Rosario Raro

#MAKMALibros
‘La novia de la paz’, de Rosario Raro
Premio Azorín de Novela 2025
Editorial Planeta, 2025

Hay escritores territoriales que ambientan sus historias en su propio entorno vital. Otros prefieren moverse en Macondos imaginarios, y también están los trotamundos que, con su mochila de palabras a la espalda, se trasladan a lugares remotos en busca de temas e inspiración.

Rosario Raro (Segorbe, Castellón, 1971) pertenece a esta estirpe migratoria. En sus libros nos ha llevado un par de veces a Canfranc, a Cuba, a Normandía… En su último título, ‘La novia de la paz‘ (Planeta, 2025), Premio Azorín de este año, ha reventado el cuentakilómetros en pos de una mujer extraordinaria y gran viajera, Emily Hobhouse.

Hija de un clérigo, a los 35 años, tras la muerte de su padre, emprendió una cruzada contra las atrocidades que cometieron los británicos en Sudáfrica en la segunda guerra de Transvaal, denunciando en sus artículos las condiciones inhumanas de decenas de campos de prisioneros donde se hacinaban las mujeres y los niños bóers.

Raro entrelaza su lucha de esta mujer infatigable con una historia imaginaria de amor y transformación y pequeñas pinceladas sobre la juventud de Gandhi. Un alegato a favor de la paz y de las segundas oportunidades que abarca tres continentes y se desarrolla a lo largo del año 1901.

¿Una novela pacifista o una novela de amor?

Una novela lo puede ser todo, pero, en el caso de esta historia, el amor es el gran contrapeso frente a la guerra a la manera del lema que mejor resumió la contracultura de los años 60: ‘Haz el amor y no la guerra’.

Lo que planteo con esta puesta en escena es una reflexión sobre lo perverso que resulta condenar, en el sentido judicial incluso, a alguien por amar y, en cambio, ensalzar la guerra con términos asociados a ella, como el honor o la gloria.

Es la razón de ser del personaje de Fiz, uno de los afectados por el escándalo de ‘El baile de los anfibios’, una fiesta de homosexuales clandestinos que sale a la luz con gran ruido mediático, pero también explica el comportamiento desencorsetado de las protagonistas.

Emily Hobhouse
Emily Hobhouse, protagonista de la novela ‘La novia de la paz’, de Rosario Raro.

La extraordinaria historia de Emily Hobhouse pedía a gritos ser novelada. ¿Cómo llegaste a conocerla?

Fue una serendipia, un hallazgo afortunado e inesperado mientras leía la correspondencia entre Gandhi y Tolstoi, cuya inspiradora obra ‘El reino de Dios está en vosotros’, que propugna el pacifismo activo, planea sobre esta historia. Antes de ponerme manos a la obra, no sabía nada de esta relación epistolar.

En una carta que el líder indio escribió desde la cárcel tiempo después, llamaba a Emily Hobhouse “la constructora de puentes”, en sentido simbólico, claro. Comencé a tirar del hilo y me encontré ante una mujer que había logrado encender la conciencia del mundo, movilizar a millones de personas de varios países y de la que, sin embargo, apenas se sabía nada.

Tenía todos los ingredientes para convertirla en personaje literario y rescatarla del mar del olvido. Podría describirla con muchas palabras, pero me quedo con su valentía, su obcecación, su sentido de la justicia y su humor.

Es enternecedor que una mujer tan espabilada y decidida como ella se dejara timar por un atractivo aventurero que le estafó todo su patrimonio con el pretexto de comprar una granja en México.

El amor no solo es ciego. Ella comenzó a vivir libremente a una edad muy avanzada tras pasar quince años enclaustrada, en sentido literal, porque vivía en una abadía donde su padre era rector. Cuando él murió, se puso el mundo por montera y comenzó su personal carpe diem. En un artículo publicado por la Universidad de México, he encontrado las causas este triste episodio de engaño y traición que Emily Hobhouse nunca llegó a conocer en vida.

¿Intercalar su historia con la de Karamchand, el personaje que resulta ser Gandhi, es una estrategia para acentuar el carácter pacifista del relato?

Quería mostrar a todos los protagonistas en estado metamórfico, mientras mutan hacia ser otros. Algo así como cambiar de piel o demostrar que siempre es posible recomenzar.

Este en concreto poco tiene que ver con el gran líder carismático en el que se convirtió tiempo después. Esa era la intención: que quien lea mi novela se quede perplejo con el descubrimiento. Algunos lectores me han dicho que, en el momento de la revelación, se les cayó el libro de las manos.

