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‘La mort i la primavera’, de Mercè Rodoreda
Concepto artístico y dirección: Marcos Morau
Elenco: Maria Arnal, Lorena Nogal, Marina Rodríguez, Núria Navarra, Jon López, Shay Partush, Valentin Goniot, Ignacio Fizona Camargo y Fabio Calvisi
Una coproducción de La Biennale Di Venezia, La Veronal y el Teatre Nacional de Catalunya, en colaboración con el Centro Danza Matadero (Madrid)
19° Festival Internacional de Danza Contemporánea de Venecia
La Biennale Di Venezia 2025
Obra inaugural de la nueva temporada del Teatre Nacional de Catalunya (TNC)
24 de septiembre de 2025
Marcos Morau, director de La Veronal, presenta una versión de la enigmática, escalofriante e inacabada ‘La mort i la primavera’, de Mercè Rodoreda. Una obra que, aunque escrita hace más de cuarenta años, sigue resonando en un contexto contemporáneo marcado por la crisis, la opresión y la búsqueda de resistencia.
Estrenada en el Teatro Malibran durante el 19° Festival Internacional de Danza Contemporánea de Venecia, la obra explora la constante tensión entre la muerte y el renacimiento; un ciclo inquebrantable que, al igual que la primavera, siempre regresa.
‘La mort i la primavera’

La obra póstuma de Mercè Rodoreda ‘La mort i la primavera’, escrita entre 1976 y 1980, es perturbadora y compleja. Ha sido definida como una fábula sobre el mal y el totalitarismo. En ella la escritora catalana aborda temas como la dictadura, el exilio, la opresión y la maternidad, en una narrativa tan oscura como bella, tan enigmática como universal, tan rebelde como fatalista.
El universo que construye transita entre lo humano y lo sagrado, lo espiritual y lo animal, creando una obra que late tanto desde la tristeza y la rabia como desde la resistencia.
La obra de Rodoreda se presenta como una historia introspectiva y oscura, despiadada, que nos introduce en su propio universo, único y complejo. Es un libro profundamente íntimo, donde expresa su rabia ante un mundo que nos obliga a reflexionar sobre el dolor, la opresión y la resistencia de una mujer adelantada a su tiempo ante un contexto implacable. Se trata del personal relato de una autora adelantada a su tiempo, feminista sin saberlo y una de las voces más lúcidas de su generación.
La reinterpretación de Marcos Morau
El director valenciano reinterpreta la obra desde una lectura radicalmente contemporánea, estableciendo una profunda y reveladora alianza escénica entre música y danza. En su adaptación, crea un mundo distópico en el que ambas se entrelazan para formar una instalación potente y provocadora.
Seis bailarinas y bailarines, junto a la cantante y compositora Maria Arnal, no solo cantan y bailan, sino que también tocan una amplia variedad de instrumentos, dando forma a un universo que es tanto visual como sonoro.
La primavera, en esta propuesta, se presenta de manera oscura y mística, como una metáfora de la renovación que persiste incluso en la adversidad. En esa danza eterna entre muerte y renacimiento se teje un universo ambiguo, donde lo humano y lo sagrado, lo espiritual y lo animal, se entrelazan. Pase lo que pase, por malo que sea, la primavera siempre volverá, simbolizando la poesía de la vida misma: un regreso, un nuevo comienzo.
Así, si la muerte es fin y oscuridad, la primavera se entiende como floración y renacimiento. Una alegoría, en este caso, sobre la libertad creativa, el compromiso social y el arte como salvación y refugio, evidenciando que las cosas que cambian siguen vivas, mientras que, las que no, están muertas.
Todo ello en esta obra de atmósfera realmente opresiva y desoladora. Desde el principio, se apodera del espectador un tono de caos y desesperación, la sensación constante de incertidumbre. Todo parece desmoronarse, evocando una idea de deshumanización.
Una pieza sombría e implacable, que no ofrece respiro y mantiene una tensión constante hasta el final. Un trabajo laberíntico y poético, que refleja la complejidad del texto original explorando sus capas más profundas.
Para ello se despliega un imaginario iconográfico de ladridos inquietantes y amenazantes a la defensa del territorio; tambores que rompen el silencio con la violencia de una ráfaga de disparos; personajes asustados de primitivo comportamiento; campanas evocando la sensación de lo inevitable, lo ominoso, como si anunciasen una especie de condena interminable o la intensidad de la música de órgano que llena el espacio con una vibración que no solo se escucha, sino que se siente en el cuerpo.
Una atmósfera de desesperación en la que todo parece penetrar hasta lo más profundo, amplificando la sensación de lo oscuro mientras los personajes se arrastran, por momentos en estados alterados de conciencia. Cargan con el recuerdo de todo lo perdido, con los ecos de lo que no se pudo salvar, cual peso invisible, que no solo es físico, sino emocional, existencial. Y por eso, forjados ante las dificultades, parecen estar condenados a una existencia interminable, rodeados por un destino inevitable.
Experiencia inmersiva: muerte y primavera
La mort i la primavera
— La Veronal (@LaVeronal) July 29, 2025
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Morau, desde su compromiso personal, convierte esta pieza en una experiencia inmersiva donde la oscuridad de la obra de Rodoreda se traduce en una narrativa física y emocional que invita a la reflexión. Como afirma el director valenciano, muerte y primavera siempre han estado intrínsecamente relacionadas. Quizás sin una no podría existir la otra. Y he aquí esta dualidad y atracción entre ambas.
En cada trazo, en cada nota, hay una búsqueda, una respuesta a la vorágine que nos arrastra, un intento de dar sentido a lo irremediable, de encontrar un refugio en la fragilidad del ser. Una representación simbólica, cargada de metáforas, de atmósfera sombría y épica, con elementos que evocan sensaciones de dureza y determinación.
Con todo, el final marca el punto de ruptura. Es el momento en el que la danza se convierte en una experiencia completamente sensorial, un desbordamiento visceral que arrastra a un ritmo insostenible. Se convierte en huida frenética, un vehículo de liberación. Y el cuerpo vuelve a su lugar. Ese éxtasis, ese momento de gracia final, parece un acto de resistencia a la oscuridad total.
Pase lo que pase, siempre vuelve la primavera para recordarnos que la naturaleza es implacable. La primavera oscura encuentra entonces su sentido; sigue regresando, no es un ciclo que se reinicia sin más; es una reconfiguración del dolor, una aceptación de que el sufrimiento es también una forma de existencia, y en esa existencia, se puede encontrar la belleza, una posibilidad de lo que aún puede renacer.
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