#MAKMAEscena
Desayunos MAKMA en el IVAM
‘La cultura como necesidad’
Con Guillermo Arazo (Espai LaGranja) y Tatiana Clavel (La Mutant)
Entrevista de Merche Medina y Salva Torres
Fotografías: Fernando Ruiz
Institut Valencià d’Art Modern (IVAM)
Guillem de Castro 118, València
Guillermo Arazo y Tatiana Clavel, responsables de Espai LaGranja y La Mutant, respectivamente, viven el teatro como si fuera una segunda piel. O, por decirlo de otra forma: sienten a través del teatro que la piel se les eriza y deducen de ello que son teatro; que lo que ven y lo que sienten forma una larga cadena de representaciones tan ancestrales como vívidamente presentes.
Por eso no se cansan de repetir, a lo largo de la entrevista en esta nueva entrega de los Desayunos MAKMA en el IVAM, que la cultura y, por extensión, el teatro debe de ser algo transversal, llegando a todas las capas de la sociedad con el fin de fomentar el pensamiento crítico.
Un pensamiento crítico que tendría más que ver con la interrogación acerca de lo que vemos y sentimos, que con la respuesta inmediata habitualmente vinculada con la ideología como traje a medida. Pensamiento que, para ambos, huye de lo político sin dejar de ser parte de la política como polis, allí donde los ciudadanos se encuentran en una más fructífera dialéctica.
Dicen que tanto Espai LaGranja como La Mutant son espacios pensados “por y para la profesión, o sea, para el sector”, porque vienen a cubrir “una necesidad y un reclamo” por parte de todo un sector de las artes escénicas que carecía de tales espacios. También señalan que la gente se ha cansado de ver grabaciones y que lo que quiere son cosas que ocurran en directo: “El teatro es el evento vivo por excelencia”, resaltan.

Como el asunto central de estos Desayunos MAKMA en el IVAM es ‘La cultura como necesidad’, empezaremos por lo básico: ¿qué entendéis por cultura?
Tatiana Clavel (TC): Es un término muy amplio. No sé exactamente cómo la definiría, pero pienso que tiene que ser transversal, en el sentido de que tiene que ver con la educación, con el arte y que tiene que ver también con un pensamiento crítico y con la idea de preguntarnos continuamente. Entonces, para mí, muchas veces las preguntas son las que contestan a esa pregunta inicial.
Además, tiene relación con la manera en que dicha cultura se puede hacer transversal y accesible a todo el mundo. Creo que ahora también se está dando un impulso con los derechos culturales. Nos damos cuenta de que la cultura puede ser un poco como el arte, como el pensamiento, o sea, que está en muchos lugares, pero hay que saber cómo cuidarla, cómo hacerla accesible y cómo darle el lugar que merece.
Guillermo Arazo (GA): Acerca de los derechos culturales, se ha presentado recientemente un informe en el que se habla, precisamente, de cómo vincular aún más lo que es la sociedad y lo que es la educación; porque, al final, la educación es el primer eslabón de toda la cadena, de manera que hay que vincularla más a lo que es la cultura, al hecho cultural.
O sea, que hablar de cultura es hablar ahora un poco de esa transversalidad; que llegue a todas partes de la sociedad y que toda la sociedad pueda no solo disfrutar de la cultura, sino que pueda hacer cultura; que sean los propios colectivos participantes los hacedores de cultura. Ese estudio se ha organizado desde el Ministerio de Cultura y la verdad es que es muy interesante.
Pero, centrándonos ahora en la definición, ¿qué entiendes tú, Guillermo, por cultura?
GA: Bueno, es un poco lo que ya hemos dicho: cultura no es tanto dar respuestas como hacer preguntas. Necesitamos una ciudadanía crítica que piense, que se haga esas preguntas y se contesten ellos mismos; que no haya nadie desde una élite que le diga: “Esto es cultura y esto no es cultura”.
¿Consideráis, entonces, que es una necesidad?
GA: Totalmente. Para mí, sí, y para mucha gente yo creo que también, aunque desgraciadamente para otra mucha no entre en sus prioridades. Por eso, lo que tenemos que hacer los que estamos trabajando en la cultura es intentar cambiar esas prioridades y que la gente entienda que es una necesidad, como ir a comprar al supermercado.
Muchas veces, el primer eslabón de la cadena que está roto es el de la educación. Entonces, hay que incidir mucho más en esos espacios educativos, hablar de lo que es el hecho cultural en colegios, institutos.
TC: Sobre todo en el hecho de cómo entran las artes escénicas en la escuela, principalmente a través de las asignaturas que se imparten. Y las artes escénicas no tienen ahí, por ejemplo, un lugar, cuando es una parte fundamental de la cultura. A partir de la asignatura de Lengua, siempre tienes una aproximación a la literatura; a partir de la asignatura de Música, te acercas a la música, pero las artes escénicas, la danza y el teatro siempre quedan como marginadas a extraescolares.
