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Entrevista a Enrique Urbizu
‘CCCC-Claves para el cine’
Director del ciclo: Rafael Maluenda
Centre del Carme Cultura Contemporània (CCCC)
Museu 2, València
21 de mayo de 2025
“Lo que el cine necesita es belleza, la belleza del viento moviéndose entre los árboles”. Lo dice David Wark Griffith (1875-1948), considerado el pionero del lenguaje cinematográfico, al que aludió Enrique Urbizu en ‘CCCC-Claves para el cine’, que organiza el Consorci de Museus en el Centre del Carme. “Desde 1913, con Griffith, está todo inventado”, apostilló Urbizu, igualmente necesitado de esa belleza que traslada a sus películas, aunque, en su caso, tal belleza sea la de un viento arrebolado.
“Las herramientas narrativas son las mismas [de las empleadas por Griffith]. Hemos ganado en ópticas, en sonido, pero qué hacemos con todo eso”, subrayó en el transcurso de su charla, junto al director del ciclo Rafael Maluenda. El “ojo por lo humano”, que, a juicio de Urbizu, poseía Griffith, es el mismo que aplica el director de ‘La caja 507’ o ‘No habrá paz para los malvados’ a sus historias cinematográficas.
Su humanidad es la de quien contempla el vasto escenario de la vida con el afán de explorar sus grietas, metiendo la cámara sin que se note su presencia, lo justo para subrayar lo dicho por el autor latino Terencio: “Soy hombre y, por tanto, nada que sea humano me resulta extraño”. De hecho, es lo humano, allí donde aflora en toda su extrañeza, lo que le impulsa a Urbizu a rodar.

Acaba de estrenar en Max la serie ‘Cuando nadie nos ve’, por la que empezamos la entrevista. De hecho, es el propio título el que da pie a pensar en lo recogido por Platón en su ‘República’, cuando se refiere al anillo de Giges que otorga a quien lo posee el don de la invisibilidad. ¿Qué haríamos, en ese caso, cuando nadie nos ve?
“Pienso que el anillo de Giges es una alegoría acerca de la oportunidad del mal que estaría al alcance de muchos de nosotros. La delincuencia es obra de gente normal susceptible, dadas determinadas circunstancias, de delinquir, porque el ser humano es muy complejo. Ahora bien, ¿si fuéramos invisibles y libres qué haríamos? Pues, probablemente, romper cosas”.
Esa violencia que nos habita y que, según Freud, es el principal enemigo de la civilización si no es coartada en sus fines, está presente en gran parte de la filmografía de Enrique Urbizu, quien nos confronta con ella para que, frente al narcisismo de la invulnerabilidad que caracteriza a las sociedades del bienestar, tomemos conciencia de su potencia devastadora.
“Yo nací en Bilbao en 1962 y en los 80 estábamos a 100 muertos al año: reconversión industrial, heroína, ETA militar, la Transición, la batalla de los astilleros de Euskalduna. Entonces, la convivencia con la violencia cotidiana, a lo tonto, nos duró 40 años de ETA”, subraya Urbizu, quien luego anota, por otro lado, su atracción por la novela negra.

“Me gusta meter las narices dentro del sistema, los argumentos de las películas en que la gente está en conflicto mortal, donde se está jugando la vida de alguna manera y, normalmente, todos esos relatos entrañan elecciones éticas y morales. La novela negra es uno de los géneros más educativos que hay. Ahora bien, si te tomas la violencia como espectáculo gratuito, pues es algo que ya no me interesa”, refiriéndose, en este sentido, a Quentin Tarantino que le parece un cineasta “con buen gusto, pero un poco patán”.
Volviendo a esa invisibilidad del anillo de Giges, que bien pudiera extenderse a la manera que tienen algunos directores de desaparecer, poniéndose al servicio del relato para que sea éste quien nos muestre la cara oculta de tantas vidas extrañas, Urbizu propone la siguiente distinción: “Hay dos tipos de directores, los que quieren ser muy vistos (Hitchcock sería uno de ellos, porque no es un cineasta en absoluto discreto), y esos otros, entre los que me gustaría encontrarme yo, que pasan de puntillas para que la maniobra narrativa pase lo más desapercibida posible”.
‘Cuando nadie nos ve’, la serie protagonizada por Maribel Verdú y Mariela Garriga, alude, según su director, “a esa doble vida que llevamos todos cuando nos confrontamos a la intimidad frente al espejo, en la soledad de las mañanas o de las noches. Esa noción del espejo, con la imagen invertida, es algo en lo que no caemos, pero está ahí; somos nosotros, pero al revés. Es un espacio de intimidad, de introspección, de crítica, de análisis y, con los años, es todavía más duro, porque ves el gesto, las arrugas y cómo va llegando el cansancio”.
En ‘La caja 507’, hay un momento en el que el personaje que interpreta Sancho Gracia le pregunta a Modesto Prado, que encarna Antonio Resines: “¿Quién es usted?”. A lo que éste responde: “Yo soy el final de la historia”, todo lo contrario que Enrique Urbizu, que es quien las inicia siempre como director.
“Bueno, yo soy un narrador. Me interesan las historias por los personajes que tiene. Me gusta la gente normal metida en líos extraordinarios, y me gusta el cine tenso y riguroso, cobrando suma importancia la forma a la hora de construir el relato. No hay un solo encuadre o plano casual en toda mi filmografía, de lo cual me siento muy orgulloso. Esa pelea por explotar el sentido del discurso que te da el material, el texto o la historia, transformándolo en cinematografía, ese es mi trabajo”.

