#MAKMAAudiovisual
Entrevista a Antonio Resines
‘CCCC Claves para el cine’
Director del ciclo: Rafael Maluenda
Centre del Carme Cultura Contemporània (CCCC)
Museu 2, València
27 de junio de 2025
Antonio Resines parece haber seguido a Marcello Mastroianni cuando, en su libro autobiográfico ‘Sí, ya me acuerdo’, dice que lo suyo, lo de los actores, es sobre todo un juego. Hablando con él, y recordando, al igual que Mastroianni, algunos pasajes de su larga trayectoria como actor, da la sensación de no haber perdido esa capacidad de quien se toma su profesión como un juego: siempre divertido, aunque para tamaña diversión se haga necesario tomárselo todo muy en serio.
En el caso de Resines, conviene matizar que la seriedad con la que aborda sus personajes, ya sean cómicos o dramáticos, es fruto de la manera que tienen los niños de montarse sobre el palo de una escoba, a modo de caballo, con el fin de dar rienda suelta a su imaginación. Y la imaginación de Resines cabalga sobre dos estribos: el de la socarronería y el de la inmensa suerte de haberse encontrado con los compañeros adecuados, mientras iba al galope sin buscar ningún horizonte de grandeza.
De hecho, recuerda que se encontró con Fernando Trueba y, haciendo papeles más bien insulsos (“entras por una puerta, dices buenos días, y sales por otra”, comenta), se dieron de bruces con el éxito inesperado de ‘Ópera prima’ (1980). A partir de ahí, casi sin quererlo, Antonio Resines ha configurado una carrera ilustre como actor, al lado de directores como Enrique Urbizu, Fernando Colomo, Ricardo Franco, Mario Camus, José Luis Cuerda, Daniel Monzón, Gracia Querejeta, Emilio Martínez-Lázaro, Álex de la Iglesia, Luis García Berlanga, Santiago Segura o el propio Trueba.
En esta entrevista, al igual que después, durante su encuentro con el público que lo aguardaba en el claustro del Centre del Carme de València, sede del ciclo ‘CCCC Claves para el cine’ que dirige Rafael Maluenda, Resines repitió en varias ocasiones la palabra ‘suerte’, tanto para sortear algunas enfermedades graves –“durante el Covid, estuve a un paso de la muerte”– como para construir una brillante carrera actoral sabiendo aprovechar los vientos favorables de cada instante.
Bajo su viva mirada, se alza un bigote que ha ido dejando por temporadas, pero que, en su pleno lucimiento, se ha convertido en faro de su más popular perfil. Cuando mira, diríase consciente de la suerte que le aguarda a quien nada espera. En este sentido, bien pudiera servir lo que le preguntó a un jovencísimo Gary Cooper su madre cuando el famoso actor miraba fijamente al vacío: “¿En qué piensas?”. “En nada”, contestó, a lo que aquella respondió: “Pues entonces serás un buen actor”.
Y así ha sido como Antonio Resines, sin pensar en nada, simplemente dejándose llevar por su amor al cine, sin más gloria que la de encarnar los personajes que le iban dando por arte de gracia, ha ido haciéndose a sí mismo y dibujando una ristra de personajes que, en muchos casos, son ya historia viva de nuestro cine.

Empecemos por tan ampuloso nombre: Antonio Cayetano Francisco de Sales Fernández Resines, tal y como apareces en la Wikipedia. ¡Ahí es nada!
Bueno, a ver, en el carnet pone Antonio Fernández Resines, pero algún listo o algún gracioso colgó en Wikipedia todo ese nombre y ahora me toca explicarlo. Antes, en algunos sitios, por ejemplo, en Cantabria, determinadas familias ponían de segundo nombre el del santo del día en el que habías nacido, y luego estaba la advocación, que consistía en entregarse a un santo o a una virgen, que, en mi caso, era Francisco de Sales. Cuando naces, no decides, de manera que fue el nombre que me pusieron mis padres y ahí está.
Empezaste a estudiar Derecho y luego te decantaste por Ciencias de la Información, donde conociste a Fernando Trueba. ¿Fue ahí donde nació tu vocación por la profesión de actor?
Yo empecé Derecho y, a la vez, las tres escuelas que había de Periodismo, Cine y Publicidad se fusionaron en la licenciatura de Ciencias de la Información, de manera que a la gente que era periodista o que había estado en la radio pues le gustó lo del título. Y como en muchas casas a los jóvenes nos pedían un título, al ser mi padre abogado, pues estudié Derecho, pero, como no me gustaba nada, esa era otra opción que se abría a los que nos apetecía otra cosa.
Tampoco es que yo quisiera hacer cine, pero tuve la suerte de encontrarme con gente a la que sí le gustaba de verdad y ahí me metí yo. Y lo que pasó con la primera actuación –que ni siquiera era actuación, porque entraba por una puerta, decía ‘buenos días’ y salía por otra– es que se fue alargando, al no tener los directores dinero para contratar actores, y nosotros lo hacíamos todo.
Y, asombrosamente, en la primera película que producía Fernando Colomo y dirigía Fernando Trueba, ‘Ópera prima’, a mí me pusieron de secundario con Paula Molina –con Óscar Ladoire de protagonista, en la que también estaba Marisa Paredes, que en paz descanse– y resulta que la película arrasó comercialmente: el equivalente ahora a 20 millones de euros, más de dos millones de espectadores, en cuatro semanas de rodaje. Fue un bombazo. Yo ganaba 75.000 pesetas en el año 1980 y viví con eso la hostia de tiempo. Y, a partir de eso, empezaron a llamarme, más allá del círculo de amigos, auténticos profesionales.

