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‘Bugonia’, de Yorgos Lánthimos
Guion: Will Tracy, Jang Joon-hwan
Reparto: Emma Stone, Jesse Plemons, Aidan Delbis, Stavros Halkias, Alicia Silverstone
Música: Jerskin Fendrix
Fotografía: Robbie Ryan
Irlanda, 2025, 118 min.
Ante la aparente retirada del cine del austriaco Michael Haneke, el griego Yorgos Lánthimos se ha convertido en una de las voces más destacadas de esa mala conciencia que parece sobrevolar al menos sobre una parte de nuestra contemporaneidad.
Salvando las diferencias estilísticas y de tono, la obra de Lánthimos se ha caracterizado, como la de Haneke, por tratar de llevar al espectador a ese lugar donde quizá no quiera ir, no solo por la dureza de las imágenes o los sucesos que muestra en sus películas, sino porque teme que, al final de ese camino, acabe por tropezarse con su propia imagen. Y es que hay días en los que puede no haber nada más perturbador que mirarte en un espejo.
‘Bugonia’, último trabajo del director griego, nos presenta a Teddy y Don, dos primos que viven en una casa apartada entre bosques donde, al margen de sus trabajos ordinarios, se dedican al cuidado de un colmenar de abejas. Pero su interés por estos insectos no tiene tanto que ver con la apicultura como con el estudio de sus cambios de comportamiento, indicio, sostiene Teddy, de una serie de fuerzas que están perturbando a la naturaleza hasta amenazar el futuro de la humanidad.
Entre estas fuerzas se encuentra una raza alienígena procedente de la galaxia de Andrómeda que lleva realizando experimentos con la especie humana desde el comienzo de su andadura en la Tierra. Para salvarnos de su yugo y del fatal destino que nos espera, Teddy y Don planean secuestrar a Michelle, CEO de una importante empresa de biotecnología responsable de esos cambios de conducta en las abejas y representante en nuestro mundo del emperador de dicha raza con el que pretenden negociar nuestra salvación.
Con este traje, Yorgos Lánthimos y su guionista Will Tracy abordan esta adaptación de la cinta coreana ‘Salvar el planeta Tierra’ de Jang Joon-hwan, excusa para elaborar una ácida alegoría sobre las relaciones de poder en el mismo centro del capitalismo financiero. La película nos remite, así, a una implacable confrontación entre dos bandos.

A un lado tenemos a Michelle, cabeza visible de ese entramado industrial-opresor cuyo único objetivo es preservar las condiciones apropiadas para garantizar el buen avance del negocio. La imagen exterior es importante y a ella se entrega Michelle desde el mismo momento en que se levanta cada día de la cama.
Tras tomar un desayuno rico en nutrientes, Michelle hace sus ejercicios en un ambiente de control aséptico y alta tecnología en las dependencias de su exclusiva propiedad, otro espacio al margen, aparentemente protegida del resto de seres humanos.
Más tarde, coge su coche de alta gama y se dirige a su oficina donde, desde el momento en que entra por la puerta, comprendemos que, a pesar de las apariencias, su relación con los empleados no es precisamente de afecto mutuo. Y aquí el tándem Lánthimos-Tracy lanza el primero de sus dardos.
Esa mañana, Michelle va a poner en marcha un plan para todos los trabajadores de la empresa que permita acotar las horas extras acabando la jornada de trabajo a las cinco de la tarde con el propósito, parece, de facilitar la conciliación. Sin embargo, según Michelle va comunicando este objetivo a sus trabajadores, vamos viendo que su oferta tiene una letra pequeña.
Desde luego que los trabajadores podrán acogerse al nuevo horario, pero esta dádiva de la dirección viene acompañada de una sugerencia que caerá sobre la “corresponsabilidad” de los trabajadores, que deben considerar por sí mismos la conveniencia de apuntarse a dicha medida si entienden (“libremente”, claro) que no han acabado su trabajo.

Con esta sencilla escena, Yorgos Lánthimos y Will Tracy establecen el perímetro de las relaciones de dependencia patrón-empleado dentro de la cultura empresarial contemporánea en la que el chantaje emocional, la amenaza velada (al posible despido y, por lo tanto, al desempleo si no se cumplen con los verdaderos deseos del que paga tu salario) sirve como moneda de cambio y mecanismo de extorsión.
La modernidad está llena de trampas que permiten sortear la ley y los derechos sociales más básicos sin ensuciarse las manos, un ejercicio de greenwashing, una lavada de cara que esconde las mismas formas de explotación de toda la vida, pura mercadotecnia bañada de retórica de buenas intenciones que oculta quizá formas todavía más sibilinas de sometimiento. Pero ahí no termina el asunto.
En este contexto en el que lo único que parece contar es el balance de resultados, el ciudadano ha quedado reducido a una mera cobaya a merced de las grandes corporaciones. Según avanza la cinta, descubrimos que en el trasfondo de este extraño secuestro se encuentra la madre de Teddy, una mujer atada desde hace años a un sistema de respiración artificial del que depende después de caer en un profundo coma tras ser sometida a uno de los tratamientos experimentales comercializados por la empresa de Michelle.
De nuevo la mentira o la sospecha de la manipulación se ciernen sobre el individuo corriente, representado en este caso por Teddy, un hombre indefenso ante un poder que sortea su responsabilidad por medio de mecanismos de seducción y engaño ciertamente maquiavélicos.

