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Homenaje conmemorativo
Wim Wenders (1945): ‘Paris, Texas’
David Lynch (1946-2025): ‘Carretera perdida’
Este artículo estaba pensado, en un primer momento, a modo de ceremonia por el octogésimo aniversario del nacimiento del director alemán, Wim Wenders (Dusseldorf, 14 de agosto de 1945). Sin embargo, al iniciar la escritura, en mi mente resonó el nombre de otro de los grandes directores de la historia del cine, David Lynch (Montana, 20 de enero de 1946, un año después de Wenders), fallecido este pasado 15 de enero en Los Ángeles.
De manera que estas líneas pretenden ser un homenaje a ambos directores. Un espacio celebratorio y póstumo: la conmemoración de los ochenta años del nacimiento de Wenders y el recuerdo de Lynch, cuando está a punto de cumplirse un año de su muerte.
A pesar de las diferencias geográficas –Alemania y Estados Unidos– y estilísticas –el existencialismo errante de Wenders frente al surrealismo aterciopelado de Lynch–, ambos comparten una mirada poética para reflejar lo incognoscible de la psique humana fusionándose metafórica y metonímicamente con lo insondable de la naturaleza y lo ineluctable de la urbe.

Un rasgo narrativo y pictórico que se puede apreciar en la cinematografía de Wenders en títulos como, entre otros, ‘Alicia en las ciudades’ (1974), ‘El cielo sobre Berlín’ (1987), o en ‘Perfect Days’ (2023); y, en la filmografía de Lynch, en películas como ‘Cabeza Borradora’ (1977), ‘Corazón Salvaje’ (1990), ‘Mulholland Drive’ (2001), o la popular serie ‘Twins Peaks’ (1992).
Este reconocimiento al quehacer cinematográfico de ambos directores da pie a una reflexión comparativa de dos de las películas más emblemáticas de sus respectivas filmografías: ‘Paris, Texas’ (1984), del cineasta alemán, y ‘Carretera perdida’ (1997) del norteamericano.
Más allá de las divergencias estéticas a nivel lumínico y sonoro entre ‘Paris, Texas’ y ‘Carretera perdida’ (título original, ‘Lost Highway’) –el sofocante azul del cielo diurno del desierto y los chirriantes acordes de guitarra de Ry Cooder frente al gélido cielo nocturno del desierto y la onírica banda sonora de Angelo Badalamenti–, en ambas películas reverberan esas vías ferroviarias y autopistas que se pierden en la inmensidad desértica a modo de eco de la desolación que atormenta a sus protagonistas.

Esas autopistas, esas vías ferroviarias, esos moteles, esos pueblos en apariencia deshabitados, esa ciudad de Los Ángeles, esos burdeles, que conquistan polvorientamente el árido y vasto desierto de California y de Texas, no son sólo escenarios del hiperreal paisaje americano, como podría describir Jean Baudrillard en su libro ‘America’, sino que actúan como fantasmagóricas metáforas: por una parte, de la soledad melancólica de Travis (Harry Dean Stanton) en ‘Paris, Texas’ y, por otra, del desquicio psicótico del doble personaje Fred Madison (Bill Pullman)/Pete Dayton (Balthazar Getty), en ‘Carretera Perdida’.
Soledad melancólica en Travis, desquicio psicótico en Fred Madison/Pete Dayton, ambos causados por el arrebato, tan apasionado como exaltado, que sienten ante el cuerpo y el espíritu de sus respectivas mujeres: Jane (Nastassja Kinski) y Renee/Alice (Patricia Arquette). Ambos personajes sufren locura de amor que les provoca unos celos incontrolables, por patológicos, hasta enajenar sus cuerpos y sus mentes.

Es esta misma desoladora tristeza interna lo que se manifiesta físicamente en el arranque de ‘Paris, Texas’, probablemente, uno de los inicios más abrasadores de la historia del cine. Travis deambula, acechado por los buitres, por el desierto de Big Bend del estado de Texas, hasta llegar sediento y ardoroso al pueblo de Terlingua –fronterizo con México–, donde cae desfallecido. Su caminar, errático e incesante, es el rastro físico de la desesperación de este hombre sin identidad, sin palabra, sin memoria.
De manera simétrica, en la obra de David Lynch, ‘Carretera perdida’, la manifestación de la mente fragmentada encuentra su reverberación en el cierre de la narración, pues la película tiene uno de los finales más desgarradores de la filmografía del director.

Fred Madison, perseguido por la policía, conduce rápidamente, sin límite, por una de esas carreteras, o freeways, literalmente, perdidas del desierto californiano. Su conducción vacua es el vestigio de la disipación del ser de este hombre, cuyo grito ensordecedor –a modo de la pintura ‘El grito’ de Edvard Munch– refleja su infinita angustia.
Las freeways de ‘Paris, Texas’ y ‘Carretera perdida’ reflejan, como diría el filósofo Jean Baudrillard, “el placer de la desaparición (…) sin venir de ninguna parte ni ir a ninguna parte”; se podría pensar que estas freeways se orientan al modo de cinta de Moebius, esto es, matemáticamente no orientable, al igual que la estructura temporal y espacial de la narración de Lynch.
En ellas, en esas carreteras perdidas, Travis y Fred Madison/Pete Dayton encuentran el espacio ideal para abismarse en el vacío de la existencia, el primero, y en un colapso psíquico, el segundo, pesadumbres ligadas a la irrefrenable y obsesiva fascinación que ejerce sobre ellos la figura femenina; la imagen idealizada de la mujer amada, Jane y Renee/Alice, respectivamente.
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