GA: Nosotros, en este sentido, formamos parte de Red Media, que es una plataforma de intercambio de conocimientos sobre la experiencia de llevar, en este caso, las artes vivas a espacios de enseñanza, de formación.

Decía Wittgenstein que los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo. ¿La cultura vendría de alguna manera a ampliar esos límites?
GA: Claro, se trata de arriesgar, con el fin de ampliar esos límites. Yo aún me acuerdo, cuando La Mutant inauguró en su día con una pieza para institutos de [Vicent] Arlandis y Sandra [Gómez], lo que decía la gente: «Es que no sabíamos que esto era danza”. O sea, no sabían que la danza era eso. Y los chavales estaban emocionados.
TC: Eso tiene que ver con lo que hablamos de la accesibilidad y la cultura. Las artes vivas han trabajado siempre con ese pensamiento crítico acerca de cómo tú puedes hacer espejo al otro. Por ejemplo, la danza clásica o un teatro de declamación no es lo mismo que cuando tú te pones a jugar, o a generar metodologías de creación, o te pones a compartir procesos, porque, de repente, al que tienes enfrente lo haces participe ya del acto escénico, del acto creativo. Entonces, eso hace que la cultura sea como mucho más accesible y la gente la pueda ver no solo como espectador, sino que la interiorice como parte de ella.
GA: Es que nosotros en las artes vivas somos las artes indisciplinadas; las que rompen con las disciplinas. Por ejemplo, cuando en la escuela empiezas a leer el ‘Quijote’ o el ‘Lazarillo’, la gente abandona totalmente la lectura. Y con el hecho escénico pasa lo mismo: ver textos clásicos o un montaje escénico al uso tradicional, a muchos les echa para atrás.
Por eso el acercamiento a este tipo de propuestas, que son más de piel, más de la emoción, llegan mucho más también, favoreciendo que la gente se acerque a este tipo de disciplina e interesándose mucho más por el hecho escénico.
Tanto La Mutant como Espai LaGranja tienen un fuerte componente de apoyo al proceso de creación. ¿Cómo se equilibra esa necesidad de proteger la investigación y la experimentación, el lugar para equivocarse, con la expectativa de generar un producto que pueda ser exhibido y distribuido?
GA: Claro, claro. Ese es otro tema, porque ahora nos estamos replanteando también el hecho ese de la distribución, de la exhibición. Nosotros, en ambos espacios, experimentamos incluso con otras fórmulas. Es verdad que son espacios dedicados a la prueba y el error, pero ese crecimiento y esa evolución nosotros lo apoyamos y luego funciona.
Entonces, a lo mejor no es solamente actuar en el Teatre Principal, donde puedes hacerlo ocho veces al año y se ha acabado, ¿sabes? De manera que tienes que buscar otras fórmulas para que ese trabajo se mueva.
TC: Pero, realmente, yo creo que eso sí que ha pasado y que, gracias a proyectos como los nuestros, que apoyan eso, ahora existen programas de residencia y existen ayudas de investigación que hace unos años no existían como tal, porque eran ayudas a producción y gira.
Entonces, no significa que no vaya a haber un producto; lo que significa es que no puede haber un producto anual bueno sin que se generen espacios de experimentación, investigación y creación, y eso en la ciencia está muy claro.
Tú no puedes hacer así [chasqueo de dedos] y que las cosas aparezcan. Necesitas un trabajo y un apoyo económico detrás, y lugares que se presten a que tú estés ahí un tiempo investigando y fallando. Sin error no hay riesgo.
De hecho, si no arriesgas, haremos siempre teatro de texto, con las inquietudes que parece que siempre han funcionado, o historias de amor que apelan a la emoción, que también es lo que se espera. En este sentido, sí hemos dado un paso más, porque la institución pública es permeable a ese tipo de investigación.
Yo hago muchas cosas en La Mutant que están pensadas para 50 u 80 personas por el formato, y La Mutant, al ser polivalente, te permite hacer cosas en el foso, que eso es a cuatro bandas y ya no está pensado para ver en esa cuarta pared y en ese teatro convencional.
Luego intento hacer cosas que sean más multitudinarias, para que tampoco, al final, acuda una ciudadanía que siempre sea la misma; para no hacer una endogamia, intentamos que luego las programaciones sean plurales.

¿La institución pública no os exige ni os pide que tengáis más audiencia?
TC: Hay algo importante que decir. Creo que, tanto en LaGranja como en La Mutant, el sector está conforme con cómo se están haciendo las cosas, porque hay una comunicación continua. Son dos espacios a los que no se les está exigiendo que traigan más público o que hagan algo comercial que vaya a funcionar, sino que sean espacios para poder crecer como artistas y vinculados a lo que son las ayudas.