Y así fue como, sin darme cuenta, había hecho ya diez películas, alguna incluso de protagonista, y entonces empecé a tomármelo ya más en serio. No es que no me lo hubiera tomado en serio, sino que era más como un hobby. Y así empezamos muchos, lo que pasa es que yo he tenido la suerte de aguantar a la torera.
[Durante el encuentro con el público, Antonio Resines recordó esa misma suerte en forma de cuatro o cinco películas en las que actuó en apenas cinco años: ‘Carreteras secundarias’ (1997), de Emilio Martínez-Lázaro; ‘La buena estrella’ (1997), de Ricardo Franco; ‘La niña de tus ojos’ (1998) y ‘El embrujo de Shanghai’ (2002), de Fernando Trueba; y ‘La caja 507’ (2002), de Enrique Urbizu.
“Fueron años en los que se me apareció la virgen”, dijo; y, en ese preciso instante, sonaron las campanas de la catedral contigua al Centre del Carme. “Y no estaba preparado”, aseguró entre las risas del público. Porque esa es otra: Resines –y esa es una buena prueba de ello– posee el don de convertir los imprevistos en portentoso caudal de serena dicha].
En ‘La caja 507’, tu personaje, Modesto Pardo, le pasa a un periodista determinada información y este le dice que por qué no ha ido a la justicia. Y tu personaje le dice: “Porque vosotros podéis destrozar la reputación de una persona”. Eso tuviste la ocasión de vivirlo cuando fuiste presidente de la Academia en 2015. ¿Qué pasó exactamente?
Sí, lo sufrí, porque hubo un medio –al que no voy a hacer publicidad– que sacó una información que no era ni injuriosa ni calumniosa, porque ni siquiera llegó a trámite. El caso es que perdí el primer juicio, gané el segundo y perdí en el [Tribunal] Supremo, aunque todos decían que hubo un pequeño atentado contra el derecho al honor mío.
Pero, bueno, primó la libertad de expresión y todas esas cosas, aunque la libertad de expresión tiene que sustentarse en una información veraz, y el titular era para cagarse: “Resines privatiza los Goya y alguien pide su cabeza por ello”. Y ni privaticé los Goya ni nadie pidió mi cabeza.
En cualquier caso, lo que sí es verdad es que un periodista legal, un buen periodista, con hechos demostrados y una información veraz, cuando lo pone en un papel hace más daño que una denuncia ante la Policía, porque en un papel lo ve mucha gente. De manera que si lo que cuenta es la verdad y el hecho es una barbaridad –lo estamos viendo ahora todos los días–, que salga en los papeles hace más daño.

Tú eres actor de comedia y, sin embargo, has tenido más éxito –a nivel de premios– por tus papeles dramáticos: un premio Goya por ‘La buena estrella’.
El primero que me ofreció un papel dramático es Enrique Urbizu en ‘Todo por la pasta’. Y yo no es que sea un actor de comedia, sino que he hecho más comedia, pero puedo hacer cualquier cosa; algo que yo tampoco sabía.
El ejemplo es Woody Allen, que decía: “Desde aquí hasta aquí soy buenísimo, el mejor, pero si me pides que haga algo más allá de esos límites, pues igual no lo sé hacer”. A mí me pasa un poco eso, aunque yo me arriesgué un poco más y me salió bien. Pero yo no soy un actor todoterreno como Javier Bardem, Luis Tosar o Eduard Fernández; tengo mis limitaciones. Es decir, que hay cosas complicadas que yo no sé hacer, y no me duelen prendas en decirlo.
Fernando Fernán Gómez llegó a decir, preguntado acerca de si veía sus películas: “¡¿Qué pasa, que, además de hacerlas, las tengo que ver?!”. ¿Te ocurre lo mismo como actor?
Bueno, hay algunas películas que he hecho que yo sé que no están bien y que si las he llegado a hacer ha sido por diversos motivos, principalmente el económico. Pero tampoco ha habido muchas que no haya visto y, las que no, tampoco me preocupa mucho, la verdad.