Cuando se le pregunta por su película más galardonada, ‘No habrá paz para los malvados’, con un imperial José Coronado, dice: “Trata de un hijo de puta con todo el poder para manipular la investigación, y que, paradójicamente, está investigando un crimen que ha cometido él”.
Esa premisa “maravillosa” la localizó en una novela de Chester Himes, un escritor afroamericano “que vivió y murió en Marbella”, y cuya historia ‘Corre, hombre’ señala que no tiene más interés que el hecho de contener esa premisa: “La de qué pasa si al tipo que estás persiguiendo como testigo de tus crímenes no es lo que tú crees”.
Y añade: “Ahí teníamos un vehículo bastante explosivo y novedoso; cómo un un hijo de puta salva el mundo sin saberlo, porque hay un comando de inteligencia marroquí que va a colocar cuatro bombas, colándose sin que inteligencia interior o exterior, guardia civil, ni dios, se esté coordinando información o esté haciendo bien su trabajo”.
“Es decir –continúa diciendo Urbizu–, estamos rodeados de caos y, por mucho que te hablen de los controles de seguridad para entrar, por ejemplo, en los trenes o en los aviones, pues resulta que luego se demuestra que no hay control, porque ahí están los casos del lobo solitario que te la lía en Amsterdam o en Nueva York. Vivimos en un mundo en el que prima la inestabilidad y la falta de seguridad. Es una película sobre el caos y sobre un montón de gente que no hace bien su pequeña parte del trabajo”.
‘No habrá paz para los malvados’ confronta a ese policía corrupto que interpreta Coronado, con la juez Chacón (Helena Miquel), quien aplica la fría legalidad para tratar de ir acorralando a tan tempestuoso policía. “En estos tiempos de empoderamiento, de integración y de puñetas, pues resulta que a la juez Chacón (que es más del 50% de la película) no le hizo caso nadie: ni las críticas, ni los periodistas, ni las académicas, ni nadie. Lo cual probaba otra tesis de la película: que lo que nos gusta es el hijo de puta con pistola, digamos lo que digamos”, resalta el director de ‘Todo por la pasta’.
A Enrique Urbizu dice que le gusta rodar “con orden y limpieza; mis películas suelen estar bien preparadas y bien pensadas: llevo el plano preparado, la escena sabida”, porque el tiempo entre motor y corte “es sagrado; tiene que estar todo en su sitio”.

Y como su conversación en ‘CCCC-Claves para el cine’ empezó con Griffith para desembocar en los productos audiovisuales de las actuales plataformas, le preguntamos por ellas y precisa: “Yo no hago series, yo hago cine, porque doy mucho valor al plano, a los silencios, a los planos generales”.
Y resalta: “Yo no quiero hacer esa especie de ensaladilla rusa en las que algunos quieren convertir las series de televisión: tres segundos de duración media de plano –eso está estudiado–, siempre la misma escala –primer plano, plano corto–, y multiplicidad de ángulos para que el productor pueda cortar y pegar”.
Series para un consumo cada vez más rápido y vertiginoso: “Es un problema, sí. Yo les suelo decir a mis alumnos: ¿pero qué tenéis que hacer para ir con tanta prisa; dónde vais luego? Y no saben por qué lo hacen, pero empezaron oyendo los wasaps a 1,5 de velocidad y lo han extendido al resto. Y lo peor es que las cadenas te lo proporcionan para que tú lo veas ya así”.
“Aquí de lo que se está hablando es de comida rápida, un tema ya estudiado por el marketing, por el logaritmo y por todo: es más barato; todo muy parecido, a toda ostia y a por otra. No se pueden sacar 17 series en una semana; eso es una estupidez”, concluye quien después de la entrevista daría cuenta del ojo por lo humano que, frente a tanto producto enlatado, todavía preside su cine.

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