Porque, al final, tanto el Ayuntamiento como el IVC [Institut Valencià de Cultura] necesitan esos lugares de estreno, esos lugares de residencia, que también son los públicos, porque también sabemos que cuesta mucho mantener un espacio abierto. Los espacios privados no les permiten a los artistas residentes trabajar con las condiciones que lo puede hacer un espacio público.
¿Habéis implementado alguna estrategia concreta para fidelizar a esa comunidad de las artes vivas?
TC: Esa comunidad nosotros la tenemos superfidelizada, porque era una necesidad que no se estaba cubriendo. Las alianzas que hemos generado son entre gestores. O sea, La Mutant puede hacer unas cosas y LaGranja otras, pero, aunque seamos administraciones distintas, sí que trabajamos desde la investigación, la experimentación y la presencia del cuerpo. No hay tanta presencia a lo mejor del texto o del circo, aunque luego claro que absorbemos otras cosas.
GA: Somos un espacio que es por y para la profesión, o sea, para el sector, porque era una necesidad y un reclamo por parte de todo el sector tener un espacio así, que no tenían: un espacio de residencias, de formación y que se crea en LaGranja con esa base.
A partir de ahí, nosotros trabajamos con La Mutant porque, precisamente, hay una empatía con respecto al tipo de programación. Además, mucha gente del sector es asidua a La Mutant, pero ella también se amplía a otras partes de la sociedad.
De hecho, hay espectáculos nuevos que vienen a La Mutant después de haber estado trabajando en los laboratorios de las distintas residencias que tenemos nosotros en LaGranja. También propuestas nuestras pasan a otros festivales: Dansa València coge muchas de nuestras propuestas también, pero es porque nosotros abrimos una línea a la sociedad con este tipo de trabajo de mediación, de acercamiento de la danza a otros tipos de colectivos, aunque la base es sector puro y duro.
¿Creéis que el teatro es una herramienta de transformación social? Y, de ser así, ¿qué es lo que se pretende transformar?
TC: Yo creo que la base de todo es educar personas que sean críticas y no críticas desde la ideología, sino desde las formas de hacer también. Porque, para mí, la cultura y el arte son políticos, pero no dentro de la política, sino con los hechos o con las prácticas. Entonces, trabajar desde otro lugar, desde otras metodologías y desde otras prácticas, ya te hace crítico.
Eso nosotros lo hacemos con los programas de mediación. Por ejemplo, cuando un artista llega a un colegio, retira todas las mesas, construye un invernadero, trae cuatro plantas y empieza a sugerir cómo pensarían las plantas, pues ya está cuestionando cómo piensan los alumnos, abriéndose un debate y sacándolos de sus rutinas habituales.
GA: Tuvimos, gracias a la Red Media en la que trabajamos, una actividad de Joaquín Collado en el que trabajaba sobre la idea de la vergüenza que tienen los chavales en clase de hablar en público, por ejemplo. No solamente de hablar en público, sino el sentido del propio sentimiento de vergüenza, en relación con su cuerpo, con la imagen.
TC: Joaquín Collado hablaba de género, hablaba de inclusión, pero no desde el lenguaje, sino desde las acciones. Entonces, de repente, tú entras ahí y no estás cuestionando la diversidad del aula, sino que va apareciendo a través del cuerpo, porque él trabaja con cuerpos monstruosos utilizando mochilas, ropa. Y, de esta manera, todos los cuerpos eran distintos.
¿Y qué pasa cuando se trabaja con cuerpos distintos? ¿Qué debate se genera después de esa práctica? ¿Somos todos iguales, somos distintos? ¿Dónde está la importancia de la igualdad? ¿Eres hombre o eres mujer cuando te pones una mochila delante y una detrás? Y todo ello siempre acompañado no tanto de un coloquio, como de una reflexión profunda de los conceptos que se están trabajando, intentando que ellos se hagan preguntas.

En este sentido, decía Ionesco que si el teatro servía para algo era para enseñar a la gente que hay actividades que no sirven para nada, pero que es imprescindible que las haya.
TC: Bueno, yo creo que, en esta época que vivimos, la productividad se tiene que cuestionar, que es un poco también lo que estábamos hablando. Lo que pasa es que el teatro también se ha convertido en industria. Entonces, con eso es con lo que hay que tener cuidado. Tiene que haber cosas que, efectivamente, no sean producto, que no sirvan para nada y que tengan que ver con estar en el presente.
GA: Claro, nosotros necesitamos periodos para trabajar, para investigar y, en este sentido, tanto La Mutant como LaGranja lo que hacen es ceder, o sea, dar ese espacio y darle esos cuidados a la investigación.
¿Y cómo se fusiona esa parte creativa con la relacionada con la industria?
