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‘Ayer pisó tu sombra un tigre’, de Íñigo Navarro
Comisaria: Begoña Torres
Museo Lázaro Galdiano
Serrano 122, Madrid
Hasta el 22 de noviembre de 2025
La pintura de Íñigo Navarro, que se expone en el Museo Lázaro Galdiano de Madrid, tiene una extraña viveza, algo que, con un poco de sutil aderezo, en este caso, podríamos calificar de quimérica. Una extraña viveza quimérica que atraviesa al espectador desde el poético título de la exposición, ‘Ayer pisó tu sombra un tigre’, y desde la sombría ambientación de la sala Pardo Bazán –que acoge las quince piezas de la exposición–, incluso antes de posar su mirada en la obra expuesta.
Más allá de esos dos aspectos externos pero influyentes en la lectura de los cuadros, es como si en ese hálito entre lo onírico y lo fantasmagórico que exhala la obra de Navarro convergiesen tres corrientes: una que viene de lejos, de la tradición pictórica española del Siglo de Oro; la segunda, de los sueños; y, la tercera, del hiperrealismo mágico.
De la primera, quedan los tonos cromáticos y lumínicos barrocos en las formas, en la materia, en las figuras y en el paisaje. Todo ello nos acerca a un mundo de ídolos representativos de ese Siglo de Oro; entre otros, al pintor Diego Velázquez o al escultor Gregorio Fernández, que resuenan con especial trino en los cuadros ‘Dos intrusos fuera de Beirut’ y ‘500 años de paseo por el parque’, y en la escultura ‘Lady Jetlag’ de madera policromada y bronce. El propio Navarro comenta en sus entrevistas que “si tuviese una máquina del tiempo, la utilizaría para ir a ver pintar a Velázquez”.

De la segunda, permanece el ámbito surreal, onírico, inquietante, que se manifiesta en la serie de figuras fantasmales levitando, titulada ‘Estatuas y fantasmas de plástico’, o en el cuadro ‘Si vuelo, mi reflejo se hunde’ –una de las pinturas, junto a la escultura ‘Lady Jetlag’, más emblemática de la exposición–, donde Navarro centra toda la extraña viveza quimérica en el cuerpo etéreo de una niña, vestida con ropa deportiva y con el rostro cubierto por el cabello, elevándose cadenciosamente sobre las aguas de un río de orillas de frondosa naturaleza, mientras su reflejo se hunde, tal y como indica el título de la obra.
Podríamos pensar que Navarro, desde esa mirada onírica, ofrece una imagen invertida de Ofelia, el personaje de la tragedia ‘Hamlet’, de Shakespeare. Esta Ofelia de Navarro trasciende su destino, alzándose sobre las aguas, al contrario de la Ofelia del dramaturgo inglés, o de la ‘Ofelia’ (1852) de John Everett Millais, con cuyo cuadro del autor prerrafaelista rima a nivel plástico con la obra de Íñigo Navarro.
De la tercera, se mantiene el gusto por una figuración de trazos realistas de los espacios, las personas y los objetos. Ahora bien, ese realismo es asaltado por elementos sorprendentes, disparatados –pelotas rojas, mascaras, capirotes, disfraces…–, que resquebrajan, con cierta ironía melancólica, la figuración objetiva de lo representado. Hiperrealismo mágico con resonancias de autores como el belga Michael Borremans y el alemán Neo Rauch, tal y como señala Begoña Torres, comisaria de la exposición y directora gerente del Museo Lázaro Galdiano.
A este respecto, Íñigo Navarro comenta en el texto de la exposición “que se propone devolver a la pintura figurativa su relevancia institucional. La mía es una figuración no convencional. Quiero que parezca nueva, generar atmósfera”. Se puede decir que los ecos de estas tres corrientes no se ensordecen los unos a los otros, sino que se fusionan como diálogos traslúcidos.

Ahora bien, si hay un pintor que resuena y vincula a estas tres corrientes es el genio de Francisco de Goya. La exposición ‘Ayer pisó tu sombra un tigre’ es un homenaje a Goya a través de su estampa ‘Modo de volar’ –número 13 de la serie ‘Disparates’, dibujada entre 1815-1816–. Hay que aclarar que, junto a las pinturas de Navarro, se expone el dibujo preparatorio a la estampa definitiva, con los mismos personajes y artilugios voladores, perteneciente a la colección del museo y adquirido por Lázaro Galdiano en 1928.
Íñigo Navarro explica las dos razones por las que ha escogido ligarse a la obra de Goya. La primera está relacionada, concretamente, con el dibujo ‘Modo de volar’: “Para mí es una gran inspiración. ‘Modo de volar’ se puede interpretar como un intento de conseguir algo imposible. Creo que las cosas imposibles parten de una vocación de fe: creer que vas a hacer algo grande en la pintura, o cualquier otro aspecto de la vida, es incompatible con el pensamiento lógico”.
Para Navarro, el vuelo, presente en su obra, le permite, como él mismo matiza, unir “poéticamente estas dos ideas: la realidad y el sueño. O, dicho de otra manera: la realidad o la trascendencia”.
Y la segunda razón tiene que ver con un acto de reivindicación. Navarro considera que a Goya, como a otros grandes pintores de la tradición española, se le está no solo olvidando, sino que, además, no se le reconoce su valía.
“Me parece ridículo pensar que los autores que yo amo, como Velázquez, Goya o Ribera, a estos clásicos se les empiece a mirar con condescendencia, como si hubiéramos hecho algo tan importante e interesante en el siglo XX que esa obra hubiese quedado obsoleta”.
Íñigo Navarro ha conseguido que las resonancias de esas corrientes y los ecos de la obra de Goya suenen armoniosamente expresando su personalidad. Y esto es lo interesante del arte de este autor: que, a esas expresiones artísticas de referencia, tan dispares en apariencia, ha sabido imponer una mirada personal, una fisionomía singular.
Es el suyo un mundo que emana efluvios surrealistas al intentar sobrepasar la lógica de la realidad impulsando lo ilógico y lo onírico. Navarro afirma que quiere, a través de su pintura, “representar un poco esa revisión del sueño, de lo onírico, que está presente, por supuesto, en la obra de Goya”.
A modo de colofón, diríamos que a veces lo onírico, en el universo pictórico de Navarro, queda impregnado por la ironía surgida de objetos disparatados y excéntricos, al estar fuera del orden lógico representado: por lo grotesco de las figuras espectrales y fantasmagóricas; por el aire melancólico procedente de los fondos difusos y silenciosos; por cierta viscosidad barroca y surrealista en la narración y el estilo de los paisajes, de las figuras, de los espacios, de la luz y del color.
Todos esos aspectos iconográficos pincelan la viveza quimérica de las obras de la exposición ‘Ayer pisó tu sombra un tigre’ con una pátina naíf, en el sentido de ingenua y lúdica, que le distancia del horror de la pesadilla representada en las estampas ‘Disparates’, de Francisco de Goya.

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