Excepto los tres últimos capítulos, la acción se desarrolla en 1901. ¿Por qué elegiste ese año en concreto?

Por el cambio de siglo. Ha muerto el gran personaje decimonónico, Oscar Wilde; ya se ha pasado del gas a la electricidad; de la era victoriana a la eduardiana. Un momento fascinante. La elección no fue producto del azar, pues ese trasfondo era esencial para la historia que quería contar.

Rosario Raro, autora de ‘La novia de la paz’ (Editorial Planeta). Imagen cortesía de la escritora.

La sombra siniestra del político y magnate Cecil Rhodes se cierne sobre la doliente África que Emily pretende dignificar. ¿Fue tan cruel y nefasto como ella lo presenta?

Tal era su megalomanía que quería construir una línea de ferrocarril que uniera El Cairo con Ciudad del Cabo: “La columna vertebral de hierro de África”, decía. Llamó a un país como él: Rhodesia. Pero lo que estaba detrás de todo —del imperialismo, del colonialismo, del supremacismo— era su empresa, De Beers Mining Company. Lo que realmente le importaba era la extracción de oro y diamantes del sur de África.  

Los personajes imaginarios, Shayna Orliens y Denys Olgivie, te sirven para representar lo que significaba en su época descubrir que tu marido es homosexual o ser desertor del ejército. Dos seres que viven un trauma y evolucionan profundamente.  De hecho, Denys llama a Shayna “crisálida”.

Así es, como dice ella: “Lo que las cicatrices muestran es que el dolor ha terminado” o “Tras una traición no hay mejor venganza que la felicidad”. Todos los personajes son fugitivos, todos huyen de algo o de alguien. Me interesaba mostrar ese tránsito.

La transformación más espectacular es la que experimenta el marido de Shayna, Fiz Reyer, un caballero que oculta su homosexualidad y acaba en la India convertido al hinduismo.

Hasta allí tiene que marcharse para amar de forma genuina, para dejar atrás un matrimonio de fachada. Sobre él pende la espada de Damocles respecto a lo que suponía que fuera descubierto. Lamentablemente, ciento veinticuatro años después, la homosexualidad sigue siendo delito en más de sesenta países. Me interesaba describir la India de 1901, que tan poco tiene que ver con la que yo conocí en agosto de 2023.

Canfranc, Cuba, Normandía… En tus novelas viajas a lugares lejanos en el espacio y el tiempo. ¿A qué crees que se debe esa tendencia? ¿En la vida real eres también gran viajera?

Viajo mucho con mis libros por varios países; ahora, cuando termine la temporada en España, asistiré a varios encuentros literarios en América. También dedico a viajar gran parte de mi tiempo libre, aunque siempre me gusta que mis viajes tengan un destino literario.

Cuando visito los escenarios de mis novelas, lo llamo —como en el cine— localización de exteriores. He estado en casi todos los lugares que describo. Así, creo que la experiencia resulta más inmersiva para el lector porque está dirigida a todos sus sentidos, tal como yo lo he vivido primero.

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No podemos acabar la entrevista sin aludir a lo que ha significado el Premio Azorín en tu trayectoria.

Una gran alegría. La noche de la entrega dije que sentía que la vida me había sacado a bailar. Es una frase de Valentina Báguena, una de las protagonistas de mis novelas de Canfranc. En el ADDA de Alicante había mil personas cuando se anunció el fallo del concurso. Imagínate la emoción. Fue una noche inolvidable también por las palabras sobre mi novela del presidente del jurado, Juan Eslava Galán.

Un premio siempre atrae nuevos lectores, pero con lo que me quedo es con los cientos de mensajes que tantas personas me hicieron llegar por todos los medios posibles. La frase más repetida fue: “Se me saltaron las lágrimas de alegría al conocer la noticia”. Sentir esa corriente de afecto ha sido lo mejor.

También has participado en las cenas literarias que organiza Susana Alfonso con escritores valencianos.

Con Susana Alfonso mis experiencias siempre han sido positivas. Este encuentro con los lectores de mis libros resultó especialmente agradable. Fue en la terraza de un hotel desde la que había una vista panorámica de València. Este tipo de actividades consiguen que el libro no acabe en la última página.

Lo mismo sucede con las rutas literarias y los viajes teatralizados sobre otras de mis novelas. La creatividad y la imaginación hay que aplicarlas a todo, no solo al acto de escribir, sino a la gran aventura que supone vivir.