Los actores experimentáis con la vida de otras personas. ¿Con cuáles de esas personas, que has llegado a encarnar, te has sentido más cómodo? ¿Y con cuál menos? Marlon Brando, en este último sentido, afirmó haber odiado a Stanley Kowalski, su personaje en ‘Un tranvía llamado deseo’ (Elia Kazan, 1951).
A mí hay personajes que me resultan más fáciles de hacer, pero no es que me identifique con ellos. Pero, por poner un ejemplo, hay una parte que sí es mía en la forma en que se enfada el personaje de Diego Serrano [en la serie ‘Los Serrano’], de manera que no es que me identifique con él, pero sí me resulta más cercano. Y, citando a Kowalski, yo no lo haría en mi vida, porque no sé hacerlo y ya está.
En España, actores de ese nivel [Marlon Brando] ha habido muy pocos porque, en proporción, donde hay 300 millones de habitantes pues es normal que haya cien tíos muy buenos, y en España, como somos cuare, pues habrá diez muy buenos y no hay más.
Hay una teoría de Fernando Trueba que dice que si España no hubiese sido una dictadura, sino una democracia, seríamos tan buenos como los italianos, al haber podido contar otro tipo de historias menos agarradas, y, aun así, se han hecho cantidad de películas magníficas. Y volviendo a lo anterior, actores buenos somos unos cuantos –y me meto yo en la categoría, con todos los matices que queráis–, pero geniales hay pocos.
Creo que fue Harvey Keitel quien dijo que los actores siempre están desnudos en la pantalla, aunque estén vestidos. ¿Tú te sientes así?
No, eso no, pero lo que sí sé es que el tamaño de la pantalla influye mucho a la hora de tener esa percepción, porque en la pantalla grande del cine no disimula ni dios: o te lo estás creyendo o la película no está bien.
Y eso nos pasó en ‘La buena estrella’, película en la que Ricardo Franco tenía una diabetes ya muy avanzada y se estaba quedando ciego, de manera que, para ver lo que te pedía, necesitaba hacer grandes primeros planos; y ahí, en un plano tan cercano, no puedes mentir: o lo haces bien o se nota. En ese sentido, desde luego, sí que estás desnudo.
Marcello Mastroianni decía no entender a los actores del ‘Método’ [Stanislavski], que tuvieran que estar meses metiéndose en el papel, cuando él entraba y salía de sus personajes sin mayores esfuerzos. ¿Cómo los vives tú?
Ya me gustaría a mí ser Mastroianni. Pero, bueno, yo es que no he estudiado para ser actor, como otros que sí querían y se han metido en el Actor’s Studio y demás. Y, aun así, nadie te asegura que siguiendo el método vayas a ser un buen actor y sin seguirlo vayas a ser peor. No hay una norma clara a este respecto.
Entre las frases memorables de algunos de tus personajes figura la sostenida con Luis Ciges en ‘Amanece que no es poco’ (1989), de José Luis Cuerda, cuando, ambos en la cama, él te dice: “¿Supongo que me respetarás, eh, Teodoro?”. Y tú le respondes: “¡Pero en qué guarradas está usted pensando, padre!”. Y él apostilla: “Déjate, déjate, que un hombre en la cama siempre es un hombre en la cama”.
Sí, esa es muy recordada. A mí me gusta mucho la que le dicen, en esa misma película, al alcalde: “Nosotros somos contingentes, pero tú eres necesario”. Y recuerdo otra: cuando hice ‘Acción mutante’ [Álex de la Iglesia], mi personaje se llamaba Ramón Yarritu y, al principio de la película, me sacaban de la cárcel y, al abrir la puerta, decían: ‘Ramón Yarritu, a la puta calle’. Luego, en la época dura del terrorismo en el País Vasco, entrabas en algunos bares que estaban llenos y siempre había alguno que me veía y decía: ‘Yarritu, a la puta calle’.
[En el encuentro con el público, finalizó recordando a Luis García Berlanga: “Era un genio y genios hay muy poquitos. Tenía un mundo con un imaginario completísimo y conseguía unos estados colectivos de iluminación o perfección. ¡Berlanga es la hostia!”, zanjó Resines].

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