Sujeto común que es visto por dichas corporaciones como las abejas que cuida Teddy y Ron, un número que sirve al engranaje del sistema (curiosamente, Teddy trabaja como operario en la cadena de producción de la empresa que dirige Michelle en compensación por el daño infligido a su madre, lo que implica un doble beneficio), pero cuyo valor real es insignificante.
Tras el secuestro, Teddy encierra a Michelle en el sótano de su casa. Empieza así entre ambos una confrontación dialéctica en la que Teddy intenta presentarse como nuevo elemento dominante en la relación. Pero todo es pura fantasía. Así, en un momento dado y tras varios intentos infructuosos, Michelle consigue escaparse de sus ataduras, logrando someter físicamente a Teddy después de una pelea.
Vueltas las tornas temporalmente a su orden “natural”, Michelle abandonará la máscara conciliadora que ha tratado de mantener, claramente interesada para provocar la conmiseración de sus captores, para dejar las cosas claras: “Tú eres un perdedor y yo soy una ganadora”, le dice a un Teddy que se encuentra de nuevo a su merced. No hay una forma más aterradora de describirlo.
En el otro bando, tenemos al propio Teddy y a su primo Don. En esta parte, se ha querido ver ‘Bugonia’ como una parodia de los esos movimientos “conspiranoicos” que con tanta profusión parece que se han extendido desde la irrupción de internet y las redes sociales. Teddy debe obligar a Michelle para que lo ponga en contacto con el emperador de los andromedanos con el propósito de convencerle de perdonar a la humanidad antes de que se produzca el gran cataclismo vaticinado durante un próximo eclipse de luna previsto a pocos días vista. De dónde le viene a Teddy esta idea, no lo sabemos, pero él vive dominado obsesivamente por ella.
Llegados a este extremo, podríamos pensar que Lánthimos va a aprovechar la ocasión que le brinda esta premisa argumental para incurrir en una mordaz sátira hacia este tipo de movimientos y la cultura digital. Sin embargo, el autor de ‘Canino’ se va mostrar aquí profundamente compasivo con sus personajes.

Contrariamente a ciertas tendencias de opinión, para Lánthimos, Teddy y Don no son dos enajenados manipulados por oscuras fuerzas que se ocultan en las sombras de internet, sino dos víctimas que sobreviven como pueden ante un mundo que los considera poco más que un objeto.
Entre las muchas declaraciones hechas tanto por el director como por el reparto de la película, se ha insistido en describir ‘Bugonia’ como una especie de comedia surrealista, pero si bien el humor ha sido una de las marcas del cine de Lanthimos, en este caso, estando presente, queda amortiguado por la violencia que muestra en algunas de sus muchas secuencias.
Pero, aparte del derroche de hemoglobina que exhiben estos pasajes, sin duda la mayor violencia procede de esa sensación de indefensión que acompaña a Teddy y Don durante todo el relato y que proviene de esa misma condición de perdedores que les señala cruelmente Michelle.
Al principio de la cinta, Teddy nos puede parecer un demente, pero según vamos avanzando y se van abriendo a nuestra percepción esas relaciones de poder a las que nos referimos, descubriremos que ese estado de demencia no es sino una reacción ante un mundo que lo ha condenado al más radical ostracismo.
Teddy y Don son, en el fondo, dos parias para quienes perder la cabeza es quizá, en este caso, la única manera de protegerse de tanta ignominia o, desde otro punto de vista, mantener la cordura ante un mundo que la ha perdido por completo.
Siendo que ‘Bugonia’ no se encuentra entre los más destacables trabajos de Yorgos Lánthimos, debemos celebrar esta nueva propuesta en su carrera como una oportunidad más de disfrutar de su capacidad para manejar las herramientas del cine. Contada la historia como lo hemos hecho hasta aquí, podríamos quizá esperar una película excesivamente amarrada al texto literario que la sostiene. Pero no es el caso.
De hecho, si Lánthimos logra mantener el interés del espectador sobre esta historia se debe al tratamiento de imagen y, sobre todo, de sonido con los que filtra el libreto de Will Tracy.
Los muchos juegos de puntos de vista (ese plano de Jesse Plemons en contrapicado mientras rueda desesperadamente por las carretera en su destartalada bicicleta), el uso de angulares, más discreto que en otras ocasiones, pero igualmente presente a la hora de describir la relación entre espacios y personajes, el empleo del montaje en el brusco paso entre escenas y, sobre todo, la impactante música del británico Jerskin Fendrix en su tercera colaboración juntos, son con frecuencia recursos más elocuentes dramáticamente que los hechos que empujan a la historia.
Dicho todo esto, todavía cabrá, sin embargo, una última broma final que desmonte todas las posibles interpretaciones que hemos hecho sobre lo que pueda contar esta película. Es ahí, en ese momento final, cuando todo cobra sentido. Entonces nos daremos cuenta de que esta no es la historia de Teddy ni de Don, ni siquiera es la historia de Michelle. Es nuestra historia, la de los espectadores. Un juego de reflejos en el que Lánthimos y Tracy nos han manipulado de principio a fin.
Será ahí, al llegar los títulos de crédito, cuando toquemos el final de este camino propuesto por director y guionista y caigamos en la cuenta de que esa imagen que nos devuelve la pantalla es nuestra propia imagen.
Y es ahí también cuando comprenderemos que Lánthimos nos ha empujado de nuevo hacia ese lugar al que quizá no queríamos ir o al que nunca habríamos ido por voluntad propia, pero al que nos han acabado llevando, seducidos por el talento y las “malas artes” de ambos creadores.
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