TC: La industria también está cambiando en el sector del que nosotros hablamos. Son circuitos que son diferentes; en nuestro caso, más pequeños, pero yo soy amante de lo pequeño. Nosotros lo que ahora también estamos intentando es que la gente que está haciendo cosas en València, y que son interesantes, a través de nuestras relaciones y de los circuitos que nosotros sentimos que son los adecuados, a lo mejor esa gente no va a tener un circuito de 200 bolos, pero sí, acompañado, puede tener un circuito de 20 o 25 y, sobre todo, una ventana a la internacionalización.
La investigación siempre ha estado presente y piezas que son minoritarias tienen un montón de espacios donde se pueden llevar a cabo.
GA: Y ahora también hay un circuito de residencias en los que ellos pueden seguir ampliando su labor, con apoyo económico para que pueda continuar trabajando esa investigación. Y hemos incorporado, igualmente, los procesos de mediación en la escuela o en otros colectivos. Entonces, esa incorporación es también una salida, digámoslo así, como profesional para los creadores.
TC: La investigación y las residencias, por ejemplo, se han incorporado en las ayudas desde hace ya ocho años. De manera que tú, cuando aceptas una ayuda, tienes unas obligaciones y el político no te va a decir que tú no puedes acoger una residencia cuando las propias ayudas las ofrecen.
Hay que encontrar un equilibrio, porque esa es la línea que nos interesa, pero luego hay compañías valencianas que sí que van a tener un circuito mucho más amplio porque son más accesibles y también las apoyamos.
Igualmente, hay una demanda de gente joven hacia la música que desde mi plan también se cubre. O sea, que siempre hay que mantener ese equilibrio, en el que no solamente el sector, que a lo mejor estamos hablando de 200 personas, tenga ese espacio, porque al final es público, sino que sea accesible para todos.
El teatro siempre se ha visto amenazado, primero por el cine, después por la televisión y ahora por la irrupción de las plataformas. ¿Por qué sobrevive a todas ellas?
GA: Bueno, precisamente las propias plataformas están incorporando el evento en vivo, porque al final la gente ya se ha cansado de ver grabaciones y quiere cosas que ocurran en directo. Entonces, el teatro es el evento vivo por excelencia, y ahí siempre va a haber ese interés.
TC: Yo creo que el cuerpo cada vez va a tener un lugar mayor, pero también hay que escuchar en qué lugar hay que ponerlo, ¿no? Realmente, nosotros lanzamos un laboratorio y viene la gente, o sea, se llena mucho más rápido que una función al uso, porque la gente también lo que quiere es hacer, experimentar; volver a tu propio cuerpo, porque estamos también cada vez más metidos en esa pantalla.
Entonces, cuando de repente propones una actividad que tiene que ver con colocarte tú en el lugar, las plazas desaparecen. Sentir el cuerpo y volver al cuerpo, pienso que, en esta época que nos ha tocado vivir, va a ser fundamental.

¿Cómo implementáis la Ley de Mecenazgo (si es que tenéis ocasión de hacerlo) en vuestras competencias como espacio público?
GA: Yo tengo un presupuesto cerrado y ya está. Y a lo mejor para implementar esa Ley de Mecenazgo falta el personal necesario en las distintas instituciones. Yo, de hecho, desconocía que existiera esa ley. En todo caso, si esa ley existe y no se implementa, quizás lo que haya es un problema de comunicación. Pero, bueno, nosotros hablamos más de contenidos que de gestión.
TC: Sí, hablamos de cosas como generar alguna gira internacional para compartir gastos o producciones de festivales que luego también tú acoges en tu espacio. O sea, relaciones para que los presupuestos cuadren y que haya apoyos a las artistas desde diferentes lugares.
Por último, ¿qué obra o qué autor os ha impactado más últimamente?
TC: Pues, a mí, los Serrucho. Salí, después de ver su actuación, conmovida. Hablan de la acumulación de imágenes hasta llevarte a un lugar de ansiedad, a un colapso. La pieza se llama ‘Fogonazo’, y acaba con esa idea del black out; no, white out.
Es una pieza compleja, difícil de ver, pero que a la vez te lleva a hacer un paralelismo claro con la sociedad en la que vives, desde la incomodidad, pero también desde el interés y de la realidad que estamos viviendo.
GA: Yo, por una vez, voy a hablar de una pieza más clásica, apartada de la vanguardia que trabajamos nosotros. Fue en Temporada Alta del año pasado: me refiero a Angélica Liddell. Se trata de una obra que dura nueve horas y que pensaba, uf, madre mía, nueve horas, esto no lo voy a aguantar. Y, luego, no me levanté del asiento. Me impactó todo: ella y el texto, en el que hace un entierro de ella misma. Y, en danza, Peeping Tom, compañía belga que viene ahora a València [los días 29 y 30 de noviembre en el Teatre Principal].

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