales que sean estas voces, por muy duras que sean las situaciones que nos describen, insertadas en el discurrir dramatizado de los hechos pierden toda su potencia documental, que queda finalmente neutralizada.

Más hábil se muestra la propuesta de Linklater en este apartado gracias a la inclusión de una serie de subtramas que van a enriquecer su historia. Además de afrontar su rivalidad con Richard, Lorenz espera poder seducir esa noche a Elizabeth, una joven aspirante a actriz de la que se ha enamorado y con la que desea iniciar una relación. Linklater demuestra tener más pericia a la hora de fraccionar los hechos y alentar con ello las expectativas del espectador, construyendo un relato mucho más dinámico que en el caso de Ben Hania.

Dos estructuras narrativas similares que anclaban su supervivencia en otro elemento esencial: la construcción de personajes. Y aquí la cinta de la tunecina expone también sus debilidades. Personajes que, en su caso, no tienen cualidades psicológicas, sino que responden a categorías estáticas, más condicionadas por la supuesta función que van a cumplir en los sucesos o temas que Ben Hania quiere abordar que por su propia lógica racional.

El relato no parte, pues, de ellos mismos, de su propia situación ante el mundo o los problemas que van a afrontar, sino que ellos van detrás de las intenciones de la directora, de aquello que quiere revelar, lo que los convierte en figuras de nuevo rígidas, distanciándonos emocionalmente de sus conflictos.

Camino inverso el que toma Linklater en su propuesta. El director de ‘Antes del amanecer’ pone toda su fe en su personaje protagonista, del que no revela sus cartas en un primer momento, dejando que sea él quien choque con los dilemas que se van a cruzar en el camino, que sea quien descubra con nosotros aquello que no sabe, incluso, de sí mismo.

Será de ahí, de esa confrontación, de donde surgirán aquellas cuestiones que trascienden su caso particular. Ayuda a este propósito la intervención de un reparto de actores que perciben con perspicacia esos matices que dan volumen a sus personajes, liderados por un Ethan Hawke que, efectos digitales al margen, caracteriza a un poliédrico Lorenz Hart. No es lo que vemos por fuera, es lo que se mueve por dentro.

Kaouther Ben Hania afronta en ‘La voz de HInd’ dos cuestiones ciertamente trascendentes. La primera de ellas nos remite al propio conflicto bélico. Sin duda, la reciente guerra de Gaza se ha convertido en uno de los sucesos políticos y humanitarios más dramáticos de los últimos tiempos.

La otra cuestión apunta a un dilema muy humano que aquí se convierte en centro de la propuesta. Nada más conocer la situación a la que se enfrentan, el equipo de atención de la Luna Roja tendrá que resolver la disyuntiva entre la imperiosa necesidad de intervenir en el terreno de batalla para salvar a la niña antes de que la alcance un disparo, y los protocolos de seguridad que frenarán la operación.

Ben Hania quiere ponernos en esa tierra de nadie en la que confronta, de un lado, las emociones de unos frente a la profesionalidad de la otra parte del equipo. Y es que aventurarse a una acción precipitada puede llevarnos a un problema mayor. Sin embargo, como decimos, ambas líneas dramáticas se diluyen por una construcción argumental que expone pronto sus cartas, lo que hace que la cinta se estanque, alargando hasta los créditos finales lo que reclama su inmediata solución, puesto que no queda mucho más por descubrir.

Linklater, por su parte, sabe ocultar su estrategia, pasando poco a poco de lo particular a lo universal. Así, el conflicto entre Lorenz y Richard deviene en algo más que un mero enfrentamiento de egos. Con ‘Blue Moon’, Linklater nos propone una reflexión sobre la confrontación entre éxito y fracaso en el mundo del espectáculo.

La cinta se sitúa en la época dorada del musical de Broadway, pero bien podría traerse a nuestros días. Éxito o fracaso que se lleva la vida de muchas personas talentosas que no consiguen superar la presión de un mundo que no deja de estar sujeto a las necesidades de rentabilidad, lo que nos lleva a una nueva confrontación entre arte y entretenimiento, guerra en la que los verdaderos espíritus inquietos tienen todas las de perder.

Lorenz lamenta que Richard se haya entregado a realizar un teatro facilón que renuncie a exponer las verdaderas complejidades del alma humana, sus permanentes contradicciones, y cumplir, con ello, la función del verdadero artista como ese espíritu en permanente estado de inquietud cuya primera obligación pasa por convertirse en esa conciencia molesta que mira a la sociedad con ojo siempre desafiante. Su misión no es la de adular al espectador, sino ponerlo en una situación incómoda que lo obligue a salir de sí mismo, dando visibilidad a sus pecados.

Un alma inquieta que, en el caso de Lorenz, se acabará también enfrentando a sus propias fantasías y esperanzas, a sus fantasmas de los que será igualmente víctima y que nos remite a la confrontación entre belleza y fealdad (Lorenz Hart era un hombre enjuto y sexualmente acomplejado). Esa es la complejidad de la película. Todos nos engañamos de un modo u otro.

Dos propuestas muy similares en su arquitectura, pero distintas en su ejecución, lo que nos lleva a la confrontación entre realidad y ficción. Resulta curioso las distintas formas de puesta en escena que plantean ambos proyectos. Siendo que las dos historias se basan en hechos reales, estos cobran cuerpo dramático con mayor éxito según se alejan formalmente de esa misma realidad.

Así, Kaouther Ben Hania recurre a la cámara en mano y una iluminación más naturalista como apoyo para acercar su propuesta a un estilo documental del que es deudora buena parte de su primera filmografía, lo que supongo que imaginaba que daría más dinamismo y, por lo tanto, veracidad, a su historia.

Por su parte, Linklater recurre a una planificación más clásica, lo que, en principio, nos acercaría a una dinámica que nos distanciaría de esa intención de veracidad. Sin embargo, los mecanismos de la ficción provocan el efecto contrario, revelando como artificio lo que parece más próximo a esa realidad documental y sumergiéndonos en una verdad más emocional e inmersiva cuando se apoya abiertamente en el artificio.

Cierto es que a la cinta de Linklater le pesan un exceso de texto en un trabajo que deposita todo su peso en unos diálogos que no dejan un segundo de respiro. Pero si atendemos a las palabras y nos dejamos llevar por la curiosidad, logra que entremos en la historia. No estamos ante una de las mejores cintas de su filmografía, pero sí ofrece una pieza sugerente y, cuanto menos, entretenida.

En el caso de la obra de Ben Hania, sucede al revés. Será solo al final, cuando el aparato ficcional deje paso a las imágenes de los sucesos reales, cuando aparece por un breve momento esa verdad que no logra articular a lo largo de la narración. Ben Hania considera que basta con la implicación previa del espectador ante un conflicto que ha despertado la solidaridad internacional para tener una historia.

Y no es así, al contrario. Será precisamente el recurso a la puesta en escena de ficción lo que tumbe ese lado pretendidamente pulsional de su película. En opinión de este cronista, una buena oportunidad perdida. Más Hitchcock y menos Prozac, podríamos decir.

La voz de Hind
Fotograma de ‘La voz de Hind’, de Kaouther Ben Hania.